sábado, 28 de febrero de 2009

Expedición sin límites al Polo Sur

Tres deportistas discapacitados recorren la Antártida durante 12 días


Cuando Jesús Noriega acercó su mano al mástil de madera que simbolizaba su llegada al Polo Sur, lo primero que se le pasó por la cabeza fue: "No puedo llorar porque se me congelarán las lágrimas". En vez de eso, Noriega y sus compañeros de expedición, Eric Villalón y Xavier Valbuena, se pusieron a dar saltos como niños en el emblemático final de su primera misión, aunque de manera un tanto torpe por los esquíes y por los trineos de 60 kilos a los que estaban atados.


Villalón tiene la capacidad de visión reducida a un 5%, Valbuena perdió su pierna derecha en un accidente de moto hace ocho años. Y a Noriega le falta la mano derecha desde que nació.
El planeta termina en el Polo Sur, pero para este grupo, llegar al punto más meridional del mundo era sólo el principio de lo que podría terminar siendo una contribución pionera a la comunidad científica y el trampolín para su asociación, Zero Limits.


Durante más o menos un mes, en enero pasado, la Expedición Polo Sur Sin Límites -en conjunción con la Obra Social de La Caixa y financiada, en parte, por la Generalitat de Catalunya- envió a ese grupo de deportistas discapacitados a conquistar el Polo Sur geográfico, sin ayuda animal ni motorizada, por primera vez en la historia. Después de varios días de viaje y de una parada de cinco días en el campamento base de Punta Arenas, en Chile -debida al mal tiempo-, el grupo y sus dos guías, Ramón Larramendi e Ignacio Oficialdegui, se pusieron por fin en marcha desde la latitud 88,39 sur en la Antártida. Pasaron los 12 días siguientes cruzando el terreno más abrupto del planeta en esquís durante varias horas al día, arrastrando sus provisiones en trineos y montando un campamento cada noche en el hielo.


El objetivo más acuciante para el grupo era llegar al polo superando cualquier obstáculo. Cualquier traba, además de las temperaturas de hasta 40 grados bajo cero y los vientos de 300 kilómetros por hora que arrecian en la inmaculada meseta antártica. Pero lo más importante es que, al hacerlo, querían ser una inspiración para todos aquellos que se enfrentan a sus propias limitaciones, para "demostrar las aptitudes de los discapacitados".


Hasta para los plenamente capacitados físicamente, sobrevivir aunque sea un día en un clima tan inclemente requiere un entrenamiento intenso, preparación y fuerza de voluntad. Durante un año y medio, entre las prácticas de entrenamiento del grupo estaba encerrarse en congeladores industriales para aumentar la resistencia al frío y arrastrar neumáticos por la playa para simular el peso de los trineos.


Valbuena, profesor de biología de enseñanza secundaria, nunca había emprendido algo tan exigente físicamente antes de esta expedición. "Las incertidumbres que tuvimos durante el primer tercio del viaje eran reales", explica. "Hubo momentos en los que dudabas de que fueras a conseguirlo. Antes de irte, todo el mundo te dice que todo va a salir bien. Piensan: 'Ya han hecho todo este trabajo hasta ahora, así que claro que van a llegar al Polo Sur'. Pero cuando estás ahí, no está tan claro".


Las metáforas de la supervivencia del más fuerte podrían parecer una exageración de no ser porque son muy precisas. En el Polo Sur, el agua se congela en segundos. La Antártida tiene una elevación media más alta que cualquier otro continente sobre la Tierra. La altitud, junto con sus extremas latitudes, produce una atmósfera tan ligera que el cuerpo debe someterse a un ajuste extenuante para trabajar con tan poco oxígeno. La hipotermia es un miedo constante y una realidad peligrosa. Cualquier cosa, desde comer y beber hasta montar una tienda, son actividades que se vuelven dolorosamente tediosas. Cualquier material que se cale, inmediatamente se vuelve inservible. El capitán R. F. Scott, el segundo conquistador del Polo Sur de la historia, que falleció junto con su equipo en 1912 en el viaje de vuelta a casa, hizo esta famosa declaración: "¡Dios mío! Este lugar es horrible".


