domingo, 6 de abril de 2008

La vieja Patagonia (2)

Una gira por el sudoeste de Chubut para visitar poblados donde el tiempo se detuvo hace 50 años. Sarmiento y su bosque petrificado, Río Pico y el Lejano Oeste, Alto Río Senguer con sus lagos Fontana y La Plata, y una serie de pueblitos perdidos tierra adentro, al margen de las grandes afluencias turísticas.


El bosque petrificado


Desde Comodoro Rivadavia hasta el pueblo de Sarmiento hay apenas 140 kilómetros de pavimento, y a la hora y media de viaje aparece a la derecha el lago Colhue Huapi.
La razón principal para visitar el pueblo es el Area Protegida Bosque Petrificado Sarmiento. Se llega por un camino de tierra con un paisaje “lunar” a los costados, al que los troncos desperdigados aquí y allá le dan un aura prehistórica, como si en cualquier momento fuese a aparecer un pterodáctilo volando sobre una lomada. La aridez del terreno es la antítesis de lo que fue este suelo hace 65 millones de años, cuando lo cubría una selva subtropical poblada por megafauna y árboles que superaban los 100 metros de altura. Sin embargo, hoy no crece siquiera un mínimo pastito.

Naturaleza virgen en el lago La Plata, famoso por la pesca de truchas.

¿Qué pasó hasta llegar a esto? Nada menos que el surgimiento de la Cordillera de los Andes, lo cual se produjo cuando la placa de Nazca chocó con el continente americano debajo del océano, a la altura del actual Chile. El choque fracturó las entrañas de la tierra elevando las montañas, y la actividad volcánica convirtió a aquel primitivo paraíso en un infierno humeante donde la vida fue quedando sepultada bajo las cenizas. Sin embargo, el impacto más grave para el ambiente fue que los vientos húmedos del Pacífico fueron frenados por la cordillera, donde descargaron toda su humedad en las laderas para llegar secos a la estepa. La meseta patagónica quedó condenada entonces a ser un desierto, acaso para siempre.


Los árboles del actual Bosque Petrificado habrían sido tapados por los sedimentos que arrastraban los ríos o quizá por la ceniza volcánica de las bocas de fuego. Al quedar bajo tierra –sin oxígeno y sin bacterias que los degradaran–, los troncos se fueron impregnando con el sílice de las cenizas que arrastraba el agua filtrada en la tierra, petrificándose así a lo largo del tiempo.

Fuente: Página/12

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