Pasada la zona más conflictiva del Paso de Drake, las aguas se han calmado bastante, aunque de vez en cuando, le meten un meneo lateral al Ushuaia que lo tumba 45º a babor y estribor. Como si quisieran recordarnos que siguen ahí fuera y que en cualquier momento puede ponerse a jugar de nuevo con nuestro barquito.
Ese momento tan especial hizo que nos arremolináramos en cubierta y comenzásemos a disparar nuestras cámaras y vídeos como locos. Arriba, en el puente de mando, el capitan del navío, Jorge Aldegheri, ha tenido la gentileza de dar una vuelta alrededor del inmenso témpano de hielo. Aunque si hacemos caso de su experiencia, no era para tanto. Según me cuenta, ese bloque de hielo de 20 metros de altura que vaga a la deriva por el Mar de Drake es de los más pequeños. A pesar de que su masa total pudiera tener cien metros de alto por cincuenta de cada lado.
Los más grandes icebergs son hasta cinco veces la talla del que teníamos ahí enfrente, al alcance de la mano. Esas grandes masas de hielo viajan a la deriva de las corrientes y algunas han subido por el Atlántico hasta sobrepasar la latitud de Río de Janeiro.
El nuestro daba miedo; los flancos partidos mostrando su alma helada de color azul intenso, las olas batiendo sus flancos, el penacho de nieve medio oculto por la niebla. A nuestra mente han venido historias como la del Titanic o la, mucho más reciente, del barco turístico que hace unos meses chocó con otro témpano de hielo en estas mismas aguas.
Por lo demás, poco que contar. Los responsables de la travesía entretienen las horas con charlas y reuniones relaccionadas con el continente helado. Esta mañana, por ejemplo, nos han hablado del tiempo que tendremos las próximas jornadas (vientos del norte fuertes, que pueden ir a peor dentro de dos y tres días) y de cómo debemos realizar el desembarco en tierra firme.
Hay que hacerlo en una zodiak, y las instrucciones son las adecuadas, pero después de oirlas, saco la impresión de que esto del desembarco más que el punto final de la travesía es un ejercicio de alto riesgo.
También nos han explicado el tema de la ropa. Vamos a un lugar donde el ambiente es más inhóspito, impredecible y potencialmente peligroso que en cualquier otra parte del mundo. Lo más adecuado, en opinión de los exploradores, es llevar un mínimo de cuatro capas. A saber: camiseta interior térmica, camiseta o forro polarfino encima, forro polar recio encima y chaqueta impermeable y antiviento como prenda exterior.
Eso para arriba, de cintura para abajo, calzoncillos largos, a ser posible térmicos y pantalón de las mismas características que la chaqueta. El llevar una prenda intermedia tipo mallas, queda a elección de cada uno. El equipo personal concluye con unas botas recias e impermeables y polainas también impermeables.
Aparte de todo eso: dos guantes, dos pares de gafas, otras de ventisca, dos gorros, un protector del cuello, crema solar, lapiz labial, dos litros de agua, comida... en fin que cuando desembarquemos, los pinguinos de la isla Rey Jorge dirán lo de siempre: ¡Ya llega otro grupo de michelines!
Alfredo Merino
En el último rincón del planeta
El mundo.es
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