sábado, 20 de marzo de 2010

REFLEXIONES SOBRE EL HIELO ANTÁRTICO

Mientras observaba un trozo de hielo morir consumido por las aguas del estrecho de Bransfield, en la costa de Lions Rump, en la isla Rey Jorge, pensaba en ustedes. El espectáculo era maravilloso pero también triste. Ese pedazo de hielo alguna vez fue parte de un gran témpano o de una imponente plataforma de hielo milenario. Ahora, al igual que sus miles de compañeros, agoniza en la orilla. Son sus últimas horas. Su cuerpo –compuesto por cristales de agua dulce y aire– se disuelve lentamente, poco a poco, tanto...que no nos damos cuenta. Es como si no tuviera importancia.


Tomo la cámara y apunto. Enfoco para capturar el vaivén de los hielos junto a las olas, y sigo pensando: ¿será capaz la naturaleza de revertir la destrucción continúa de este paisaje? “La naturaleza es sabia”, respondo. Antártica me ha demostrado lo grandiosa que es la naturaleza y lo pequeño que soy como individuo y especie. Alguna vez pensé ingenuamente que la gran obra del Universo éramos nosotros. Pero actualmente no. Me doy cuenta de la arrogancia de nuestra especie. Creer que sólo la vida del hombre justifica en sí misma la existencia de miles y miles de estrellas, demuestra nuestra ignorancia.


Sigo el registro periodístico de la Expedición Científica Antártica Bicentenario, del Instituto Antártico Chileno (INACH). Entre el 5 y el 23 de enero, se desarrolla su etapa de navegación en el rompehielos “Almirante Oscar Viel”, de la Armada de Chile. Recorremos las Islas Shetland del Sur, principalmente, desde el estrecho de Bransfield hasta el estrecho de Gerlache. Nuestros puntos de referencia son la base científica del INACH “Profesor Julio Escudero”, y las bases “Bernardo O’Higgins” del Ejército, “Arturo Prat” de la Armada, y “Gabriel González Videla” de la Fuerza Aérea.


En la primera semana, sólo seis proyectos trabajan a bordo, de un total de 12 que usarán esta vía de transporte. Somos 21 personas entre científicos, logísticos y nuestro equipo (la fotógrafa Jeniffer Muñoz, el camarógrafo Fernando López y yo). Y por supuesto, está la dotación del buque, 93 personas. Los horarios son estrictos y, lo mejor, es que se cumplen. Los ritos y costumbres afloran permanentemente. Me sombro con lo estructurado del diario vivir. Todo impecable. Son detallistas hasta no más poder. Los días pasan rápido. Tengo la sensación de haber estado mucho tiempo aquí. La jornada comienza a las 07:00 AM y termina, cuando termina...o cuando el clima lo demande. Es decir, ¡nunca se sabe!


He seguido atentamente los estudios de la flora antártica. En nuestra visita al sector de Lions Rump, siguiendo al grupo de mí amiga la Dra. Ingrid Hebel, en busca de la especie de musgo Sanionia uncinata, constatamos que el mapa vegetacional, descrito hace 19 años para el sector, había cambiado radicalmente. Están más representadas las matas de las especies de Deschampsia antarctica (pasto antártico) y Colobanthus quitensis (clavelito antártico). Por el contrario, en 1991 existía una flora rica en líquenes saxícolas (crecen pegado a la roca) y terrícolas dispersos (crecen en la tierra). Hoy prácticamente no están. Las preguntas nos atropellan. ¿Cuáles son las razones de este cambio? ¿Tiene relación con el retrocedo del glaciar? ¿Por qué el pasto antártico ha colonizado sectores que normalmente habitan líquenes y musgos? Como buena investigadora, Ingrid comenta “no aventuremos. Hay que hacer una nueva cartografía vegetacional”. Yo asiento con la mirada pues comprendo perfectamente la lógica y los mecanismos de la ciencia. Aunque mi olfato periodístico me dice que ahí está la noticia. Esperaré mi momento.


Vuelvo a admirarme con el paisaje. Hace mucho frío. No he comido. La sensación térmica es de a lo menos -10 ° C. Es media tarde. Avanzamos por un sitio de Especial Interés Científico, principalmente, por su valor geológico y botánico. Avisan por la radio handy que el tiempo está empeorando, por lo que nos van a venir a buscar en helicóptero, cerca de una base polaca. El entorno es un espectáculo. La belleza en su expresión máxima. Vemos colonias de petreles, pingüinos de adelia y papúa, skúas antárticas, palomas antárticas, y otras seis especies más. Jeniffer queda admirada con los elefantes marinos y su lucha por la reproducción. Mientras Fernando está pegado con los grandes icebergs que tenemos de telón de fondo. Las focas nos observan mientras avanzamos por la costa.


Me quedo retrasado. Casi por instinto. Deseo estar solo. Recuerdo el libro de Humberto Maturana que compró María Isabel, mi esposa, y que me apropié. Me gusta. Pero a pedazos. Sólo algunas hojas despiertan mi interés, pero cuando lo hacen, son reveladoras. Y lo peor, siempre lo hacen en los lugares menos imaginables. “¡Esta es una experiencia espiritual!”, grito al viento. En ese instante dejo mi propio vivir. Tomo conciencia de mi ser planetario. Es la emoción y la unidad con el todo. Es la poesía de lo cotidiano; es ser visionario. Comienzo a ver donde era ciego.


Mientras escribo estas líneas, la investigadora Alejandra Mora interrumpe mi silencio. Me muestra una foto de un pequeño líquen en medio de la nieve. Estos tienen entre 1.000 a 3.000 años. Son carne de perro, son muy resistentes a la luz ultravioleta, a las bajas temperaturas, al viento y a la poca disponibilidad de nutrientes. Son los primeros en llegar a colonizar un sector. ¡Son los pioneros! Alejandra me mira y afirma, casi...como si no tuviera importancia: “la próxima vez que piense ¡dios qué difícil es mi vida!, recordaré la de este líquen en la Antártica”. Cuando uno ha visto la fealdad de la vida, el sabor de la belleza sabe mejor, por la misma razón que se aprecia el pan cuando se ha pasado hambre.


Por ebarticevic@gmail.com

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