domingo, 6 de junio de 2010

En la tierra de los lagos y los volcanes


Puerto varas. una ciudad donde la vida transcurre amablemente, junto al lago Llanquihue.
05/06/10 Entre Puerto Varas y Puerto Montt, un recorrido por algunos de los paisajes más asombrosos de la Patagonia chilena.
En el lobby del Cumbres Patagónicas –uno de los tres hoteles de cinco estrellas que hay en Puerto Varas–, un huésped famoso que acaba de irse todavía es tema de conversación entre el personal. “Hasta ayer mismo estuvo alojado don Marcelo Bielsa –cuentan–. Un honor para nosotros. Le dimos la suite presidencial, que tiene un ventanal con vista al lago y a los volcanes”. Hábil seleccionador, Bielsa lo ha demostrado una vez más al elegir Puerto Varas como un destino frecuente de descanso.
Esta pequeña ciudad de 34 mil habitantes, a mil km al sur de la capital de Chile es ideal para desenchufarse y disfrutar de los maravillosos paisajes patagónicos. El gran “balcón” de la zona turística es la costanera Pérez Rosales, que bordea a lo largo de unos 3 km el Lago Llanquihue –el más grande emplazado totalmente en tierras chilenas– con los picos de los volcanes Osorno, Calbuco y Puntiagudo y el cerro Tronador como fondo.
Las calles de Puerto Varas son un desafío para el caminante, con sus subidas y bajadas. Pero vale la pena recorrerlas e ir más allá del pequeño centro comercial (diez manzanas alrededor de la Plaza de Armas), sin detenerse en las esquinas porque ningún automovilista osará avanzar si hay un peatón cruzando o a punto de cruzar (toda una sorpresa para las costumbres argentinas).
Delicias alemanas
A pocas cuadras del centro empiezan a aparecer las antiguas casas construidas por los colonos alemanes entre la segunda mitad del siglo XIX y la primera del XX. Viendo las pequeñas tejas de alerce colorado con las que están hechos los techos y también las paredes exteriores, puede aproximarse la edad de cada casa: en las más nuevas, las tejuelas son rojizas y en las más antiguas, grises. En el frente, invariablemente, un gran cartel recuerda el nombre de la familia constructora: Hischfeld, Bintrup, Nettig, y muchos apellidos más, siempre de raíz alemana. Muchas de estas casas todavía se usan para vivienda. Otras han sido convertidas en hostels, o en casas de té donde, invariablemente sirven la merienda típica del sur chileno: la “once alemana”, un tour por panes, tortas, strudels, fiambres, patés y huevos revueltos que dejan lugar para la cena.
La principal industria de Puerto Varas es el turismo. Y bien que se nota en la gran oferta de alojamiento de todo tipo y categoría y de gastronomía, con los pescados y mariscos como fuerte y una sorprendente variedad de cervezas artesanales (otra influencia alemana). Eso sí, para quienes quieren prolongar la noche no hay muchas más opciones que el Casino y algunos pocos bares.
Bordeando el Llanquihue por la ruta 225 se llega al Parque Nacional Vicente Pérez Rosales, a 59 km. En el parque se pueden recorrer las pasarelas que bordean los saltos del río Petrohué, de aguas verdes y transparentes que permiten ver a los salmones nadando contra la corriente del río, sobre el cauce de lava volcánica. En verano se hace rafting, aunque están vedadas las zonas más peligrosas.
Unos 20 km más y ahí está la perfecta silueta del volcán Osorno, con las laderas marcadamente oblicuas y el pico truncado y nevado. En invierno funcionan dos pistas de esquí. En verano se puede contratar una excursión para hacer cima caminando (por ruta se llega a 1.300 de sus 2.652 metros de altura) en unas seis horas.
Los que no están acostumbrados al trekking pueden caminar por los senderos señalados, disfrutar de la vista, y llegar hasta el borde del Cráter de la Burbuja y hacer de tripas corazón para pagar los cinco dólares que cuesta el vasito de chocolate caliente con coñac, invalorable ayuda para tolerar el viento frío.
Por las calles de Puerto Montt
Si bordeando el lago hacia el este el encuentro es con la naturaleza, veinte km al sur aparece el ruido de Puerto Montt, la ciudad principal de la región, a orillas del Pacífico. La plaza principal es el gran punto de reunión, frente a la asombrosa iglesia Catedral, construida íntegramente en alerce, incluso las inmensas columnas dóricas, y con su cúpula de cobre. No lejos de allí, en la Feria de Angelmó se mezclan las voces de los vendedores de pescados y mariscos que filetean, pelan, ahúman y envasan a la vista, los de artesanías y tejidos, los de frutas y verduras que ofrecen, entre otras cosas, increíbles algas comprimidas como grandes quesos negros o largas y delgadas como una manguera de cuatro o cinco metros, y los clientes que recorren los puestos por estrechos pasillos de no más de un metro de ancho. En los pasillos de la feria se bromea, se pelean precios, se juega a los naipes. El silencio, en la Feria de Angelmó, definitivamente no es salud.
Quien no opte por volar desde Buenos Aires a Puerto Varas vía Santiago, puede tomar el viaje por tierra y agua como una excursión más. A la ida sólo por ruta, desde Bariloche a Villa La Angostura, cruzando a Chile por el Paso Cardenal Samoré, para después atravesar el Parque Nacional Puyehue hasta llegar a la Panamericana chilena a la altura de la ciudad de Osorno, y de allí ir hasta Varas pasando por las ciudades de Puerto Octay y Frutillar, también a orillas del lago Llanquihue. Y de regreso, por el mismo camino hasta La Angostura y, desde allí, en lancha por el lago Nahuel Huapi hasta Bariloche, con una parada intermedia en el Bosque de Arrayanes. Atención: por cuestiones legales, los turistas argentinos únicamente pueden hacer la excursión de regreso si realizaron la de ida. Si no, sólo pueden reingresar al país por el paso Samoré en ómnibus de línea o en su auto particular.

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