sábado, 5 de abril de 2008

Crónicas desde la Antàrtida: Puerto de Castores


Miguel Ängel Otero Soliño Vista del canal del Beagle desde el coqueto cementerio de Puerto Williams
Tras una corta estancia en puerto regresamos a la mar con la sensación de quien sabe que estamos dando los últimos pasos de la fase operativa de nuestra campaña, solo nos quedan dos bajadas de muy corta duración antes de poner rumbo a casa, de hecho prácticamente nos quedan más días de Drake que de presencia real en la Antártida.
Mi despertar para unirme a la guardia coincide con el paso del buque por las cercanías de la localidad más meridional del planeta: Puerto Williams. Situado al norte de isla Navarino, este asentamiento cuenta con cerca de 2.000 habitantes de los cuales prácticamente la mitad dependen directamente o indirectamente de la armada chilena, que ha instalado en la isla la Comandancia Naval del Beagle; el resto, incluido los últimos descendientes de la tribu de los Yamana, dependen de la explotación pesquera y ganadera.
Alejado de las rutas turísticas, apenas cuenta con visitantes foráneos y por aquello conserva una esencia única de poblado provisional con cierto aire militar que no se atreve o no puede crecer más. Las viviendas muestran un contraste extraño así en los barrios propiamente militares las casas lucen pulcras y sobrias, mientras que en las restantes barriadas los materiales reciclados de toda índole y origen se combinan con la madera y chapa en una sobredosis de originalidad artística y afán de supervivencia. Las calles carentes de acera y sin asfaltar configuran un diseño geométrico en la medida que el desnivel lo permite. Caótico por momentos, monótono en ocasiones, Puerto Williams exhibe una autenticidad sorprende.
Es una comunidad aparentemente cerrada en la que se conoce todo el mundo, pero a la vez como consecuencia de su carácter castrense, existe una renovación constante de personal ya que se trata de un destino en el cual la gente no opta a permanecer mucho tiempo. Una sensación de eterna eventualidad marca el destino de sus amables y confiados pobladores.
La principal conexión con el exterior es un pequeño aeródromo que enlaza a través de un vuelo diario con la ciudad de Punta Arenas; en el resto un buque les trae materiales y víveres de forma semanal, existiendo una línea que comunica con la cercana Ushuaia. Su minúsculo muelle de madera solo permite dar cabida a unas pequeñas patrulleras y de hecho son pocos los buques que han amarrado en sus instalaciones a lo largo de la historia.
Curiosamente nuestro buque ha sido uno de los privilegiados en conocer este recóndito lugar, siendo el primer navío español en atracar en la localidad. Puerto Williams no se incluye en nuestros planes de campaña ya que carece de la infraestructura portuaria necesaria para el realizado de nuestras habituales labores de logística, pero el año pasado como consecuencia de una serie de enrevesadas circunstancias (un temporal de olas de 12 metros en el Drake, la imposibilidad de poder atracar en Ushuaia y la consideración hacia los prácticos chilenos que nos acompañaban desde Punta Arenas) disfrutamos de cuatro días en este curioso paraje.
Fueron días de naturaleza y deporte ya que no existían muchas más ofertas de ocio, de hecho los escasos bares y restaurantes quedaron desbordados ante nuestra presencia. En uno de estos restaurantes ofrecían carne de castor, al preguntarle al dueño al respecto comento que la tenían en el menú para los turistas ya que en la localidad era raro que alguien la comiese.
Los castores (Castor canadienses) son una especie propia de los ríos de EE.UU y Canadá que fue introducida en la región por la industria peletera en el año 1946, extendiéndose como la pólvora gracias al combo constituido por unos hábitats ribereños óptimos y la ventaja evidente de la ausencia de depredadores.
El número actual en la confluencia de la isla Grande de Tierra de Fuego, isla Navarino y otras pequeñas islas abarca un número superior a los 150.000 ejemplares, una autentica plaga que produce importantes daños en el ecosistema de la zona, no solo debido a su dieta basada en ricos brotes sino también por su capacidad de modificación de los ríos al crear diques, creando zonas de agua estancada, ambiente ideal para el desarrollo de la vida de los castores.
Como consecuencia de los efectos sobre las especies ribereñas, se están adoptando medidas destinadas a su control, así por ejemplo en el Parque Nacional de Tierra de Fuego han establecido trampas selectivas para el control de las poblaciones y fuera del parque se permite su caza, de hecho algunos comentan que el gobierno paga 10 pesos argentinos por cada animal abatido aunque realmente no he podido certificar si esta medida existe como tal.
Uno de los problemas primordiales para el control o exterminio de esta plaga, emana principalmente de la simpatía que este animal transmite al hombre, de hecho diversas agencias ofrecen y con mucho éxito visitas guiadas a las castoreras, no siendo extraño ver por las calles de Ushuaia a un hombre disfrazado de castor que ofrece actividades de aventura y cobrando unos pesos por una foto graciosa. Sus defensores argumentan que la presencia del roedor supone un valor añadido a la economía local, que los lugareños ya se ha adaptado a su presencia y además ellos no deben pagar con su muerte las consecuencias de los errores humanos.
Los detractores opinan que estas empresas se mueven simplemente por cuestiones económicas y le es indiferente la conservación de la naturaleza, siendo el empeño por conservar al castor una fuente de amenaza para muchas especies autóctonas. También argumentan que el hecho de que la gente se haya acostumbrado a su presencia no es motivo razonable para la no actuación, siendo necesaria una actuación radical para corregir las faltas de nuestros antepasados.
La situación en la que se encuentran los servicios de protección de la naturaleza de Chile y Argentina es realmente compleja, al tener que actuar contra una especie emblemática, turísticamente rentable y siendo el exterminio masivo la opción ambientalmente más correcta. Aquella tarde en Puerto Williams hubo interesados en comer carne de castor, pero el restaurante en esta ocasión tenía vacio el stock, con todo el dueño nos comentó que últimamente era muy difícil obtenerla, ya que al parecer en la isla Navarino, al estar ajena a las presiones turísticas, las medidas de control de la especie estaban dando buenos resultados. En un contexto regional la situación no esta tan clara y de hecho me resulta de gran interés conocer cómo termina esta telenovela de amor y odio hacia un roedor.
Miguel Ángel Otero Soliño
La Vanguardia.es

No hay comentarios: