martes, 25 de marzo de 2008

En la tierra prometida


El primer iceberg divisado por la Expedición Inspire 2041 fue a una latitud de 62º.
24 de marzo de 2008 (Península Antártica).- "Disfrutad del momento y llenaos de sensaciones, olvidaos de hacer fotografías y sentid al máximo este lugar único. Luego, llevaos todo lo que habéis ganado aquí y divulgadlo en vuestro mundo, inspirad a todos los que os rodean para que comprendan la necesidad de conservar este territorio. Bienvenidos a la Antártida."

Sobre un bloque de hielo junto a la orilla de la última punta de la península Antártica, Robert Swan nos ha dado la bienvenida en nuestra primera llegada al continente helado. Estamos en Brown Bluff, el extremo de la Antártida, donde hemos desembarcado para atrapar esos sentimientos a los que nos anima el explorador británico que dirige nuestra expedición. La verdad es que sentado sobre un témpano de hielo y contemplando el mar de Wedell, te empapas de ellos sin el menor esfuerzo, con sólo mirar tu entorno, con sólo sentir lo que te rodea, como dice este hombre que niega a ser considerado explorador y que es el auténtico embajador del último continente.
Nadie podía pensar que después del día infernal que soportamos en Bellinghausen, tendríamos una jornada tan magnífica. Con un atardecer sublime, nos recostamos en mangas de camisa sobre el final de un glaciar, mientras a nuestro alrededor decenas de pingüinos y focas hacen exactamente lo mismo que nosotros: recibir la cálida caricia del Sol.

Brown Bluff es una montaña de 720 metros de altura que constituye la última punta de la prolongada península con la que la Antártida escapa del círculo polar. Es uno de los pocos lugares donde puede desembarcarse, pues toda la costa de esta parte de la Antártida está defendida por sucesivos frentes glaciares que se precipitan directamente en el mar, con una pared vertical de entre 20 y 100 metros de altura.
El resto de la jornada ha sido tan magnífica como estos últimos momentos. Ha comenzado pronto, eso sí. A las 6.30 horas ya estábamos en pie. El madrugón merecía la pena, pues nos encontrábamos en plena 'Avenida de los Glaciares'. Se trata del brazo de mar que separa la península Antártica de las islas de Joinvile, Dundee, D'Urville, Jonassen y Andersson. Su nombre es evidente, pues a sus aguas vierten decenas de glaciares, que se desmigajan en enormes icebergs.
En ocasiones, sus masas son gigantescas. Uno de los que hemos visto esta mañana tendría una longitud de más de 200 metros, por ejemplo. El Ushuaia ha navegado durante horas por el medio de esa armada, sorteando a las decenas de icebergs blancos y azules. Acorazados de la naturaleza antártica, que vagan majestuosos a la deriva.
Alrededor de los colosos, una banquisa desmenuzada ocupa gran parte de la superficie. Sobre esos témpanos descansan decenas de focas de Wedell y leopardo. Adormiladas bajo los rayos del sol, el barco ha pasado junto a ellas, sin lograr inquietarlas. Lo más que han hecho algunas ha sido levantar la cabeza, para tumbarse de nuevo con un suspiro. Así son los animales salvajes que no han recibido en su vida el acoso del ser humano.
Este brazo de mar desemboca en el golfo Erebus y Terror, antesala del Mar de Wedel en cuyo fondo se conserva una amplia plataforma de hielos. La travesía ha sido lenta. Para disfrutar del salvaje escenario y evitar algún golpe excesivo con cualquier masa de hielo. El capitán Aldegheri ha hecho uso de su maestría en navegación antártica, la más difícil que existe, y nos ha llevado sin problemas a través del laberinto de hielo.
De vez en cuando se notaba una especie de frenazo en seco y, a continuación, el ruido del hielo resbalando bajo el casco de nuestro barco. Al mirar a las aguas no veías más que pequeños témpanos de hielo. Entonces nos imaginábamos cómo sería un choque con cualquiera de los gigantes cuyas paredes sobrepasan dos o tres veces la altura del Ushuaia.
Hemos tomado tierra y todos hemos sentido la emoción de ser la primera vez que pisamos la Antártica, pues aunque ya estuvimos en Bellinghausen, en la isla del Rey Jorge, ésta pertenece al continente helado, y técnicamente no ha sido hasta ahora cuando hemos tocado suelo antártico. Todos hemos comprendido estar en un lugar único.
De regreso al Ushuaia, a la hora de cenar, todos los miembros de la expedición teníamos una enorme sonrisa en nuestras caras. Y esta vez no era por el excelente menú que nos ha preparado Luigi, un cocinero de alta singladura.
Alfredo Merino
del blog Viaje al continente helado

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