CAPE ROYDS (Antártida) — La roca volcánica negra salpica la costa de la inhóspita Antártida, donde las temperaturas marcan menos de 10 grados bajo cero y los potentes vientos provocan tormentas de nieve cegadoras. Los únicos pobladores de este paraje son una colonia de pingüinos que graznan incesantemente y dejan un olor amargo a su paso.
Pero si uno se llega hasta la pequeña cabaña de madera que hay en Cape Royds y se agacha, encontrará una sorpresa escondida en el hueco de 30 centímetros que hay debajo de los tablones del suelo. Arropadas cuidadosamente por las sombras y totalmente congeladas hay dos cajas de whisky escocés que dejó allí hace cien años Sir Ernest Shackleton durante su fallido intento de alcanzar el Polo Sur.
Los investigadores descubrieron las cajas de madera en enero de 2006. Entonces no fueron capaces de sacarlas del hielo, pero el próximo enero, durante el verano antártico, van a ir con herramientas especiales para intentarlo de nuevo. Un tratado internacional establece que las cajas, y cualquier botella intacta que haya dentro, tienen que permanecer en la Antártida, a no ser que tengan que ser trasladadas al continente por motivos de conservación. El estado del whisky, tras un siglo congelándose y descongelándose, es todo un misterio.
El mejor 'medicamento'
Los exploradores polares de aquella época confiaban en su bebida alcohólica preferida para sobrellevar las largas noches antárticas y los días insomnes. Y Shackleton sabía una cosa o dos sobre prepararse bien para una aventura. En un viaje posterior al continente helado consiguió mantener vivos a los 28 miembros de su tripulación durante 15 angustiosos meses tras quedar su barco a la deriva y atrapado entre el hielo. Así que no resulta nada extraño que llevase consigo 25 cajas de whisky escocés cuando partió a explorar el Polo Sur en 1907.
Esa expedición tampoco le salió bien. Shackleton tuvo que dar la vuelta unos 150 kilómetros antes de alcanzar su destino. “Pensé que referirías tener un burro vivo a un león muerto”, le dijo a su mujer. Cuando en 1909 llegó un barco para recoger a aquellos hombres, parte de sus pertenencias se quedaron en la cabaña de madera, entre ellas sacos de dormir de piel de reno, latas de carne de oveja hervida y tarros de grosellas. Y, como sabemos ahora, también se dejaron atrás dos cajas de whisky Charles Mackinlay & Co.
Al Fastier es el responsable en Nueva Zelanda del Antarctic Heritage Trust, el grupo encargado de la conservación de la cabaña en Cape Royds y de otras tres en esa misma zona de la costa antártica. Él estuvo presente el día en que se descubrieron las cajas con botellas, cuando el equipo estaba limpiando el hielo acumulado durante todo un siglo debajo de la cabaña y que estaba provocando daños en la estructura.
“Fue un momento muy emocionante encontrar objetos que probablemente no habían sido vistos desde que los históricos exploradores los dejaron allí”, explica. Su equipo también encontró botas de fieltro y jarras con aceite de linaza. Los cerca de 5.000 objetos restantes que se dejaron los aventureros están dentro de la cabaña o en los terrenos cercanos, y ya están catalogados para que los vean los turistas ocasionales o los usuarios de internet.
En enero de 2010 los investigadores utilizarán un taladro especial para liberar a las cajas de los bloques de hielo y dejar que se descongelen bajo el omnipresente sol veraniego de la Antártida.
Richard Paterson, maestro catador de Whyte & Mackay, la empresa de Glasgow que posee ahora la marca Mackinlay, está ansioso por ver lo que ha podido pasar con el whisky. De hecho, espera poder probar una muestra.
Donación de la compañía
Paterson tiene una carta de 1907 en la que Shackleton dice haber recibido las cajas y adjunta una fotografía de la etiqueta de las botellas. La compañía escocesa probablemente donó esas cajas, que según Paterson costaban 28 chelines cada una. Entonces ya era normal que los exploradores buscasen patrocinadores para sus viajes, que normalmente contaban con presupuestos muy limitados. “Shackleton ha sido uno de mis héroes durante años”, asegura el experto. “Es bonito pensar que quizás le ayudamos cuando su espíritu estaba bajo; que nuestras bebidas espiritosas le animaron un poquito”.
Paterson cree que cuando fue embotellado el whisky era fuerte y turbio, como se llevaba entonces. Le gustaría poder sacar una muestra metiendo una aguja a través del corcho y extrayendo algo de líquido con una jeringa. Si las botellas permanecieron herméticas (algo difícil puesto que los corchos estuvieron expandiéndose y encogiéndose todo el tiempo debido a los contrastes de temperatura), el whisky aún podría saber bastante parecido a como era en tiempos de Shackleton.
El sabor de un whisky se desarrolla cuando envejece en barricas, porque hace contacto con el aire. Una vez que se embotella y se corta el oxígeno externo, el sabor deja de evolucionar. Si el oxígeno ha conseguido colarse dentro de las botellas de Shackleton, el whisky ha seguido envejeciendo y se podría haber echado a perder, al igual que la comida que se deja mucho tiempo al aire.
La información
No hay comentarios:
Publicar un comentario