Lobos marinos toman sol frente a la costa de Bahía Bustamante
De las muchas caras de la Patagonia, existe una alejada de todo centro urbano y del turismo masivo. Es Bahía Bustamante, un apacible pueblito de 50 habitantes en la costa de Chubut, donde a la noche se corta la luz del generador eléctrico y todo se sume en el silencio más absoluto. Allí, las mañanas de verano son límpidas y radiantes, ideales para salir a navegar rumbo a los sitios donde se puede ver la nutrida fauna marina del lugar que incluye por ejemplo 60.000 pingüinos magallánicos y 3500 lobos marinos, por sólo nombrar las especies más comunes.
El sector costero de Bahía Bustamante y la Caleta Malaspina conforman una de las mayores reservas de aves y fauna en general de toda la Patagonia. Y se lo recorre con la Atrevida, una poderosa lancha con motor fuera de borda que se interna por sus recovecos. Se parte navegando por una tranquila ría –una entrada del mar en el curso de un río– para desembocar en la Caleta Malaspina, donde se navega sobre virtuales praderas de algas marinas. En la Caleta suelen apostarse las embarcaciones que “cosechan” algas y mejillones. Y finalmente, ya lejos de la costa, se llega al archipiélago de las islas Vernacci. En el trayecto van apareciendo colonias de lobos marinos, donde el “dueño” de un harén es capaz de permanecer hasta dos meses sobre un afloramiento rocoso sin ingresar al mar a comer, por miedo a que otro lobo lo desbanque de su privilegiado lugar. También los pingüinos –todos monógamos ellos, a lo largo de su vida– aparecen por millares en la costa y nadan como torpedos a los costados de la embarcación. Además, unos llamativos delfines con aleta blanca como las orcas alegran la excursión náutica con sus saltos y piruetas mientras las aves revolotean en gran número en torno de la Atrevida.
En las oquedades de los islotes anidan tres tipos de gaviotines: el real, el pico amarillo y el sudamericano. A vuelo rasante sobre las pingüineras acechan el skua y el petrel gigante, con sus dos metros de ancho con las alas abiertas. Una especie muy valorada es el colorido pato vapor, del cual se calcula que en Argentina existe una población de apenas 600 ejemplares, todas en esta zona. Viven en pareja toda la vida, 200 de ellas en la Caleta Malaspina, 50 en Bahía Bustamante y otras 50 en el archipiélago de Camarones. Lo singular de este pato es que no puede volar, aunque corretea aleteando a toda velocidad sobre las aguas, siempre en ruidosos grupos. Cuando se ve en peligro también se sumerge en el mar para aparecer muchos metros más adelante, y sale a flote con el cuello estirado formando una misma línea con el agua para pasar desapercibido.
Entre las aves migratorias que en invierno se van al sur de Brasil se ve muy seguido a la gaviota Olrog, con una elegante cola negra que despliega durante sus vuelos.
Una numerosa colonia de cormoranes “tapiza” un islote rocoso.
Cabalgata por la estepa patagónica hacia el Bosque Petrificado.
BOSQUE PETRIFICADO Uno de los días de la visita hay que dedicarlo al Bosque Petrificado La Pirámide, una excursión de cinco horas que se interna en el desierto estepario para ver los troncos convertidos en piedra de árboles que existieron hace 60 millones de años. En aquellos tiempos remotos –el Paleoceno– recién comenzaba a levantarse la Cordillera de los Andes por el choque tectónico de la placa de Nazca contra el continente americano. Al no existir la actual barrera andina, los vientos húmedos provenientes del Pacífico “regaban” la Patagonia, poblada en ese entonces por una tupida selva de altísimos árboles y habitada por grandes animales. Pero al conformarse la Cordillera de los Andes todo cambió “repentinamente” en unos pocos millones de años, convirtiendo al sur americano en la actual estepa patagónica, donde sólo se pueden encontrar bosques en la ladera de las montañas, lugar de descarga de la humedad debido a la altura. Luego, los volcanes se encargaron de ponerle una mortaja de lava y ceniza a aquel paraíso verde.
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