martes, 12 de enero de 2010

Reflexiones sobre el hielo antártico


Elías Barticevic
Periodista
Cuando recién terminé la universidad, muy pronto decidí volver a Punta Arenas. En ese entonces para mis contemporáneos magallánicos regresar a nuestra tierra era como ir a “donde van a morir los elefantes”. Era la última opción, casi todos querían quedarse en el norte pues allí habían más oportunidades para el desarrollo profesional. Por el contrario, yo sólo deseaba regresar. Echaba de menos el aire, su gente, las grandes nubes, y ese amanecer rojizo sobre el mar, único en Chile. Deseaba dar vuelta la esquina y encontrarme con un paisano, levantar el seño y decir un simple “hola este...” al no recordar su nombre pero sí su rostro.
Los primeros años no fueron fáciles. ¡Estos 15 años no han sido fáciles! Hacer periodismo en torno a la ciencia, a la democratización del conocimiento en Chile, no es sencillo. Los espacios son muy acotados y cada día son menos. Existe una tensión entre lo que la opinión pública dice y el verdadero rol que la ciencia y la tecnología cumplen en la sociedad. Es cosa de analizar cuántos contenidos sobre ciencia y tecnología entregan los informativos.
Hoy al ser parte de la “Expedición Científica Antártica Bicentenario”, organizada por el Instituto Antártico Chileno (Inach), siento que tengo mucha suerte. Que no me equivoqué en tomar la decisión de regresar a Magallanes. Estar en Antártica junto a los científicos nacionales reporteando lo que hacen acá para los chilenos, es mi gran recompensa y la reafirmación de que hay mucho por hacer, grandes oportunidades y que sólo se necesitan las ganas y el amor por lo que uno hace. El paisaje patagónico y antártico nos está esperando para que en conjunto logremos la mejor versión de nosotros mismos, tanto a nivel de sociedad como individual. ¡Qué duda cabe!
Llevo recién una semana, viajamos en un avión BAE de la Aerolínea Dap (una de las dos compañías privadas que hacen este vuelo a nivel mundial) el 5 de enero y estaré hasta el 27 del mismo mes.
Regresaré en el Rompehielos “Oscar Viel” de la Armada de Chile, y espero ver el mítico Cabo de Hornos. Me encuentro en la base científica “Profesor Julio Escudero” del Inach.
La delegación está compuesta por más de 80 personas, entre científicos y personal logístico. Es la expedición más grande de Chile en 46 años de historia. Este es mi séptimo viaje al Continente Helado. Cada uno ha dejado en mí una huella imborrable; una pequeña enseñanza; y reflexiones que espero compartir con ustedes, como lo hacemos con los amigos, con aquellos que amamos y protegemos. Antártica es un continente único. Un laboratorio natural. Un continente dedicado a la ciencia y a las actividades de paz. Puede parecer trillado, pero créanme que es cierto. El 1 de diciembre se cumplieron 50 años del Tratado Antártico y son pocos los acuerdos planetarios que pueden decir que han llegado a buen puerto, con gran espíritu de cordialidad y buenas relaciones entre las Partes miembros del Sistema, incorporado nuevos países a lo largo de su vida (12 países en 1959, y hoy ya son 47 las Partes), y llevando en forma ejemplar la administración de todo un continente. Y eso se nota llegando acá. El denominado espíritu antártico inmediatamente se palpa en el ambiente. La gente es cordial, amable, dispuesta a entregarte su conocimiento. Saben que aquí la hermandad entre los países y las instituciones se pone a prueba a cada instante. Era que no, en un puñado de kilómetros cuadrados, en las Islas Shetland del Sur, en la Península Antártica, hay a lo menos nueve países con bases desarrollando actividades de paz y científicas. Todas cooperan entre sí, y saben que la sobrevivencia, el desarrollo científico y la protección de este medioambiente, dependen de la cooperación internacional. Caminas un par de metros en Villa Las Estrellas, en la Base “Presidente Eduardo Frei Montalva” de la Fach, y te tropiezas con coreanos, polacos, chinos, españoles, brasileños, rusos, uruguayos, en fin... es una tierra multicultural donde los denominadores comunes son el inglés y el aprecio por la aventura del saber.
Las jornadas de trabajo en nuestra base son largas, pesadas y agotadoras. Pero veo en los ojos de mis compañeros la felicidad de estar haciendo algo que vale la pena (es decir, algunas veces estamos dispuestos a sufrir por realizarlo). ¡Y eso sorprende! Cuando uno encuentra algo que no espera, por dios que sorprende.
Pero eso no es todo al sur de los 60° S. Está el paisaje conmovedor, envolvente y total de la Antártica, junto a los misterios que esconde entre los hielos, la geografía y el Océano Austral. Camino y navego en zodiac junto a algunos investigadores. Aprendí que los microorganismos que viven entre las congeladas rocas, el agua o en el fondo marino se llaman extremófilos, pues se desarrollan en ambientes que son inhóspitos para cualquier otra forma de vida (0 grados C, alta temperatura sobre los 90° C, o con altas concentraciones de sal, entre otras características). El estudio de este micromundo puede arrojar luces sobre el origen de la vida en la tierra dado que la similitud de los ambientes que habitan con los que la tierra tenía en sus orígenes.
También me asombró el conocer al pasto antártico (Deschampsia antactica). Una planta con una maquinaria molecular que le permite crecer activamente bajo los 0° C, en ausencia de luz en el invierno y resistir gran cantidad de radiación solar durante el día permanente del verano polar. Los científicos esperan develar sus mecanismos de vida para, por ejemplo, desarrollar productos de fotoprotección y encontrar la cura para cierto tipo de enfermedades.
En fin... las horas y los días pasan rápidamente. Me falta tiempo. Eso debe ser porque estoy entretenido o porque cada día me convenzo más de que se puede llegar a la verdad a través de la belleza del paisaje y la aventura del conocimiento humano. Se los doy firmado.
La Prensa Austral

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