viernes, 28 de marzo de 2008

Crónicas desde la Antàrtida: Destino América


Miguel Ángel Otero Soliño El convoy con destino América está preparado para atravesar los dominios del pirata "Drake"


Contar con la mejor información meteorológica del mercado es clave para un buque como el nuestro, ya que nuestro ámbito de actuación se encuentra dentro de los más imprevisibles e inhóspitos del planeta. Diariamente recibimos varios partes meteorológicos que nos trasladan las previsiones para la zona, para ello contamos con referencias chilenas, americanas y así como los datos que nos proporciona el meteorólogo de la base antártica Juan Carlos I. Se trata de una compleja maraña de información, que debe ser analizada continuamente por el comandante y los oficiales del puente, los cuales deciden o no modificar el calendario inicialmente previsto, siempre en beneficio de la seguridad del buque y de sus personas.


No es un tema baladí, el no pasar malos momentos en la mar depende de ello. En el océano glaciar antártico las condiciones del líquido elemento son duras por momentos y el riesgo de chocar contra algún hielo o contra una roca siempre está presente. La lista de naufragios en aguas polares es interminable, aunque cierto es que en la mayoría de las ocasiones son directamente extrapolables a errores humanos o a riesgos innecesarios asumidos por capitanes, que en un exceso de confianza, hicieron caso omiso a los partes del tiempo.


Los partes meteorológicos no son ciencia exacta, pero dan orientaciones bastantes fiables. El problema surge cuando los datos aportados por los servicios meteorológicos discrepan, en ese caso el barco debe tomar una decisión y en que la seguridad prima sobre cualquier otro aspecto. Así no es la primera vez que hemos retrasado durante días nuestra llegada a la Antártida, con el fin de evitar estar a la merced de la furia de Poseidón.


Nuestra partida para puerto inicialmente estaba prevista para pasado mañana, pero una previsión negativa y el conocimiento del historial "bélico" del 'Drake' nos ha obligado adelantar la incursión. El paso del 'Drake' genera ciclos casi continuos de mala mar a los cuales coloquialmente en el buque los denominamos "chorizos", porque en el mapa meteorológico aparecen representados de color rojo y con forma alargada. Entre estas chorizadas aparecen ventanas de buen tiempo que suelen durar a lo sumo 3 o 4 días ¡Las calmas que preceden la tempestad!, momentos que aprovechamos para burlar la estrecha vigilancia del pirata 'Drake'.


Estos cambios son molestos para el devenir de una campaña, ya que los calendarios están pillados con hilos y las alteraciones no son muy bien recibidas. Los principales perjudicados son los científicos que deben trabajar a ritmo frenético para finalizar sus proyectos, recoger todo el material y hacer las maletas, a la par que iniciar negociaciones vía email con las agencias de viajes para adelantar o retrasar la fecha de reserva de sus hoteles y vuelos. La eterna incertidumbre atmosférica es una constante que uno debe tener en cuenta a la hora de plantear un proyecto en territorio polar y el no asumirla en la ecuación puede resultar catastrófico desde el punto de vista organizativo.


Una fría mañanita polar nos acompaña en los albores de un efervescente día de actividad. Primera parada península de Byers, barqueos, sudor y cierre con éxito del campamento Byers. Los científicos más dejar sus equipaje en los sollados corren veloces a la ducha, llevan casi un mes sin ducharse y por fin van a recuperar la caliente sensación de la limpieza corporal.


La nobleza de la vida polar nos devuelve a la sencillez de los pequeños detalles, un baño o una comida caliente son placeres que lo cotidiano ha relegado a la trastienda, pero que en estas heladas tierras recompensan y cubren de gloria al héroe antártico.


Horas más tarde, nuestro expreso hace parada nocturna en la estación Juan Carlos I para recoger más pasajeros y bártulos. El recuento es exacto, no falta nadie. Llega el turno de las sentidas despedidas, en la Antártida tu familia son tus compañeros y el abandonar su estela siempre deja el corazón de uno vacío, con una especie de déficit de alma. Las maletas parece que pesan más cuando se cargan de anécdotas, buenos momentos y amigos.



El convoy parte al alba, con destino a nuestra última parada antes de abandonar la Antártida: la base Gabriel de Castilla. Cambia la base pero no la despedida, su dotación nos ceden con tristeza y a regañadientes su mejor bien, el conjunto humano que en forma de inquilinos les han acompañado durante semanas. Muy solo se queda Gabriel, muy solo...


La Antártida marca su tatuaje con dureza, quienes se van ya forman parte de la leyenda antártica y su historia quedara para siempre grabada en letras de hielo y sal. Huellas imborrables cierran un ciclo en la vida antártica; América nos espera pero eso será otra historia.



Miguel Ángel Otero Soliño
La Vanguardia.es

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