domingo, 15 de mayo de 2011

La Antártida, un destino entre el turismo y la conservación



Cerca de 70.000 personas visitan el continente helado cada año.

De noviembre a marzo operan cruceros que muestran paisajes y fauna.

El turismo podría cambiar los hábitos de los animales y contaminar las aguas.



Hasta hace unos años, la Antártida era un destino exclusivo para científicos y aventureros. El único continente deshabitado del planeta recibió en 1904 a los primeros equipos de investigación, que desde entonces han sabido desarrollar su trabajo en perfecta armonía con el entorno.

Un siglo después, ha llegado a la zona el turismo a gran escala, y lo ha hecho para quedarse. La Asociación Internacional de Operadores Turísticos de la Antártida calcula que cada año 50.000 personas visitan la zona, pero los investigadores que trabajan en el continente apuntan que pueden llegar a los 70.000. La comunidad científica no está en contra de que se realicen visitas, pero advierte que la falta de control sobre esta actividad comercial puede acabar por desequilibrar este frágil ecosistema. Como medida preventiva, se pide una regulación del sector.


Los tesoros del continente helado

La Antártida es el extremo sur del mundo. Coincide prácticamente con el Círculo Polar Ártico y tiene 14 millones de kilómetros cuadrados de tierra firme y plataforma de hielo. Por ahora sólo se puede ver un poco de tierra en zonas costeras durante el verano austral, por eso la temporada turística es entre los meses de noviembre y marzo, cuando casi no existe noche.

Las zonas más visitadas del continente son el Mar de Ross, donde se dirigen los cruceros que parten desde Nueva Zelada y Australia, y la península Antártica, que es la continuación del continente americano. El puerto argentino de Ushuaia centra casi toda la actividad turística que cubre la zona, pero Chile ha anunciado recientemente que va a intensificar sus esfuerzos para explotar este destino.

Desde la punta del cono sur zarpan barcos que en dos días llegan a la Antártida. El Pasaje de Drake es la ruta obligada para los cruceros que cubren este recorrido, que suelen parar en la volcánica Isla Decepción, donde hay baños termales abiertos al público. Las excursiones pueden incluir visitas a bases científicas, pero el mayor interés de los turistas está en su naturaleza.

Aunque toda la costa es impresionante por sus formaciones de hielo, en las rutas se suelen destacar los canales Neumayer y Le Maire, la Bahía Paraíso y el estrecho de Gerlache. En estos dos últimos lugares se pueden avistar ballenas. Y es que, además de los paisajes helados, quienes hagan el recorrido podrán ver animales característicos de esta zona, como lobos y elefantes marinos, focas de Weddel y cangrejeras, y diferentes clases de aves, entre ellas al menos seis tipos de pingüinos.

La duración de los viajes suele ser de 10 días, pero dependerá de la ruta contratada. En estos momentos, los operadores ofrecen desde viajes de lujo hasta paquetes de turismo aventura, que incluyen trekking, buceo, travesías en kayak e incluso excursiones para ver territorios más allá del Círculo Polar Ártico.


Turismo sí, pero regulado

Aunque la llegada de turistas no es masiva como en otros lugares del planeta, el impacto de los visitantes se está empezando a notar. No se trata de daños irreparables a día de hoy, pero son toques de atención que pueden ayudar a replantearse la actividad turística de forma que se pueda mantener reduciendo al mínimo sus consecuencias negativas.

Uno de los puntos que preocupa a los científicos es que casi todos los cruceros suelen hacer los mismos recorridos y desembarcan en las zonas libres de hielo en verano, que son también las elegidas por los animales para reproducirse. La presencia humana puede acabar cambiando los comportamientos de los grupos, que en algunas zonas ya son un poco diferentes. En el litoral se han encontrado basuras, probablemente arrojadas por pesqueros, y se ha comprobado el daño que hacen sobre los microorganismos las pisadas humanas.

Otro motivo de preocupación es la cantidad de barcos que operan en la zona que, en ocasiones, no son los modelos más adecuados para navegar en estas aguas. Un accidente de cualquier nave, además del riesgo para sus ocupantes, puede provocar vertidos de combustible con consecuencias irreparables. A esta circunstancia se une la complicación de que los cruceros ofrecen cada vez visitas más exclusivas y, por lo tanto, más arriesgadas.

Los científicos no han tomado una posición en contra del turismo, ya que los viajes a esta zona protegida pueden ser una forma de sensibilización en temas medio ambientales. Sin embargo, piden que se regule convenientemente el sector certificando a los guías, limitando el número de cruceros y vigilando que no desembarquen en zonas prohibidas.

20minutos, España

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