A sus 55 años, el brasileño Amyr Klink ya sabe qué es pasar un año viviendo solo en la Antártica.
Cuando era niño, el gran sueño de Amyr Klink era tener una canoa. Quería adentrarse en las tibias aguas de la bahía de Paraty, que frecuentaba con su familia desde los dos años, y emular a los hombres que, junto con héroes como Amundsen y Shackleton, se convertirían en las mayores influencias de su vida: los nativos que construían las pequeñas embarcaciones tradicionales de esta región del Atlántico brasileño, en el estado de Río de Janeiro.
A los 55 años de edad no sólo tiene una colección propia de canoas, sino que también ha navegado por los mares más temibles del mundo a bordo de barcos concebidos, en su mayoría, por él mismo.
Una de sus famosas embarcaciones, el Paratii 2 (que planeó ocho años), es considerado uno de los veleros polares más eficientes del planeta: con 30 metros de largo y 100 toneladas de peso, tiene autonomía para navegar durante tres años completos y alcanzar cualquier punto del globo.
Con él, en el 2003 y el 2004, Klink hizo una travesía, que llevó a inscribir su nombre en la antología de la navegación contemporánea: la vuelta al mundo, circunnavegando la Antártica, en sólo 76 días. Latravesía incluyó la producción de un documental para National Geographic.
"Siempre me ha encantado viajar con pocos recursos, cumplir grandes distancias y volver", dice Klink. "En el mundo de la vela hay mucha tecnología, diseñadores famosos, pero yo me dediqué a entender las soluciones autóctonas, a estudiar los barcos (del estado) de Maranhao, algunos barcos portugueses".
Klink se refiere a lo que él mismo ha visto en sus viajes, como las embarcaciones del Amazonas y sus afluentes, donde los nativos han desarrollado técnicas distintas según cada río para encontrar movilidad sobre el agua.
"Tuve mi primera canoa a los 10 años. La inspiración para mis viajes provino de haber convivido en Paraty con todos estos maestros, pero también de la literatura. Cuando niño me cansé de leer a los clásicos, las colecciones de grandes viajes. Para mí fue un proceso de querer introducirme como protagonista en todas estas historias".
Nacido en São Paulo, hijo de padre libanés y madre sueca, Klink es, en el papel, economista posgraduado en administración de empresas.
Dos años antes de salir de la universidad tuvo su primer trabajo formal: fue en un banco, experiencia que él califica de 'muy mala'. Pero a esas alturas ya había explorado las bahías de Paraty, había recorrido el Amazonas en un barco con recolectores de caucho y contrabandistas, había ido en moto hasta la Patagonia y era un destacado remador del Clube Espéria, de São Paulo.
Inventor, antes que nada
"Lo que me motiva no es viajar por el placer de la aventura. Lo que me gusta es montar un proyecto, inventar diseños, construir barcos. Mi desafío no es hacer dos o tres vueltas al mundo, sino descubrir qué cosas funcionan o no en una embarcación", dice.
En 1984, con 29 años, saltó a la fama, al convertirse en el primer hombre en atravesar el Atlántico sur a remo, y lo hizo solo -desde el puerto de Lüderitz, Namibia, hasta Praia da Espera, en Bahía- durante 100 días, en un minúsculo bote llamado IAT (que hoy se expone en el Museo del Mar de Santa Catarina).
Desde entonces, Amyr Klink comenzó a ser llamado en algunas notas de prensa "el Navegante Solitario".
Cinco años más tarde Klink realizó su siguiente gran hito, también en el Paratii: pasó un año viviendo, solo, en la Antártica y luego se fue navegando desde allí hasta el océano Ártico. El proyecto se llamó Invernaje Antártico, duró 642 días y, como él dice, fue siempre uno de los mayores sueños de su vida.
"El principal recuerdo que tengo de estar solo en la Antártica fue el día en que me di cuenta de que el mar ya no se iba a congelar", cuenta.
"Era el sujeto más feliz de la Tierra. Al principio pensé que podía ser dueño del tiempo, pero me di cuenta de que eso es imposible: descubrí que cuando estamos solos tenemos que hacer todo (...) Debía administrar un país, era el único morador y el único funcionario. Tenía que fabricar agua, cuidar la seguridad, mantener la temperatura del barco, hacer funcionar una panadería y un restaurante, lavar ropa, asear, resolver el problema de la basura...".
Amyr Klink está casado y tiene tres hijas. A todas ellas, por cierto, ya las ha llevado en velero a la Antártica (cinco veces) y a otros mares del planeta. Pero él sigue prefiriendo navegar en solitario.
Por estos días, el velero Paratii 2 está invernando, a cargo de una pareja de amigos, en la bahía Dorian, donde hay una antigua base antártica británica que el equipo del brasileño ha ayudado a conservar e, incluso, planea adquirir. En diciembre, cuando empiecen a derretirse los hielos, Klink espera ir a buscarlos en su antiguo Paratii, que tiene arrendado a un amigo.
Mientras tanto, da charlas sobre sus experiencias viajeras en empresas y universidades y sigue diseñando barcos cada vez más rápidos y eficientes y construyendo marinas y atracaderos, que dirige a través de sus empresas Amyr Klink Planeamiento e Investigación y Amyr Klink
Proyectos Especiales.
Sin embargo, dice que ni siquiera ha comenzado a cumplir todos sus sueños en la navegación. Y que pretende asumir nuevas aventuras. "No he encontrado la fórmula para enfrentar el peligro, pero cuando estás en ambientes imprevisibles como éstos, te ves obligado a desarrollar una especie de sensibilidad, de respeto y de humildad que te hace estar atento, cuidadoso".
Sus cinco rutas
Los recorridos favoritos de Klink
Los siguientes son, a juicio del navegante, algunos de los sitios de mayor riqueza natural y belleza de la Tierra:
- Los fiordos noruegos.
- Melanesia y Micronesia.
- Bahia de Ilha Grande, en Brasil.
- La Patagonia, en el cono Sur.
- La Antártica.
10 años tardó el Paratii 2
Durante este tiempo, Klink recurrió a técnicas de construcción poco convencionales. Tiene casi 30 metros de largo por 9 de ancho y su casco está totalmente construido de aluminio.
76 días e hizo historia
En ese periodo, entre los años 2003 y 2004, Amyr Klink le dio la vuelta al mundo, rodeando la Antártica. De esta forma inscribió su nombre en la antología de la navegación moderna.
Sebastián Montalva Wainer
El Mercurio (Chile)