domingo, 26 de diciembre de 2010

La científica que veranea en carpa en la Antártida Argentina

Doctora Andrea Concheyro


Ella y su equipo de trabajo son llevados desde la Base Marambio en avión o helicóptero según el recóndito sitio de territorio congelado a explorar donde son dejados y serán buscados dos meses más tarde, luego de recolectar material con el fin de reconstruir el ambiente marino de esas latitudes hace más de 60 millones de años.


Las palabras “se veían” en la carpa. «Hablábamos y la respiración se condensaba de un modo que parecía niebla», recuerda la doctora en geología Andrea Concheyro. «Me muero de frío, me dijo mi compañera esa noche. Y le contesté: «No puede ser si la bolsa de dormir soporta 30º C bajo cero. En eso miramos el termómetro y marcaba 36,5º bajo cero”, agrega.


De alma docente, risa entusiasta, ella que no tiene hijos sólo exhibe su coquetería para lucir con orgullo - casi de madre -, la camisa que le regalaron sus alumnos.


Sin maquillaje, su cara no expresa rastros de tempestades polares, pero dos dedos de su mano perdieron sensibilidad por congela-miento como consecuencia de permanecer minutos sin guante a la intemperie en el frío austral. De imparable verborragia, Concheyro parece acostumbrada a hacer varias cosas en simultáneo sin perder el humor y con la energía propia de los pioneros.


“En mi paso por el Instituto Antártico Argentino, nunca he sido discriminada por ser mujer. Siempre - precisa - he sido respetadí-sima por mis compañeros. Es difícil porque es un ambiente francamente de hombres. Esto significó que de jovencita he tenido que hacer no digo proezas, pero casi.



Mostrarme imbatible.

Una no se podía quebrar ni física ni psicológicamente, aunque luego fuera a la carpa y estuviera muerta hasta el día siguiente. Por otro lado, debía mostrar que mantenía una línea de conducta, y sostenerla a lo largo de los años. Esto es lo que te da todo el crédito para que la gente te respete, te considere».


«El primer día que se llega a la Antártida -indica- uno se muere de frío. Se sale de Buenos Aires con 40 grados de calor con destino a Río Gallegos, en Santa Cruz. Allí se aborda un avión Hércules y a las tres horas y media ya estás en Base Marambio, a 10º bajo cero. Es decir, en menos de un día se atraviesa una amplitud térmica de 50 grados».


Como jefa de grupo, «Andreita» como la llaman los que la conocen desde hace veinte años en esas latitudes, toma bajo su responsabilidad todo el aprovisionamiento para los dos meses de campamento, carpas, combustible, mochilas, bolsas de dormir, alimentos, herramientas, equipos de radio, generador de electricidad conforman parte del equipamiento provisto por el Instituto Antártico Argentino dependiente de la Dirección Nacional del Antártico.


La casi totalidad del continente blanco está cubierta de hielo, si éste desapareciera en su totalidad, los océanos se incrementarían en varios metros su nivel actual. Hoy, la Antártida actúa como un refrigerador de la Tierra y regula tanto las corrientes oceánicas como el clima mundial, según señala.



Jornada laboral

A las siete y media u ocho de la mañana comienza el día. «A veces, hay que ser muy valiente para salir a la mañana de la tibia bolsa de dormir, porque puede hacer 18 grados bajo cero o menos dentro de la carpa. Es un momento duro», menciona. «El domingo puede ser un martes o un miércoles porque - explica - el día de descanso es el de tormenta». Si amanece con buen tiempo preparan las mochilas con las herramientas de trabajo y fiambres junto con bebidas para un almuerzo frugal que cortará una jornada de diez a doce horas de exploraciones de campo.


Hoy, el equipo recorre a pie lo que fue un océano hace millones de años. «Yo estudio nanofósiles calcáreos, que son escudos de algas que formaron parte del plancton de los últimos 195 millones de años. Cuando muere el alga, las placas caen al fondo del mar y eso es lo que analizamos», precisa. Cualquiera podría pasar por delante de estos fósiles sin que le llamen la atención, sin embargo, los especialistas obtienen de ellos datos valiosísimos. «Podemos saber las condiciones de los océanos del pasado como la edad, la temperatura, la salinidad, la profundidad o el nivel de oxígeno. Se trata de reconstruir como fue el ecosistema. Al conocer el cambio climático del pasado, se puede hacer una predicción hacia el futuro».


La Isla Ross guarda un tesoro inigualable. «Esa zona - indica - constituye una cuenca de 6000 metros de espesor de sedimentos marinos que representan gran parte de las edades geológicas. Es una secuencia única para el Hemisferio Sur por sus características».«Yo nací en Pompeya, a cuatro cuadras del Riachuelo», señala como para demostrar que es porteña de nacimiento, aunque antártica por adopción.


«Viví de pequeña el espíritu de solidaridad de grupo. Sé que lo que uno no haga, joroba a los otros. Tu propia vida depende del otro y tenés que poder confiar en él. O al revés, si tu compañero se cae en un grieta, lo tengo que salvar y hasta puedo morir en el intento», subraya. Claro que recién en la Antártida cada uno muestra quién es, y surgen facetas desconocidas hasta de sí mismo.


«Es un lugar que te encontrás con vos mismo. Semejantes paisajes te llevan siempre a una reflexión, a un balance personal. Es una experiencia tan fuerte que cuando se regresa hay un cambio de forma de pensar. A cada uno, la Antártida le sienta de modo diferente», dice.



Días de fiesta

Cada 22 de febrero, el día de la Antártida Argentina, Concheyro reitera con el fervor de siempre la misma ceremonia. «Con o sin ventisca cantamos el Himno Nacional Argentino junto a la bandera y decimos algunas palabras», cuenta. Oíd mortales, el grito sagrado de un puñado de argentinos que sienten orgullo de serlo. La ceremonia se completa con un humeante plato de lentejas con chorizo. «Bien rico y argentino», expresa.


Nunca tiene ganas de volver al continente, salvo que se entere que un ser querido la esté necesitando.Apasionada por la paleontolo-gía, la Antártida y agradecida por su destino, ella está a mano con la vida. «Si muero hoy, estoy hecha. He sido inmensamente feliz. He sabido sentir lo que es estar en plenitud”.


“Lo que sentí allá, no lo había sentido antes. Deseo a todos que tengan esta experiencia. Las personas empiezan a ver su verdadero potencial, porque aquí se está sometido a numerosas presiones y uno no se comporta como es», confiesa.


Es que a su criterio, este continente selecciona a almas afines. «En el mundo en que vivimos es muy difícil entrar en sintonía con personas que tengan los mismos valores. La Antártida va decantando a la gente y se quedan lo que están en la misma sintonía de forma de vida. Esto hace una comunidad bastante fraterna», concluye.


Fuente: Fundación Marambio

Prensalibre

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