miércoles, 18 de mayo de 2011

Los 'secuestradores' de CO2


A partir de la revolución industrial la cantidad de dióxido de carbono (CO2) emitido a la atmósfera comenzó a incrementarse paulatinamente, en la actualidad, tras 250 años de consumo de combustibles fósiles, las concentraciones han llegado a niveles que muchos califican de insostenibles. Disminuir y secuestrar este gas de efecto invernadero es la principal consigna para mitigar el fenómeno del calentamiento global. Pero ¿cómo? Quizás, porque nuestro planeta en su gran mayoría es agua, parte de las soluciones se están buscando en los océanos.

Los mares absorben ingentes cantidades de dióxido de carbono –se calcula que un 30% del que anualmente se emite a la atmósfera– y en todo este proceso una de las piezas claves es el fitoplancton. Estas pequeñas comunidades de microalgas arrastradas por las corrientes marinas necesitan para crecer CO2, entre otros nutrientes. Aplicando una sencilla regla de tres, podría deducirse que si lo producimos masivamente se incrementaría en la misma proporción su capacidad de absorción de CO2, por lo que una posible solución sería controlar el ciclo fitoplancton.

Hace unos 25 años al científico estadounidense John Martin se le ocurrió añadir hierro (Fe) a unas botellas de agua procedentes de la Antártida y se produjo una proliferación de fitoplancton, lo que se conoce como bloom o florecimiento, y dedujo que el elemento limitante era el hierro, por lo que si este mineral se vertía al mar los organismos microscópicos se multiplicarían, atrapando más dióxido de carbono al realizar la fotosíntesis, transportándolo al fondo submarino una vez estos hayan muerto y acabando, en definitiva, con el problema del calentamiento global.

Pero ¿es cierta esta hipótesis o se asemeja más al cuento de la lechera en el que un paso mal dado puede acabar en desastre? Los científicos están intentando estudiar a través de experimentos controlados y a pequeña escala diferentes métodos, para conocer los posibles impactos medioambientales y efectos secundarios que podrían llegar a entrañar este tipo de intervenciones, Y una de las vías en las que se han invertido cientos de millones de dólares son las fertilizaciones con hierro en determinadas zonas del océano.

«Tras los investigadores, las empresas también se interesaron por los resultados de estos estudios», explica Antonio Tovar, químico del departamento de Investigación del Cambio Global del Instituto Mediterráneo de Estudios Avanzados (IMEDEA), «ya que la captura CO2 podría abrir otro espacio para el mercado de créditos de carbono. Se trataría de algo tan sencillo como págame un tanto por ciento y yo disminuyo las emisiones con fertilizaciones de hierro (nace la geoingeniería). Todo esto sin saber las repercusiones medioambientales, de ahí la polémica y que las organizaciones ecologistas estén en contra».

Tovar lideró la participación española en el proyecto germano-indio LOHAFEX (loha en Hindi significa hierro), la última campaña científica que buscaba probar si esta técnica podría ser efectiva. «Se planificó en condiciones especiales, comenta este investigador, colocamos trampas de sedimentación para captar partículas de carbono en profundidad y ver si realmente el método funcionaba. Además fue mucho más larga de lo normal, se prolongó durante dos meses y medio –generalmente duran la mitad–, pero las presiones que el gobierno alemán recibió por parte de grupos ecologistas pararon la campaña. Y, aunque al final se le dio luz verde, porque mostramos informes científicos argumentados, tuvimos que desplazarnos hacia el norte por encima de la península antártica».

«El fitoplancton para crecer necesita CO2 y otros nutrientes como nitritos, nitratos, fosfatos, hierro o luz, por lo que para realizar este tipo de experimentos se buscan áreas del océano donde haya un exceso de todos estos compuestos, añade Tovar, y una de los lugares más idóneos es la Antártida, –una zona con una abundante disponibilidad de nutrientes, pero con déficit de hierro–. Desde un barco se arrojaron 20 toneladas de Fe y mediante medidas químicas en agua y fotos satélite se siguió la proliferación fitoplancton en un trozo minúsculo del océano».

Pero según este investigador, después de varios experimentos de este tipo llevados a cabo en los últimos 15 años se ha llegado a una serie de conclusiones. Si bien, en principio, funcionan para producir masivamente un bloom de fitoplancton, surgen toda una serie de incógnitas que, lo más probable, es que en su mayor parte queden en el aire debido a las fuertes restricciones impuestas a estos proyectos y a la crisis económica.

«Quedan muchas fichas por colocar, la principal duda es que sucede con el CO2 que incorporan, porque no se ha demostrado aunque vaya al fondo. Por otro lado el zooplancton (seres que se alimentan de materia orgánica ya elaborada) juega un papel crítico, porque se alimenta del bloom generado y no deja que el CO2 secuestrado acabe en el fondo. Además los estudios preliminares derivados de esta última fertilización oceánica indican que, a medida que el fitoplancton consume el hierro añadido aparecen otros elementos que pueden llegar a ser limitante (como por ejemplo el silicato u otros elementos traza como el cobalto) y las incógnitas están ahí.

Lo que se ha detectado es un aumento de la biomasa fitoplanctónica –mayor en las capas más superficiales y cálidas del océano– y en general, un cambio en las especies de fitoplancton dominante –aumentando las más grandes en detrimento de las más pequeñas–.

Sobre el Krill –pequeño crustáceo similar al camarón y que es la base de la cadena alimenticia Antártica– existen también numerosas incógnitas. «En los últimos tiempos –explica Tovar–, se ha descubierto que en las aguas antárticas hay niveles de plomo y plata elevados en la superficie que no se sabía de dónde provenían. En unos estudios sobre el krill se vio que sus productos de excreción son ricos en estos dos elementos además de hierro. Y es que estos pequeños crustáceos, continúa, se mueven en bancos que a su paso lo devoran todo, y al excretar van dejando tras de sí hierro que provoca un bloom».

Según este científico, existe una hipótesis no demostrada de que el krill siembra (mediante sus productos de excreción) crea un bloom, gira y se come de nuevo el bloom generado (hipótesis de siembra-cosecha). El hierro lo recicla y el plomo y la plata procede de las fumarolas antárticas que emiten cenizas y que son ingeridas por los bancos de este crustáceo en la columna de agua. «Está filmado con cámara que estas bandadas bajan hasta 1.000 metros de profundidad, se comen las partículas y las ponen en la superficie, por lo que tienen un papel crítico fundamental en la química marina. Un descenso drástico en las poblaciones de krill o la realización masiva e incontrolada de experimentos de fertilización con Fe podrían alterar el ciclo bioquímico de la Antártida, con repercusiones catastróficas para el planeta».

El Mundo

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