En 1985, un equipo de científicos británicos descubrió un hoyo en la capa de ozono que cubre el planeta y encendió la alerta mundial. Veintiséis años después, el daño parece haber comenzado a ceder y quizá a finales del siglo XXI sea cosa del pasado.
La noticia no pudo ser más alentadora para el planeta. Hace dos semanas, un equipo de investigadores australianos aseguró que el agujero de la capa de ozono sobre la Antártida está empezando a cerrar.
Se trata de los primeros que detectan una recuperación en el nivel promedio del ozono después de que entrara en vigencia la prohibición de los químicos destructores de este gas, en 1987; tremendo alivio luego de que, hace cinco años, el famoso hoyo alcanzó un tamaño récord de 28 millones de kilómetros cuadrados.
Junto con el calentamiento global, el agujero de la capa de ozono es uno de los problemas ambientales que más preocupa a la comunidad internacional y una triste evidencia del daño que el ser humano está causando al planeta Tierra.
Desde su descubrimiento, en 1985, numerosos esfuerzos se han plantado frente a la producción de clorofluorocarbonos, los químicos responsables de la destrucción de este gas que funciona como un enorme filtro solar para proteger a los seres vivos de la radiación ultravioleta.
Aunque las medidas salvadoras parecen haber dado sus primeros frutos, el daño ya está hecho, y habrá que esperar seis o siete décadas más antes de poder archivar la preocupación por la capa de ozono.
Bueno y malo
La atmósfera terrestre está dividida en varias capas. La parte en la que vivimos se llama troposfera y encima de ella se encuentra la estratosfera. Casi al comienzo de esta última, a unos 30 kilómetros de altura, está la capa de ozono. Aunque, en realidad, no es una capa, sino una banda de la estratosfera donde la concentración de este gas alcanza su nivel más alto.
El ozono es un gas formado por tres átomos de oxígeno (O3), cuya molécula se crea naturalmente en la estratosfera, donde se encuentra el 90% del ozono que hay en el planeta.
Desde ahí, funciona como un enorme filtro solar que protege la vida en la Tierra de los rayos ultravioleta y actúa en el control de la temperatura del planeta.
“Si bien en la estratosfera cumple una función positiva, en la troposfera, cerca de la superficie terrestre, las altas concentraciones de ozono son tóxicas para plantas y personas”, explica la página web de la Agencia Espacial Estadounidense (NASA).
El total de masa de ozono en la atmósfera es de unos 3.000 millones de toneladas métricas. Parece que fuera mucho, pero se trata solo de un 0,00006% de ella; en las zonas de mayor concentración hay 15 moléculas de este gas por cada millón de aire.
“El nivel natural del ozono en la estratosfera es el resultado del balance entre los rayos del sol que crean este gas y las reacciones químicas que lo destruyen”, añade la NASA.
Aunque la capa de ozono cubre todo el planeta, en ningún otro lugar de la atmósfera se destruyen más moléculas de este gas como en el trozo que cubre la Antártida.
Ahí, los vientos fuertes, conocidos como vórtice polar, se caracterizan por temperaturas muy bajas que provocan la presencia de nubes estratosféricas, por encima de las que normalmente se divisan.
Cuando llega la primavera al Polo Sur –entre setiembre y octubre– la combinación de la radiación solar y estas nubes favorecen la liberación de químicos que descomponen el ozono.
Algunas de estas moléculas que destruyen el O3 se forman de manera natural; sin embargo, los científicos han comprobado que las más dañinos han sido fabricadas por los humanos.
Al descubierto
A lo largo del siglo XX, observaciones y descubrimientos han permitido a los científicos entender el daño que el hombre ha causado a la capa de ozono. Desde hace varias décadas, esta capa ha sido estudiada por su influencia en la temperatura de la atmósfera y usada como una medida de la circulación de aire en el planeta.
En 1956, el Año Internacional de Geofísica, científicos del British Antarctic Survey (BAS) colocaron en la Antártida el Observatorio Halley Bay, para estudiar la contaminación global. Fue entonces cuando empezó a utilizarse un instrumento llamado espectómetro Dobson, para medir la cantidad de ozono contenida en la atmósfera.
Con el paso de los años, las medidas hechas en la Antártida dieron las primeras claves de que podría haber un problema en la capa de ozono. Sin embargo, no fue sino hasta 1970 cuando esta capa llegó a ser el foco de atención, al constituir un indicador a largo plazo de los cambios que estaban ocurriendo en la atmósfera.
Por esas fechas, creció la suposición de que algunos químicos fabricados por el hombre podrían destruir el ozono cuando eran liberados a la atmósfera. La teoría fue respaldada por una investigación publicada en la revista Nature en 1974, la cual alertaba del daño causado a la capa de ozono por el uso de los gases clorofluorocarbonos (CFC).
Los autores del estudio, Paul Crutzen, Mario Molina y Sherwood Rowland, ganaron en 1995 el premio Nobel de química por este trabajo pionero.
