domingo, 17 de febrero de 2008

Historias del Krill y las ballenas

Una ballena jorobada ingiere Krill en las proximidades de la base Juan Carlos I
Ushuaia se pierde entre montañas y el crepúsculo asedia con éxito al Beagle. El descanso concedido por Neptuno ha finalizado y regresamos a tierras polares para cumplir con la travesía más extensa de la campaña ¡un mes entero sin tocar tierra!
Cumpliremos una extensa lista de tareas entre las que se encuentran la apertura del campamento Byers, el aprovisionamiento del Hespérides y la visita a la Península Antártica.
La luz palidece en colores exquisitos y embellece el paisaje. Mi cámara intenta plasmar un bello recuerdo, cuando atisbo la aleta negra de un "jacobino" que se despide del barco y del día. Sin sus habituales exhibiciones, se me ha presentado uno de los habitantes notables de los canales, las llamadas Toninas Overas o Delfín de Magallanes (Cephalorhynchus commersonii). Este pequeño delfín blanquinegro forma parte de las 31 especies de cetáceos citados con seguridad en la Antártida o su convergencia.
A diferencia de lo que ocurre con otros grupos faunísticos, la diversidad de ballenas y delfines en el océano polar antártico es alta y entre ellos es citable el nombre de algunos de los seres vivos más magnánimos la tierra. La historia y ecología del Polo Sur, se ha visto decisivamente influenciada por el destino de este peculiar orden de mamíferos. De hecho, fue el afán especulativo de los buques balleneros, lo que hizo avanzar significativamente la exploración antártica; restos de estaciones como las existentes en isla Decepción, Rey Jorge, Georgia del Sur, Orcadas etc. dan buena fe de ello.
Una de las especies más perseguidas fue la ballena jorobada (Megaptera novaeangliae), que fue auténticamente masacrada durante los siglos XIX y XX. Hoy en día, las también llamadas yubartas, sufren otro tipo de "acoso", la de los inocentes flashes de los miles de turistas que aprovechan cualquier encuentro fortuito con ellas para plasmar sus piruetas.
El motivo de sus saltos aún no está claro del todo para los biólogos, aunque está demostrado que forma parte de su gesticulación habitual durante el apareamiento. Se piensa que se trata de una forma de comunicarse, así el impacto podría ser detectado por el fino oído de otras yubartas a distancias kilométricas; otras teorías apuntan a que con el golpe busca deshacerse de parásitos adheridos a su cuerpo.
Ocasionalmente nos acompañan en nuestras labores de carga y descarga, especialmente en las aguas próximas a la base Juan Carlos I. Con sus 15 metros impresionan al humano, pero se quedan cortas ante la magnitud titánica del ser vivo conocido más grande de la historia natural del planeta: la ballena azul.
Este coloso, que debe su nominativa coloración a las miles diatomeas que se adhieren a su cuerpo, no admite comparación con cualquier otra especie del reino animal, ya que ninguna especie del presente ni del pasado osa aproximarse a sus casi 30 metros de largo y 125 toneladas de peso. A las ballenas azules no les cuesta llegar a fin de mes, pese a que necesitan ingerir casi 4 toneladas de nutrientes al día, las frías aguas antárticas le conceden Krill en abundancia. En ausencia de vegetales, el Krill (crustáceos pertenecientes al género Euphasiacea) se ha convertido en el sustento básico del que depende toda la vida en la Antártida, así su mayor o menor densidad condiciona los censos poblacionales y la estabilidad ambiental del ecosistema.
La histórica reducción poblacional de ballenas, como consecuencia de la pesca comercial de siglos pasados, conllevó que se crease un gigantesco remanente de Krill, que fue aprovechado por otras especies para el aumentar su padrón. Pingüinos, focas cangrejeras, etc. disfrutaron de la época de vacas gordas y multiplicaron sus poblaciones a costa de este desequilibrio.
La Antártida ha sido definida en numerosas ocasiones como un paraíso virgen e inalterado por el hombre y nada más lejos de la realidad; en el momento que nuestros ancestros pisaron sus hielos, perturbaron por completo la ecología de la zona y provocaron un cambio difícilmente recuperable. Medidas como la moratoria en la caza de ballenas y la prohibición de la pesca de Krill, podrían contribuir a que un futuro, las densidades de la fauna antártica, puedan reequilibrarse y retornen a sus niveles primigenios.
La humanidad siempre aprende a destiempo y hoy se destinan enormes recursos para corregir los males heredados de nuestro antepasados. La presente sociedad, avanzada en su presunción, debería reflexionar más sobre sus comportamientos presentes y evitar sus consecuencias, no dejando a las generaciones futuras marrones a solucionar. Existen graves amenazas que planean por el futuro del Polo Sur y los parches a posteriori sólo sirven en contadas ocasiones. Únicamente con previsión y sinceras intenciones dejaremos de mancillar el nombre de la Antártida y de nuestro planeta.
Miguel Ángel Otero Soliño
Crónicas desde la Antártida
Diario de un pingüino
De La Vanguardia de España

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