domingo, 29 de noviembre de 2009

Se cumplen 50 años del tratado que resguarda a la Antártida

Durante siglos, la Antártida sólo atrajo a aventureros y a científicos- o fue objeto de simbólicas batallas nacionalistas. Hoy la protege un tratado, fruto de la desconfianza entre Estados, del que se cumplen 50 años.


En la nieve de la Antártida han clavado sus banderas Estados Unidos, Noruega o Dinamarca. Pero, aparte de eso, poco podían hacer los conquistadores con este frío continente. Salvo ocasionalmente los cazadores de focas, en los 13,2 millones de kilómetros cuadrados sobre los que se extiende- una superficie mayor a la de Europa- tuvieron el valor de instalarse sólo un puñado de investigadores.

Hoy, en la Antártida se encuentran aproximadamente 80 estaciones científicas, habitadas en ciertos períodos del año por hasta 4.000 personas. Pero de una verdadera población sigue careciendo este inaudito rincón de la Tierra. Una capa de cuatro kilómetros de hielo separa las ambiciones humanas de los gigantescos yacimientos minerales que desde hace mucho se suponen en sus profundidades.
"Cuando en 1959 se ratificó el Tratado Antártico, los firmantes estaban renunciando a algo que de todas formas era inalcanzable. Por eso el acuerdo fue posible", explica Manfred Reinke, el primer alemán a cargo de la Secretaría Ejecutiva del Tratado Antártico, el cual cumple este martes, 1 de diciembre, 50 años de vida.


Una Antártida de colores


El globo terráqueo que Reinke tiene en su oficina de Buenos Aires, sede de la Secretaría Ejecutiva, es diferente al que adorna su casa en la ciudad alemana de Kiel. Sobre los nueve décimos superiores todo es normal, pero la usualmente blanca Antártida aparece en esta ocasión dividida en coloridos fragmentos, como pedazos de torta- son las reivindicaciones territoriales sobre el sexto continente que tratan de hacer valer siete países diferentes. Con ellas lidia a diario el geólogo alemán.
En la firma del Tratado Antártico hubo mucha estrategia político-nacionalista en juego. "Los rusos no querían ceder nada a los estadounidenses, ni viceversa; los argentinos a los británicos, ni viceversa; los chilenos a los noruegos y así sucesivamente", cuenta Reinke. Además, Washington temía que, en plena Guerra Fría, la poco significante disputa por el continente helado pudiera fracturar la alianza occidental.
Y así fue como, el 1 de diciembre de 1959, doce países decidieron renunciar a todo reclamo de soberanía sobre la Antártida, o al menos mantenerlo congelado. También se comprometieron a no posicionar personal militar sobre su suelo y a no explotar sus recursos naturales. "Fue un acuerdo de paz", afirma el alemán. "Incluso en la guerra de Malvinas respetó el grado de latitud 60".Ícono medioambiental
El hecho de que hoy sean 28 los países firmantes del Tratado Antártico está relacionado, opina Reinke, con el miedo a quedar excluidos de algo que podría ser provechoso. "Quien tiene aspiraciones, teme perderlas. Quien no las tiene, teme que otros pudieran tenerlas", resume. En los 80, una fiebre del oro afectó a muchas cabezas, convencidas de la riqueza pecuaria y energética del blanco continente. "Por eso, con signos de dólares en los ojos y la esperanza de hacerse con un trozo del pastel, tantos Estados se decidieron repentinamente a ratificar el acuerdo", comenta el geólogo.
Sin embargo, en vez de resultar ser la "despensa" del planeta, la Antártida se convirtió en "ícono medioambiental" del mundo, dice Reinke. "Aquí está almacenada el 87 por ciento del agua dulce. Si se derrite, el nivel del mar subirá 70 metros".

El alemán al frente de la Secretaría Ejecutiva del Tratado Antártico está seguro: "El clima es un asunto muy delicado. En los últimos 100 años han pasado muchas cosas, tantas que da miedo. El cambio climático nos sorprende absolutamente desprevenidos".
LB/ dpa
Editor: Enrique López Magallón

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