miércoles, 9 de junio de 2010

El día que fuimos Patagonia, alegría y dignidad

Martes 8 de Junio del 2010

Por Patricio Segura Ortiz Periodista psegura@gmail.com


Este sábado la lluvia no dejó de caer.

El aguacero se precipitó con la fuerza que cada cierto tiempo estremece a esta Patagonia querida, como lo ha hecho por siglos, milenios, bendiciendo lo que toca, convirtiéndolo en algo sagrado.

Como lo conoció el hermano chono, aonikenk y alacalufe. Como lo supieron, también, los y las pioneras que se atrevieron hace una centena. Como lo hemos aprendido hoy nosotros, herederos de la maravilla pero también de la responsabilidad.

Las calles de Coyhaique, hermanadas con las de Santiago, Talca, Concepción y Temuco, gritaron no a la destrucción. No a la codicia. No a la soberbia. No a las represas y sus tendidos de artificio.

¿Es hoy el momento de pedir explicaciones técnicas, numéricas, supuestamente racionales? ¿No es cierta técnica, ciertos números, cierto racionalismo el que nos ha puesto en la encrucijada en que como especie estamos?

Lancemos algunas frases de la gran ingeniería que nos han regalado algunos colegas de los promotores de HidroAysén y Energía Austral.

"Protegeremos todo esto para la posterioridad. Lo cubriremos con agua para que nadie lo pueda perturbar". Palabras de un ingeniero en represas brasileño contemplando un pintoresco tramo del río que se inundaría por la represa Cachoeira (Porteira, 1984).

O esta otra.

"Desde mi punto de vista la naturaleza es horrible, lo que nosotros hacemos (los ingenieros) es curarla" dicho por Camille Dagenais, ex presidente de la firma canadiense de ingeniería en represas SNC (1985).

Podría llenar cientos de páginas con teorías, razonamientos, elucubraciones y justificaciones para explicar por qué las represas en esta Patagonia, en esta reserva de vida, en este bello testimonio del mundo de hace miles, millones de años, son simplemente una sinrazón.

Podría hacer un balance, un arqueo, una tasación y un avalúo para publicitar lo mal negocio que sería destruir el Rembrandt desconocido que es esta Trapananda emplazada en el austro de Chile y la Humanidad, sólo por unas brillantes monedas de bronce que quedarían como botín de los oportunistas.

Podría promulgar una ley, una norma, un estatuto y un código para obligar a respetar la naturaleza, que es el hermoso atril donde se compone la sinfonía de la existencia, la nuestra y de todas las vidas.

Podría elaborar una fórmula, una ecuación, un tecnicismo y una receta para enseñar que la belleza de esta gente, desde hace tanto ya mi gente, se cimienta en que es capaz de poner el pecho por defender lo que cree.

¿Pondrás tú también el pecho para proteger a quien te invita a cenar con las sobras del festín que se da con la vida de tus hermanos? Sinceramente, creo que no.

Corrimos, bailamos y saltamos, el día aquél. La danza de la lluvia, de la alegría, porque contento pone el saberse parte de una causa común.

¿Bailarás tú también para celebrar un nuevo espurio triunfo de tu mecenas inventado? Sinceramente, lo dudo.

Sí, sé que no cuadran estas palabras con la teoría, el balance, la ley y la fórmula que tantos esperan para decidir si es conveniente, apropiado o beneficioso tomar una u otra decisión.

Eso fue lo hermoso de esa tarde de sábado. Ese día no hubo razonamientos, elucubraciones, justificaciones, arqueos, tasaciones, avalúos, normas, estatutos, códigos, ecuaciones, tecnicismos ni recetas.

Porque, junto con la lluvia, ese día hubo alegría. Y también hubo dignidad.

Ese día, lo digo de corazón, fuimos Patagonia.


El Divisadero

No hay comentarios: