Esta semana rompo la norma de opinar sobre referentes conocidos para escribir de un paraíso que jamás he pisado. En medio de crisis recurrentes, conviene frecuentar espacios donde el olvido puede ser anuncio de crisis futuras, como la que nos han venido a contar miembros del Consejo de Defensa de la Patagonia chilena.
El caso es que en este rincón del mundo, reserva de la humanidad, el caudal de los ríos no pertenece ni al Gobierno ni a los que viven en sus riberas. Hasta la última gota de agua está en manos de compañías extranjeras. Una consecuencia más de las recetas con las que la Escuela de Chicago, en los 70, animó a privatizar los recursos naturales de América Latina. De aquel liberalismo salvaje Pinochet hizo bandera en Chile, y fortuna en paraísos fiscales.
Más de la mitad de las aguas de la Patagonia son propiedad de una sola empresa, la española Endesa, que estudia construir cinco grandes embalses. ¿Es ético hacer allí lo que no hacemos aquí?
En Europa y EEUU las presas han pasado a la historia. No solo porque son inaceptables, y hasta cierto punto innecesarias; también porque desarraigan a todos los vecinos y destruyen los ríos. Eliminan las aves, los peces, las plantas acuáticas y muchas otras especies asociadas. Quitan el agua a todos los que viven de ella. Y la presa es solo una pequeña parte de lo que luego significa transportar la energía de estos ríos hasta Santiago. La línea de alta tensión cruzará 2.000 kilómetros, ocho regiones, 200 comunas y cinco parques nacionales, dibujando una cicatriz inmensa en la geografía del continente. En tiempos de cambio climático ¿no parece todo un despropósito?El grito de auxilio sale de las trincheras de estos lugares remotos. Pero no es una causa exótica y menos aún marginal o exclusivamente chilena. Es aquí donde debemos actuar para evitar que desaparezca este mundo en el fin del mundo, tal vez el último espejo donde mirarnos antes de seguir cometiendo errores que luego parece imposible corregir.
RAFAEL Vilasanjuan
Fuente: El Periodico de Catalunya
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