La devastación es absoluta. Todo lo que hay es arena, que aquí es lo mismo -o peor- que nada. Ya no hay lluvias ni verde, murieron las vacas. No queda tierra, y mucho menos fértil; sólo se ve el polvo marrón que vela el cielo y opaca el resto de las cosas. Se cierran los campos, desaparece un estilo de vivir y trabajar. El paisaje en Stroeder, una localidad de 2.000 habitantes en Carmen de Patagones (a 900 kilómetros de la Capital), es de otro tiempo; el futuro más apocalíptico, aquí y ahora. El viento en este lugar al filo de la Patagonia es un aliento caliente que atraviesa con violencia los campos pelados, desiertos. La arena cruza la ruta 3 (que corta en dos la zona rural del pueblo) como una lengua de fuego endemoniada. Ya borró los alambrados y las tranqueras, clausuró los molinos y los bebederos, se comió todo y expulsó a los hombres.
La falta de lluvia mató al 70% de las vacas de Stroeder, un pueblo dedicado a la ganadería y al trigo, aunque hace tres años que no hay cosecha y se ven tantas vacas de pie, sobreviviendo, como muertas, agujereadas, puro cuero y cuerpo putrefactos. En realidad, a lo que se dedica Stroeder es a resistir. A esperar con tozudez el milagro de la lluvia. Lo de las vacas y el trigo se ha vuelto una añoranza para los pequeños y medianos productores, absoluta mayoría."¿La verdad? Es para irse a la mierda". Lo dice Manuel Forster, uno de los 251 productores de este pueblo de puertas abiertas y unos pocos comercios que toman lo que pueda derramar el campo. En los últimos años, la lluvia ha disminuido trágicamente. Los 390 milímetros anuales históricos son cosa de otro tiempo. En los últimos cinco años llovió cada vez menos. En 2007 cayeron 190. El año pasado, 170. Y en lo que va de 2009, 120 milímetros (el viernes en Buenos Aires, en menos de una hora, cayeron 60).
Stroeder no es el único lugar, aunque sí el emblema del desastre. La desertificación en todo el sudoeste bonaerense es notable. Hace dos años se empezaron a ver los campos "volados", es decir, sin tierra, invadidos por el polvo y la arena, acosados por tormentas de viento, sin siembra y casi sin animales. "El promedio de trigo cosechado en Stroeder siempre fue de entre 1.000 y 1.200 kilos por hectárea. Hoy es de cero. Históricamente hay una vaca para cinco hectáreas. Ahora, una cada diez", explica Alcides Haure, presidente de la filial local de la Federación Agraria. Según datos oficiales, la pérdida anual por ganado y trigo aquí es de $ 280 millones.Pero el cambio climático no es una cuestión ajena. El desmonte intenso que ha pelado la zona, el sobrepastoreo y el mal uso de la tierra son en gran parte responsabilidad de los productores: "Y sí, la culpa es compartida. A veces nos bandeamos. Por avaricia o por necesidad. Desmontar para sacar más plata se volvió algo común. Era la única manera de hacer más rentable esta tierra. Tampoco ha habido políticas de desarrollo y de prevención", reconoce Forster. "Los campos se recargaron porque no podíamos solventar la hacienda", sostiene Haure. "En 2004, de mucha lluvia, se desmontó porque el trigo daba más plata que el ganado", admite José Zara, productor del pueblo. "Estamos pagando el precio de nuestros errores. Ni cortinas de árboles para atajar el viento quedaron", se sincera Forster."La zona está desmontada. Eso y la sequía extrema hacen que la erosión eólica sea fatal", agrega César Martirena, subsecretario de Desarrollo Económico de Carmen de Patagones. Y sigue: "No sería justo echarle la culpa a alguien en particular. Hubo negligencia de todos. Las instituciones crediticias te financiaban para desmontar".
Esas imprudencias han llevado a que peligre el futuro de este pueblo, que el miércoles cumplió 96 años y que creció gracias a la inmigración de alemanes, italianos y españoles. En el último año y medio cerró el 10% de los campos y se fueron entre tres y cuatro familias por mes. Otros, resisten. "Todos los años pronostican que es el último de la sequía. Pero cada año es peor", comenta Fernando Geuna, vecino y productor. Y en esa rueda (sobre) vive este pueblo. Esperando. Mirando más al cielo que a lo que queda de tierra.
Clarín, Argentina
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