PÁGINAS EN BLANCO
Hace trece días que salimos de Madrid y por fin, recién abierta la base, encuentro un momento de tranquilidad para escribir unas líneas.
Pero empecemos desde el principio:
A Punta Arenas llegamos después de ventitantas horas de aviones y aeropuertos. Punta Arenas es la capital de la zona austral de Chile. Lamida por las aguas del canal de Magallanes, por sus calles se aprecia la riqueza de un pasado con esplendor. Una plaza de armas en la que se extienden cuerdas en invierno para que no se lleve a nadie el viento, ocupa el centro de la urbe. A su lado, edificios señoriales, algún palacio y perros, muchos perros que en manadas se pasean por la ciudad. En los días previos al verano austral se convierte en uno de las puertas a la Antártida más concurrida. Es curioso ver al personal de las diferentes bases paseándose por las calles con su equipación correspondiente, parece una villa olímpica donde se pasean las diferentes selecciones conjuntados con el miso chándal.
En Punta Arenas nos embarcamos en el buque de la Armada Las Palmas con la intención de llegar a la península Antártica cruzando el famoso Canal de Drake. Antes de salir al Pacifico, se ha de recorrer en dirección oeste-este el canal Beagle durante más de una jornada de navegación. Yo llevaba mucho tiempo queriendo conocer, aunque fuese desde el barco este paisaje de mar y montaña. Aparte de ser extremadamente bello, esta zona cuenta con una historia rica y particular, llena de aventuras, exploración y hazañas que superan cualquier película de aventuras.
En 1826 el buque de su majestad británica Beagle capitaneado por el más tarde almirante Fitz Roy fue enviado por el Almirantazgo a levantar un mapa hidrográfico de las costas meridionales desconocidas de América del Sur. La obra que llevaron a cabo durante los siguientes años fue importantísima y en ella se dibujó el intrincado perfil de esta costa dando nombre a bahías, cabos etc. En cierto momento el buque fondeó frente a la costa de una aparente isla y envió a otra nave más pequeña a explorar lo que parecía una estrecha bahía protegida por altas montañas. Después de mucho tiempo de espera las naves regresaron por el sudoeste dando a conocer que la aparente bahía era en realidad un largo y estrecho canal paralelo al de Magallanes por el sur y flanqueado por una cordillera que se extiende de este a oeste. Dieron a este canal el nombre del barco, Beagle (sabueso). En este mismo barco viajaría al cabo de dos años el famoso naturalista inglés Charles Darwin, acompañado de nuevo por Fitz Roy y un grupo de indios fueguinos “civilizados” tras esos dos años de entrenamiento en Inglaterra, pero esa es otra historia...
Recorrimos el canal Beagle con tiempo despejado y de día, lo cual es una enorme suerte. La costa está sembrada de frentes glaciares que caen al mar y montañas escarpadas. Hay que aprovechar esta jornada de navegación para salir a cubierta y ver el paisaje porque, una vez que se salga a mar abierto, el barco quedará cerrado y empezará el mambo.
Este mar es uno de los peores del mundo. No en vano venden, en los lugares turísticos de estas zonas, cartas náuticas históricas donde se señalan los lugares en los que otros barcos han naufragado. El icono de naufragio mancha como una plaga el papel de estos mapas. Barcos de todos los tiempos descansan en el fondo de estas aguas en sus intentos por doblar el Cabo de Hornos o simplemente por aproximarse a la multitud de islas que conforman el laberíntico paisaje. En el puente de mando del buque Las Palmas cuelga un cartel con imágenes de la escala Douglas, usada por los marinos para graduar el nivel de oleaje y estado de la mar, cada foto está acompañada por una breve descripción. Los últimos niveles poseen los nombres más gráficos y que más me gustan: arbolada, montañosa y enorme. En “enorme” la foto es totalmente blanca y no se ve nada.
El barco en el que navegamos es el más pequeño de todos aquellos que abastecen bases en la Antártida, es antiguo y lleva en sus motores decenas y decenas de Drakes. Para tranquilidad mía todo el mundo dice de él que navega muy bien o “es muy marinero”. De momento todo está tranquilo pero se anuncia mar arbolada. Tras dudarlo no poco tiempo, el comandante decide atracar en Puerto Williams y esperar a que mejore la situación.
Puerto Williams es realmente el núcleo urbano más austral del globo, eso si no tenemos en cuenta las grandes bases antárticas donde hay hasta Mc´Donalds y cajeros. Se encuentra al norte de la isla Navarino, muy cerca de donde se fundó la primera misión en el siglo XIX, el primer asentamiento “civilizado” en esta zona. Tuvimos algo más de 24 horas en este pueblo militar-pesquero y aparte de hacer una pequeña excursión, pudimos probar unas empanadas de carne de un supermercado, famosas en el sur de Chile por estar buenísimas.
Con un mejor pronóstico en el parte meteorológico salimos de Puerto Williams el día nueve de noviembre en dirección este para cruzar el Canal de Drake y llegar a la Antártida. Tuvimos suerte, mucha suerte. Lo primero que aconsejaban los veteranos del Drake en cuanto uno sube al barco es pillar una buena litera, hacer acopio de comida y agua para tres o cuatro días y confiar en que no sea el mar demasiado malo. Lo más probable es que una vez se salga a mar abierto te pases los tres días encerrado en tu camarote sin posibilidad ni ganas de salir. En nuestro caso no fue así y pudimos ir al comedor a comer y cenar y vernos una peli tras otra, yo aproveché para acabarme mi libro. El viernes 14 a eso del mediodía avistamos tierra.
Desde entonces hasta hoy la tarea que hemos realizado ha sido la de abrir la base, cerrada a cal y canto durante el invierno. Hoy hemos tenido nuestro primer día de descanso, son las diez de la noche y veo por las grandes ventanas del comedor de la base como se empieza a levantar viento, la bahía se está llenando de de hielo. En el cielo los charranes recortan su silueta con las luces plateadas de la noche, es el ave que tiene la migración más larga: recorre incansable el globo buscando los veranos de ambos polos.
Hilo Moreno
Del blog de Hilo
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