Hace pocos días, los medios caracterizaban el paro patronal del campo como un nuevo Grito de Alcorta. En idénticos términos se expresaba la Federación Agraria Argentina, organismo que nuclea a los “pequeños productores” del campo, uno de los conceptos más vaciados últimamente en la escena política y mediática nacional. ¿Pero que fue realmente el Grito de Alcorta?
Había una vez un pequeño productor rural…que ya no existe. Eran los chacareros de origen criollo, mestizo, descendientes de “indios amigos” o “rusos” inmigrantes pobladores del litoral de Santa Fe, Córdoba, Buenos Aires y La Pampa que hacia 1912 vivían una precaria situación trabajando en tierras que los grandes terratenientes le cedían a cambio de un elevado alquiler. Estos arrendatarios eran efectivamente pobres del campo, más cerca del proletariado rural que trabajaba en las grandes propiedades de la Patagonia edificadas sobre el despojo, la matanza y la exclusión de los pueblos originarios, que de la gran burguesía rural que vivía del círculo de acumulación de capital producido por una sencilla ecuación: cuantas más vacas y granos se exportaban al mercado mundial más subía el precio de la tierra, y en consecuencia la oligarquía argentina construía su base de poder gracias a la concentración de la gran propiedad y al boom de precios de las materias primas en el mercado mundial.
Una combinación de sequías, la desaceleración del crecimiento primario exportador que comenzaba a minar la utopía del granero del mundo, junto con la evolución de la protesta social en las grandes ciudades, provocó una rebelión de las clases no propietarias del campo. Al grito de “La tierra para quien la trabaja”, la primera huelga agraria de la Argentina reclamaba la baja de los alquileres rurales y la condonación de deudas usurarias, entre otros reclamos.
El paro era el punto más alto de un conjunto más amplio de protestas que había arrancado en Buenos Aires con la célebre huelga de inquilinos en 1907 y una huelga de arrendatarios de origen ruso, alemán, judíos y rumanos en 1910.
El Grito de Alcorta se escuchó desde el 25 de junio de 1912 en el corazón del modelo agropecuario exportador del país. Una pequeña historia nos puede ayudar a mostrar las diferencias entre aquel conflicto y el actual.
La anarquista Federación Obrera Regional Argentina (FORA), hizo causa común con los arrendatarios. En el municipio santafecino de Máximo Paz, cerca de Alcorta, uno de los referentes más queridos de la huelga era un chacarero anarquista llamado Francisco Capdevilla. Nacido en Cataluña, la persecución política en España lo obligó a refugiarse en Argentina, donde se afilio a la FORA y estuvo a punto de ser deportado por la Ley de Residencia. Para bajar su nivel de exposición por un tiempo, se afincó en Máximo Paz, donde ofreció su fuerza de trabajo a una empresa de subarrendatarios. Poco tiempo después hizo contactos con los chacareros de Firmat, que ya se habían sindicalizado. Pronto contribuyó a la organización de los pequeños agricultores explotados por el gran capital agropecuario extranjero y nacional.
Uno de los impulsores de la huelga de 1912 lo recuerda así: “No quiero que ustedes se olviden de Capdevilla. Era hombre de acción y estaba dotado de una extraordinaria capacidad para la lucha gremial y social, pues sabía y conocía bien el arte de organizar a las masas obreras y campesinas. Era, además, buen orador. Tenía talento y conocía teórica y prácticamente la ciencia del sindicalismo. Sin él, seguramente, la huelga en distintas localidades de la provincia, no hubiese tenido ese sabor popular que le caracterizó. Era un hombre de ideas claras. No obstante su condición de anarquista tenía conciencia de clase. Le oímos decir que había leído obras de los clásicos de socialismo, especialmente a Carlos Marx y Federico Engels”.
La protesta logró que algunos empresarios rurales rebajaran los alquileres y las deudas que empobrecían a los chacareros, amen de que la principal secuela de este conflicto fue la aparición de la FAA, que a duras penas podía sostener las conquistas arrancadas a la oligarquía. A pesar de la moderación de los reclamos, los grandes propietarios buscaron su revancha. Varios dirigentes de la protesta fueron desalojados de las tierras que arrendaban. Francisco Netri, el abogado que defendía a los chacareros fue expulsado de la universidad y asesinado en Rosario hacia 1916. Un año después caía muerto en Firmat el dirigente agrario anarquista Francisco Menna.
Al Grito de Alcorta le sucedió otra gran huelga rural a fines de 1918, que coincidió con los enfrentamientos urbanos de la Semana Trágica en 1919. El punto más alto de este ciclo se dio en 1921 también en el campo, cuando el Ejército masacró a varios centenares de peones rurales de Santa Cruz en huelga, en un escenario diferente donde el latifundio generaba una estructura de clases en un campo sin chacras, con los asalariados como principales sujetos de la protesta. Jean Chesneaux afirmaba que “Si el pasado cuenta es por lo que significa para nosotros”. Ahora bien, reconocer este pasado no tiene nada que ver con su exaltación romántica en un escenario diferente, donde los enemigos de ayer –los grandes terratenientes de la Sociedad Rural- son los aliados de hoy. El “pequeño productor” auténtico hoy está más cerca de los movimiento campesinos como aquellos de Córdoba y Santiago de Estero que de buena parte de los afiliados a la FAA, los mismos que ya no son arrendatarios sino rentistas, o los que exigen el desalojo de los ocupantes sin tierra.
Al mismo tiempo, el reflujo de los movimientos populares urbanos desde fines de 2002 impide la alianza entre los pobres del campo y de la ciudad. Los problemas del asalariado rural o la marginación de los pueblos originarios se oculta prolijamente detrás de los reclamos de los chacareros de la 4X4 que se desplazan por grandes extensiones de tierra y “necesitan” ese medio para subsistir -del mismo modo que Cavallo sus 10.000 dólares en los 90-. El presente nunca es igual al pasado, aunque se le parezca.
Fuente: Prensa de Frente
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