Cultura y tradición fueron, desde siempre, aspectos claves para los galeses. Las reuniones sociales, la literatura, la música (sobre todo el canto coral) y, en especial, la religión eran infaltables en su cotidianidad. Esa cultura y costumbres ancestrales que los pioneros trajeron a su nueva tierra fueron fundamentales para sobrellevar los momentos difíciles, desarrollar un enorme sentido de comunidad y sobrevivir en la inmensa soledad de la Patagonia. Como era imprescindible generar ámbitos donde realizar esas actividades, los primeros cultos se hicieron al aire libre. Sin embargo, el inclemente clima obligó a utilizar graneros y casas particulares hasta que finalmente se pudo construir la primera capilla.
Las capillas responden a una arquitectura típicamente galesa pero adaptada a los materiales disponibles en Patagonia. Los galeses eran hábiles constructores y supieron hacer edificaciones aptas para el clima de la región, con un estilo característico y homogéneo. Y debido a la magra situación económica inicial fueron los mismos pastores quienes dirigieron la obra y los fieles quienes aportaron el trabajo.
Delfín patagónico en el cartel de la capilla Moriah, donde está el primer cementerio galés.
Los primeros templos eran de adobe, con techo de paja y barro hasta que se consiguieron ladrillos cocidos a la vista y chapa ondulada de cinc para los techos. Uno de los sellos inconfundibles de estas maravillosas construcciones son las áncoras metálicas (con forma de S o X) ubicadas en los laterales o el frente, utilizadas para fijar los muros, ya que no contaban con estructuras de hormigón armado. Las capillas tenían un salón principal rectangular, con púlpito al fondo, ventanas laterales y frontales alargadas, grandes bancos y dos pasillos que comunicaban a las puertas de entrada. El revestimiento interior y el mobiliario eran de madera de pinotea. No había ornamentos o imágenes religiosas y las lámparas colgantes eran de porcelana y funcionaban a kerosene. Algunas capillas contaban con un salón llamado “vestry”, que servía como lugar de reuniones, aula de clase o como cocina para preparar el tradicional té. Las capillas esparcidas a lo largo del valle del río Chubut (a una distancia no mayor a 10 km entre templo y templo para que los fieles pudieran llegar caminando desde sus chacras) son muy similares entre sí y sólo se diferencian por el estilo de algunas ventanas góticas. La única excepción es la Capilla Salem, hecha íntegramente en chapa de cinc.
Templos del saber
A pesar de proceder de diferentes localidades de Gales (con credos religiosos diversos) los colonos, en Patagonia, prefirieron dejar de lado esas diferencias y unificar las congregaciones con un único pastor. Sólo cuando la situación comenzó a mejorar cada congregación construyó su propio templo. Por otro lado, al ser los galeses un pueblo muy pragmático, decidieron que las capillas también fueran una suerte de centro cultural de usos múltiples. Los domingos, además del servicio y los encuentros corales, funcionaba a la mañana la escuela dominical, donde los niños aprendían a leer y escribir el idioma galés, principal objetivo de los colonos para conservar su lengua y, con ella, su tradición. Los días de semana las capillas cumplían la función de escuela y ésa es la razón por la cual muchas de ellas se convirtieron en las primeras escuelas primarias de Chubut. Con el tiempo llegó el edificio propio y, en la actualidad, al lado de cada capilla puede verse una escuela. Para los galeses la educación era una tarea que involucraba a toda la comunidad e imprescindible para sacarlos adelante, junto al tesón y el trabajo. No se equivocaron y los resultados están a la vista: campos cultivados donde antes sólo había un desierto.
Fuente: Página/12
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