jueves, 28 de febrero de 2008

Crónicas desde la Antártida de Miguel Ángel Otero Soliño

Gasolinera antártica

Es momento de guías y estacas. El chigre y el cabestrante nos fusiona dulcemente con el Hespérides, hasta el punto de convertir los alejados saludos en consistentes estrechados de manos. Un cordón umbilical con forma de manguera se extiende ya sobre las cubiertas, trasfiriendo combustible directamente al corazón de nuestro hermano.


El relleno de los tanques no viene solo y es acompañado por un trasvase de aceite y víveres, lo que engloba, en actividad frenética, a toda la dotación del buque. Pasada una hora, sólo el servicio de maquinas permanece activo en estado de alerta ante cualquier situación anómala en el "petróleo". Sus caras pronto reflejan envidia ante el espontáneo intercambio que se empieza a moldear; ambas dotaciones se combinan y comienza una permuta de cafés, saludos y presentes. Momentos intensos se entremezclan en los confines del mundo.


El Hespérides es uno de los buques más conocidos de la Armada, debido a que el gran público lo suele asociar a las campañas antárticas, todo ello, pese a que la mayor parte de sus investigaciones tienen sede en otros mares especialmente en el Atlántico o en el Mediterráneo; inclusive este año, con motivo del año polar internacional, ha efectuado su primera visita al ártico.


Al igual que Las Palmas, su gestión recae en la acción conjunta de dos ministerios; Defensa aporta la dotación y se encarga del mantenimiento del buque, mientras que el Ministerio de Educación y Ciencia planifica las actividades científicas y el tráfico de investigadores.


El Hespérides constituyó un hito para la construcción naval española, ya que con él, nuestro país asumió por primera vez el reto de dar forma a un buque oceanográfico de estas características. Con su botadura se materializó la vieja demanda de contar con un buque de categoría internacional, que permitiese efectuar largas campañas en el extranjero, contando con una instrumentación científica moderna y con capacidad para embarcar a un elevado número de investigadores.


Entre risas y charlas a viva voz, se alcanza la tarde. Es hora de que nuestra "biogasolinera" eche el cierre. Con tristeza nos despedimos de los compañeros del Hespérides y pasamos a centrar nuestra atención, en un grupo de investigadores y técnicos, que desde Ushuaia esperan con impaciencia su turno para pasar a la acción: la "dotación" del campamento Byers.


Este peculiar conjunto humano se encarga de gestionar una inusual instalación con sede en la península de Byers, en isla Livingston; uno de los lugares con mayor diversidad ambiental y pureza de toda la Antártida.


En mi caso, Byers, me transmite una mezcla de sentimientos ambiguos; por un lado constituye el primer territorio antártico que pisé y donde pude disfrutar del desayuno más curioso y especial de mi vida; pero por otro lado la larga travesía marítima que da acceso a sus territorios, me ha hecho descubrir lo desagradable que puede ser la mala mar en la Antártida y como el frio puede adueñarse del cuerpo de uno.


Si me diesen la opción intentaría no bajar nunca más a Byers, pero soy profesional y tengo que asumir que este es mi rol y pese a la hora, me visto con el Viking (traje de supervivencia) y me predispongo a acompañar al equipo "Byers" a su destino.


De vuelta, respiro aires de añoranza; el reencuentro con el Hespérides me ha devuelto a Cartagena y al verano en que ambos buques compartimos allí, amistad y amarre. Por unos instantes, paseé de nuevo por sus calles y respiré su levantino mar. Mi cuerpo vuelve a sentir morriña de la ciudad que tan bien me acogió y donde vive un ángel que aún guarda en un cofre mi corazón.


Miguel Ángel Otero Soliño 27/02/2008 - 10.55 horas

Fuente: La vanguardia de España

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