De vuelta a Madrid, con traje y corbata, Noriega, que trabaja en mercadotecnia y admite la dificultad de reajustarse a la vida urbana, asegura que la sensación de riesgo extremo tiene una función unificadora. "Cuando Xavier, en el tercer o cuarto día, se encontraba tan cansado que se sentó en su trineo cuando estábamos montando la tienda y ni siquiera podía mover los brazos, nos dio mucho miedo. Piensas: 'Alguien puede morir aquí si no te das prisa".


En los primeros días de su viaje, las bromas sociables, propias del tiempo libre, se convirtieron en silencio y concentración. "Tienes que trabajar para pasar cada metro. Tienes que alcanzar la marca de una milla al día y terminar cada día. El Polo Sur parecía quedar muy lejos", explica Valbuena. Al principio del viaje, el cansancio dejó a este barcelonés prácticamente incapaz de moverse. Luego, en el viaje de vuelta, el muñón de su pierna derecha se congeló cuando se quitó un momento las cubiertas impermeables de su pierna ortopédica, un aparato que estaba diseñado especialmente para resistir el frío.


Villalón también se enfrentó a sus propios demonios físicos por el camino. Este hombre, un campeón paralímpico que ha ganado nueve medallas en la prueba de esquí, conoce bien los deportes extremos y el frío helador. Sin embargo, una enfermedad de estómago hizo que no pudiera comer durante los tres primeros días del viaje, un verdadero peligro, ya que en la Antártida recomiendan consumir raciones de comida después de cada hora de movimiento para reponer las calorías que quema una persona al mantenerse caliente. Esto terminó debilitándolo más que su discapacidad visual, que Villalón insiste enfáticamente en que no es algo importante.

"El exceso de protección, la compasión del resto de las personas, la autocompasión y la falta de voluntad para convertirnos en todo lo que podemos convertirnos son las mayores discapacidades a las que nos enfrentamos", asegura Villalón, que nació con una deficiencia visual y ve poco más que sombras y colores. "En mi familia, era uno más. Nunca le he dado mucha importancia a la cuestión de la vista", cuenta.


Villalón, Valbuena y Noriega coinciden en que lo que les ayudó a superar los retos fue el trabajo en equipo. Después de un año y medio de entrenamiento, viajes preparatorios a Groenlandia y un contacto constante entre ellos, los tres expedicionarios ya eran un grupo muy unido antes de salir. Para compensar al o a los miembros del equipo si algún día tenía problemas por las condiciones atmosféricas, el peso o sus propias deficiencias físicas, se turnaban para tirar de más kilogramos de peso y aligerar así la carga del otro. Al principio, con Villalón enfermo y Valbuena en su punto físico crítico, no fue fácil. Pero todos están de acuerdo en que ayudarse mutuamente era algo natural. "Muchas personas me preguntaban cómo había sido nuestra relación durante la expedición. Decían: 'Debéis de haberos enfadado'. Pero no pasó nada, no hubo ni un solo incidente", señala Valbuena. Villalón está de acuerdo. "Si había algún problema, ni siquiera tenías que preguntar: '¿Me puedes hacer esto?', porque ya estaba hecho", dice.


Para ellos, conquistar el Polo Sur no era sólo un ejercicio de búsqueda de aventuras, sino una operación científica. Cada día los exploradores recogían muestras del hielo de la Antártida, que luego conservaron y que se están estudiando actualmente en el Instituto de Ciencias Marinas (ICM) de Barcelona, que forma parte del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC).


Una de las piedras angulares de este proyecto es el famoso biólogo marino Josep María Gili, investigador del ICM, que ayudó a desarrollar el proyecto científico y lo está supervisando. Cuando la directora del proyecto, Montse García, apareció en la oficina de Gili, hace más de un año, difícilmente se esperaba una recepción tan entusiasta como la que le brindó el experto, que ella describe como su ídolo desde que era una estudiante de biología.


