jueves, 12 de febrero de 2009

El optimismo destruye cuando no es sagaz

Cuando busco un médico, no pregunto cuál me dará el diagnóstico más optimista. Prefiero al que tenga la visión más precisa para entender mi malestar.


El diagnóstico debe ser exacto, la actitud viene después. El optimismo es un elemento crucial para enfrentar situaciones difíciles, pero no tiene que ver con el autoengaño. Un paciente requiere una actitud optimista para superar el cáncer, pero ningún médico responsable apostaría por inducir el optimismo alterando las pruebas de los antígenos.


El optimismo puede ser destructivo cuando no es sagaz. La expedición de Ernest Shackleton a la Antártida es reconocida como una de las grandes aventuras de supervivencia en la historia, gracias a su capacidad para superar circunstancias excepcionalmente adversas. El Endurance quedó atrapado en el hielo y Shackleton tuvo que abandonarlo. Se desplazó en trineo a través de un mar helado y luego construyó una barca. No habría sobrevivido sin una alta dosis de optimismo, pero éste no tenía que ver con la negación de la realidad, sino con el aprovechamiento de las exiguas oportunidades que había.


Pasamos del optimismo exuberante a un pesimismo que podría paralizarnos. Necesitamos encontrar un justo medio. En la economía y los negocios les va mal a los pesimistas, pero también a los extremadamente optimistas. “Minimizan los riesgos y cometen errores de cálculo. Producen rendimientos bajos”, dicen David Robinson y Manju Puri, dos investigadores de la Universidad de Duke, que se han especializado en la relación entre el optimismo y los resultados económicos.
Robinson y Puri no recomiendan el pesimismo. Los mejores resultados corresponden a optimistas moderados. Al optimismo excesivo oponen una versión moderada y realista.


A una empresa no le sirve que su director de ventas proyecte un aumento de 10 por ciento en un año donde la economía caerá 2 por ciento. A México le ayudó muy poco que el presidente y el secretario de Hacienda empezaran negando los riesgos de la crisis de Estados Unidos. La frase del catarrito todavía resuena.


El antídoto frente al catastrofismo de Slim y otros miles no es el optimismo miope. Al mal tiempo, realismo y buena cara. El mejor diagnóstico no es el que dice lo que el paciente quiere escuchar, sino aquel que indica mejor la ruta de la recuperación.

luismiguel.gonzalez@milenio.com

Milenio

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