domingo, 23 de marzo de 2008

Crónicas desde la Antártida : Mareas de ozono

Miguel Ángel Otero Soliño Regreso en zodiac al barco tras una incursión a la península de Byer



Hoy el motor arranca con pereza, esta un pelín frío y hay que darle mimitos para que con su potencia gire las aspas de la hélice y podamos marcar sendas náuticas con destino a isla Livingston.



En nuestra agenda tenemos hoy una cita con un trió de investigadores pertenecientes a la Universidad de Granada responsables del proyecto "Estructura profunda, naturaleza de márgenes continentales y evolución de la apertura de pasillos oceánicos en el extremo noreste de la Península Antártica" y que llevan unos días tomando datos en el campamento Byers.



El acceso en zodiac a Byers es engorroso, ya que a una distancia de unos 500 metros de la playa existe una barrera de rocas que es solo es superable a través de un canal estrecho marcada por dos rompientes; una vez superada la trampa del arrecife uno se adentra en una pacifica laguna que normalmente no supone ningún problema a la navegación salvo que disfrutes de una buena bajamar, en la cual la laguna se vacía y la cola del motor corre el riesgo de rozar con el fondo.



No abundan los días óptimos para desembarcar en Byers, ya que la ruta desde el punto de fondeo del barco es larga y solemos tardar una hora y media en ir y volver, y conociendo que la climatología en la Antártida varia en cuestión de minutos, uno debe estar seguro de que las condiciones meteorológicas sean estables para que el viento y el oleaje no conviertan el regreso en una autentica pesadilla marinera.



El mar esta como un plato, sería un día ideal para un desembarco a excepción de que los horarios de las mareas no nos favorecen; la pleamar coincide con la noche y sería temerario aventurarse en Byers sin luz, así que tenemos que jugárnosla e intentar acceder a la playa con la perspectiva de que si no actuamos con rapidez la marea baja nos pude empantanar en la laguna.



De camino el cielo luce esplendido, sin apenas nubes y brilla un cálido sol; esta atmosfera evocadora me traslada a mis años de alumno de la carrera de biología en el que estudiaba desde la distancia la misma, ya que el aumento del agujero de la capa de ozono en el polo sur era un tema candente que ocupaba portadas de prensa y conferencias internacionales, de forma muy parecida a lo que hoy acontece con el fenómeno del calentamiento global.



A mediados de los años 80 los científicos detectaron una brusca reducción en el grosor de la capa de ozono localizada sobre la Antártida, hecho que se asocio principalmente a la proliferación del uso de aerosoles con contenido en clorofluocarbonados CFCs. Esta triple molécula de oxigeno aunque perjudicial si se concentra en las capas bajas de la atmosfera, a niveles estratosféricos cumple una función transcendental para el mantenimiento de la vida en la tierra, ya que reduce la llegada de los dañinos rayos ultravioleta-B.



La Antártida constituyó un laboratorio vivo, donde la ciencia pudo conocer de primera mano las consecuencias que podría sufrir el ser humano si dicho agujero continuaba creciendo. Los datos obtenidos a lo largo de varias campañas y expediciones lograron demostrar que la fauna y flora antártica estaba sufriendo importantes daños en sus tejidos, con un aumento de su estrés ambiental, llegando incluso a detectarse una pérdida de valores próximos 10% en la productividad primaria marina y significativos procesos de deshielo.



La lucha contra la destrucción de la capa de Ozono supuso un hito en la historia del conservacionismo, ya que los científicos y grupos ecologistas lograron por primera vez que las naciones se diesen cuenta de la necesidad de dar una respuesta común para enfrentarse ante una amenaza global que podría poner en jaque el futuro de toda la humanidad.



Todos sus esfuerzos condujeron a la prohibición progresiva del uso de CFCS y otros químicos dañinos, medidas que están contribuyendo a la gradual regeneración de la capa de ozono antártica poniendo punto final a esta damocliana amenaza.



No sin problemas alcanzamos la playa y recogemos al personal que nos espera en Byers. Al regreso tenemos que arrastrar la zodiac cargada de material durante varios metros como consecuencia de la marea baja; el caminar sobre las aguas con un traje de supervivencia y arrastrando una pesada carga es dificultoso por mucho que el peso de la embarcación se note menos cuando permanece flotando, por ello sentimos cierto alivio cuando la profundidad es de nuevo suficiente para que el motor pueda arrancar. Finiquitados los obstáculos retornamos al barco sin más novedad ¡Prueba superada!.



La historia del agujero de la capa de ozono resulta el ejemplo más grafico de la necesidad de que los gobiernos sostengan la investigación antártica, de hecho los territorios polares están sirviendo de plataformas claves para el estudio del calentamiento global, un nuevo desafío que está marcando gran parte de las agendas internacionales.



Las medidas contra el cambio climático están sufriendo el bombardeo continúo de determinados sectores económicos, que emplean argumentos que no difieren en mucho a los utilizados por las industrias químicas cuando se promovía la prohibición de los CFCS.



Si queremos que el calentamiento global no perturbe a nuestra prosperidad futura, es necesario que nuevos estudios científicos permitan conocer mejor cómo está evolucionando y afectándonos el aumento global en las temperaturas, con el fin de que las autoridades tengan argumentos de peso a la hora plantearse nuevas realidades energéticas.



Desde el buque "Las Palmas" aportamos nuestro granito en esta lucha, al apoyar con nuestra logística a proyectos españoles relacionados con el cambio climático tales como Pinguclim y Limnopolar. Nuestra modesta aportación quizás sea clave en un futuro, siendo el tiempo quien dicte sentencia al respecto.


Miguel Ángel Otero Soliño La marea baja llena de algas la playa donde se asienta el campamento Byers

Fuente: la vanguardia.es

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