Gili cuenta que cuando García se presentó ante él, se dio cuenta de inmediato de la oportunidad que se le presentaba a la comunidad científica. Dadas las condiciones extremas del clima de la Antártida, los científicos suelen evitar ese tipo de riesgos físicos en su recopilación de datos, que es una de las razones por las que se sabe tan poco sobre lo que hay por debajo de la nieve en los polos.


El hecho de que los expedicionarios estuvieran dispuestos a cruzar cientos de kilómetros de la meseta antártica proporcionaba el telón de fondo perfecto para una toma metódica de muestras. Como explica Gili: "Aprovechamos la expedición para estudiar de verdad la Antártida". El grupo se entrenó de forma profesional antes de salir y el CSIC les proporcionó todo el equipo que necesitaban. En el transcurso de los 12 días tomaron muestras de hielo de la superficie, así como a un metro de profundidad, lo que debería representar las condiciones de hace 10 y 12 años y proporcionar una plataforma para realizar estudios de contraste.


Gili cree que los resultados van a ser reveladores. "Los polos son realmente un baremo del funcionamiento del planeta", explica. Los científicos del CSIC buscarán pruebas de contaminación orgánica, así como qué tipo de vida microbiológica podría sobrevivir allí. Gili considera que en la Antártida encontrarán pruebas sólidas de la huella que está dejando el hombre en la Tierra, porque "las zonas frías atraen y conservan los contaminantes". Este investigador opina que el efecto del hombre sobre el medio ambiente se revelará más profundo de lo que se imaginaba hasta ahora y que los esfuerzos del grupo, si los resultados confirman su intuición, subrayarán la necesidad de una investigación más a fondo. "Ya no usamos DDT pero, ¿habrá huellas de DDT allí?", pregunta. "¿En qué medida encontraremos plomo?", añade.


Mientras los expedicionarios estaban cavando zanjas para recopilar las muestras diarias, había muchos biólogos y aventureros en ciernes que seguían su progreso con interés. En el transcurso de los 12 días, la expedición realizó siete llamadas por satélite a clases en Barcelona, que se habían reunido en el Museo Cosmocaixa para seguir su progreso. Dos de las llamadas más emotivas, comenta Valbuena, fueron las que hizo a su clase de biología y a la clase de uno de estos niños.


La colaboración con los colegios constituye uno de los pilares de la asociación del grupo, Zero Limits, ahora que han vuelto a España. García, directora del programa y una de las personas que más enérgicamente han defendido la expedición, explica que el enorme interés y el apoyo que ha suscitado entre la gente joven les ha abierto los ojos. "Ves a niños que miran a estas tres personas con discapacidades sin una pizca de compasión. Dicen: 'Cuando sea mayor, quiero ser como tú".


Afirma García que desde su creación, el propósito de Zero Limits ha sido demostrar a la gente joven que las discapacidades físicas y sensoriales no se traducen en limitaciones y que el Polo Sur era la metáfora perfecta para probarlo. Espolear el interés de los niños por la ciencia era otro de los objetivos. Quizás el proyecto secundario más original de Zero Limits sea la creación de un juego de mesa para las clases que colaboraban, idea de García, que, en cuanto se resuelva el tema de la financiación, podría entrar en la fase de producción.


Con los tres exploradores de vuelta a su trabajo diario en España, queda por ver qué les depara el futuro como grupo. Gili asegura que le gustaría intentar repetir el éxito de la expedición, combinando la aventura extrema y la ciencia. Una idea sería hacer que grupos de deportistas discapacitados lleven medicamentos a partes aisladas del mundo, "quizás a lo más profundo del Amazonas", comenta Gili, un lugar en el que la gran mayoría de los investigadores probablemente tampoco estén muy dispuestos a aventurarse.


A Noriega, que afirma que esta experiencia con la aventura en grupo le ha hecho replantearse sus prioridades, le gustaría convertirse en instructor de buceo para niños discapacitados, "para darles la misma oportunidad que me han brindado a mí".


Naturalmente, todas estas cosas dependerán de la financiación y de los patrocinadores, pero el grupo, como siempre, es optimista. Después de todo, llegaron al Polo Sur. Y, por lo visto, el final de la Tierra podría no ser más que el principio.


El País

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