“En la Antártida, la cantidad de ozono sigue un patrón regular marcado por las estaciones. De acuerdo con las primeras mediciones hechas por la BAS, se pudo observar que, durante la primavera, la capa de ozono era más delgada y hacia 1984 resultó claro que la estratosfera en el Polo Sur estaba cambiando”, afirma la revista The Ozone Hole, publicada por la BAS, hace pocos meses.
En mayo de 1985, tres científicos de BAS, Joe Farman, Brian Gardiner y Jonathan Shanklin, publicaron en Nature su máximo descubrimiento: un hoyo en la capa sobre el territorio de la Antártida. Su trabajo fue confirmado un año después, gracias a la información satelital recopilada por la NASA.
“El hueco en la capa de ozono de la Antártida comienza a formarse cuando regresa la luz solar al final del invierno antártico y alcanza sus mayores proporciones cada primavera, entre setiembre y octubre, para desaparecer a mitad del verano, de noviembre a diciembre”, explica el artículo publicado por la BAS.
La cantidad normal de ozono en la atmósfera ronda las 300 unidades Dobson (UD); sin embargo, cada primavera en la Antártida, los niveles caen a menos de la mitad, e incluso descienden ocasionalmente hasta los 100 UD. El hoyo cubre entonces todo el continente y, a veces, llega a extenderse hasta la punta de Suramérica.
“El agujero es causado por una reacción química entre el ozono, el cloro y el bromo localizados en la atmósfera y provenientes de los clorofluorocarbonos y halones”, añade la BAS.
Los CFC son químicos fabricados por el ser humano usados en sistemas de refrigeración y aire acondicionado, espumas, pesticidas y solventes industriales. Se trata de gases estables, inoloros, no tóxicos ni inflamables, pero cuando son liberados a la atmósfera se dividen y pueden destruir durante décadas las moléculas de ozono.
Sube y baja
Hace 26 años, el descubrimiento del hoyo en la capa de ozono fue una advertencia temprana del daño que el ser humano está causando al planeta. La alarma fue tal que motivó la acción casi inmediata de decenas de gobierpara firmar, en 1987, el Protocolo de Montreal, un acuerdo enfocado en la eliminación de las emisiones mundiales que agotan el ozono de la atmósfera.
El acuerdo entró en vigor el 1.º de enero de 1989, y animaba a las naciones signatarias a reducir al máximo sus niveles de consumo y producción de CFC y halones para el año 2010.
De manera indirecta, estas medidas buscaban evitar los principales efectos del agotamiento de la capa de ozono sobre los seres humanos (debilitamiento del sistema inmunológico, cáncer de piel y cataratas), la fauna y la flora.
“Sobre el ecosistema se disminuye la calidad y cantidad de las cosechas, la cadena alimentaria marina se afecta al reducirse el plancton, y los materiales pierden sus propiedades cuando están expuestos a la radiación ultravioleta”, detalla un artículo de la revista Muy Interesante.
Si bien, la mayoría de los países han cumplido su compromiso, los resultados positivos tardaron en aparecer.
En octubre del 2006, un estudio realizado la NASA y la Administración Nacional de la Atmósfera y los Océanos (NOAA) advirtió que el orificio en la capa de ozono en el Polo Sur había alcanzado proporciones históricas.
Según el estudio, en la primavera antártica de ese año, el hoyo midió 28 millones de kilómetros cuadrados, tres millones de kilómetros más de lo que se creía. Por si fuera poco, el satélite Aura detectó un nivel de ozono de 85 unidades Dobson sobre el Polo Sur.
Los datos revelaron que se trataba del hoyo más severo, grande y profundo que ha tenido la capa de ozono e hicieron pensar que las medidas tomadas para protegerla habían sido insuficientes.
Un año después, el agujero mostró una leve mejoría, pero volvió a crecer en el 2008, tanto en extensión como en volumen. Según las mediciones hechas por el satélite Envisat, de la Agencia Espacial Europea (ESA), medía entonces 27 millones de kilómetros cuadrados, el segundo mayor tamaño de la historia.
Una vez más, crecieron las dudas sobre las medidas aplicadas desde el acuerdo de Montreal. Pero en los últimos años el panorama comenzó a aclararse.
Hace unos meses, el Instituto Nacional del Agua e Investigación Atmosférica de Nueva Zelanda aseguró que, durante el 2010, el temido hueco había mostrado su menor tamaño del últimos lustro.
Los científicos calcularon que el tamaño actual del agujero es ahora de 22 millones de kilómetros cuadrados, 2 millones menos que en el 2009. La buena nueva fue ratificada hace solo unas semanas, cuando un equipo de expertos australianos de la Universidad Macquarie, en Sydney, infirmó que el hoyo comienza a disminuir.
Si bien muchos científicos creyeron que los beneficios del Protocolo de Montreal no comenzarían a notarse sino hasta el 2023, el estudio australiano –publicado en la revista Geophysical Research Letters– asegura que ha habido una mejora progresiva de un 15% desde finales de los 90.
Sin embargo, tanto el equipo liderado por el científico ambiental Murry Salby, como otros estudios sugieren que habrá que esperar hasta el 2080 para que el ozono regrese a sus niveles normales, cuando la mano del hombre aún no le había hecho agujeros a la atmósfera.
La Nación, Costa Rica
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