"Se buscan hombres para un viaje peligroso. Sueldo bajo. Frío extremo. Largos meses de completa oscuridad. Peligro constante. No se asegura retorno con vida. Honor y reconocimiento en caso de éxito". Durante más de año y medio, los 27 intrépidos que acudieron a esta llamada sólo encontraron la nívea desolación del hielo antártico, hiriéndoles las pupilas cuando el sol brillaba y clavándoles copos afilados en los días de ventisca. Y sobrevivieron.
El autor de este reclamo para suicidas era sir Ernest Shackleton, un héroe expedicionario con quien se embarcaron en el buque Endurance en los primeros días de agosto de 1914, recién declarada la Primera Guerra Mundial, y que les rescató en Isla Elefante dos años más tarde, a finales de agosto de 1916.
La historia de esta expedición a la Antártida es uno de los últimos mitos románticos y procede de la enorme determinación y el espíritu inconformista y valiente de ese explorador de origen irlandés que, derrotado en la conquista del Polo Sur por el explorador noruego RoaldAmundsen en 1911, quiso devolver la grandeza a su país.
"Desde el punto de vista sentimental, es el último gran viaje polar que puede emprenderse. Será un viaje más importante que ir al Polo y creo que corresponde a la nación británica llevarlo a cabo, pues nos han derrotado en la conquista del Polo Norte y del Polo Sur. Queda el viaje más largo e impresionante de todos: la travesía a pie del continente", anunció el explorador.
Por entonces, Shackleton ya disfrutaba del título de sir concedido por la Corona británica, después de haberse quedado a 1.198 kilómetros del Polo Sur en la expedición Discovery, capitaneada por Robert Scott en 1901, y de haber dirigido la misión Nimrod, en 1908, abortada de nuevo, esta vez a 156 kilómetros del objetivo. Localizado el logro con el que desagraviarse, publicó un anuncio en los periódicos para reclutar a su tripulación. Y, a pesar de advertir de que era una misión insensata, respondieron más de 5.000 personas, con más aprecio al posible honor que a su propia vida.
El ‘Endurance' se hace a la mar
Un grupo de 27 elegidos se hizo a la mar en el Endurance, en un empeño que Shackleton quiso rentabilizar económicamente fundando la TransAntartic Film Sindicate para la explotación de los derechos de la expedición. Esa circunstancia permitió que subiera a bordo el fotógrafo australiano Frank Hurley, dispuesto, según sus compañeros, a cualquier hazaña para captar una buena instantánea.
Ya en ruta, el barco se abrió camino por el inhóspito Mar de Wedell, donde su travesía encontraría el problema fundamental de la misión, el que determinaría su suerte: el 18 de enero de 1915, a un solo día de su destino, quedaron atrapados por el hielo cuando se encontraban a apenas 160 kilómetros del continente helado. Durante los meses siguientes, aguantaron a bordo con estoicismo, matando el tiempo con actividades tan dispares como los partidos de fútbol documentados por la cámara de Hurley.
Pero la presión de la deriva de los bloques flotantes fue resquebrajando imparablemente la estructura del barco, abandonado minutos antes de su colapso definitivo, el 27 de octubre de ese año, después de que Shackleton izara la bandera azul entre las ovaciones de quienes habían sobrevivido a la navegación sobre sus maderas.
En ese momento, el líder de la expedición pensó en ganar a pie la tierra, situada a 460 kilómetros, pero la realidad de los paisajes congelados hizo imposible la travesía, obligándoles a crear el campamento Océano, donde esperarían el acercamiento provocado por la deriva del hielo. "Es imposible concebir, incluso para nosotros -escribió en su diario el fotógrafo- que estamos viviendo en una colosal balsa de hielo y que sólo cinco metros de agua helada nos separan de 3.000 metros de océano, mientras viajamos al capricho del viento y las mareas hacia Dios sabe dónde".
La debilidad del hielo les llevó a desistir de su empeño e inaugurar un nuevo hogar, el campamento Paciencia, poético anticipo de lo que les esperaba. Desde allí, partieron en tres botes salvavidas, el 9 de abril de 1916, a Isla Elefante, una de las etapas finales. El 24 de ese mes, Shackleton abandonó de nuevo sus costas en el bote James Caird, acompañado por los cinco marineros más experimentados y dejando atrás a los 22 miembros restantes de su grupo bajo las órdenes de Frank Wild, su segundo de a bordo y hombre de confianza. Su destino eran los centros balleneros de Georgia.
Un rescate milagroso
En una de las mayores hazañas de la navegación universal, tocaron tierra en Georgia del Sur 17 días más tarde. Tras un peligroso recorrido de 800 millas náuticas a pie por las zonas glaciares de un territorio sobre el que no existían mapas aún, alcanzaron el objetivo deseado y, reagrupados ya con los dos hombres que habían dejado al otro lado de la isla, comenzaron a organizar el rescate del resto de la tripulación del Endurance. Cuatro meses y varias intentonas fallidas más tarde, a finales de agosto de 1916, llegaron de nuevo hasta Isla Elefante, donde milagrosamente se mantenía con vida la totalidad de los hombres que completaban el grupo.
Su peripecia puede revivirse, hasta el 22 de marzo, en la exposición Atrapados en el Hielo, organizada en el Jardín Botánico de Madrid por la Obra Social de Caixa Catalunya, en colaboración con el Museo de Historia Natural de Nueva York.
La exposición, compuesta por 167 fotografías originales, varios documentos cinematográficos y una amplia variedad de complementos interactivos, permite al espectador hacerse a la idea de las condiciones en las que estos hombres sobrevivieron durante dos años. Así, podrá comprobar cómo es la luz del territorio antártico y el paso de sus estaciones, las peculiaridades de la navegación con sextante o las particularidades de la dieta de estos aventureros. Podrán, incluso, componer un menú con los víveres de su despensa, conocer sus valores nutricionales y compararlos con los de la alimentación actual.
Todo ello acercará al visitante a la figura de Ernest Shackleton, explorador incansable a quien la muerte sólo pudo alcanzar en el puente de mando de su barco, el 5 de enero de 1922, cuando se dirigía de nuevo a Georgia del Sur, donde permanece enterrado su cuerpo, para mejorar la cartografía de la Antártida.
Su figura es un paradigma del aventurero y de sus diarios emergió la imagen alucinada de quien se sentía acompañado por alguien irreal en sus largas travesías a través del hielo, recogida más tarde como inmortal tributo por el Premio Nobel de Literatura T. S. Elliot en La tierra baldía, un epitafio definitivo: "¿Quién es ese tercero que camina siempre a tu lado? / cuando cuento, sólo somos dos, tú y yo, juntos / pero cuando miro delante de mí sobre el camino blanco / siempre hay otro que marcha a tu lado".
Público.es
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