Familiares arriban a la base en el Hércules que vuela desde Río Gallegos.
El vicecomodoro Enrique Videla, jefe de la base, saluda cordialmente, explica que no tiene “nada que ver con el otro”, y hace de guía a lo largo de los 354 metros de pasarela elevada sobre el terreno nevado que separan el helipuerto del edificio principal.
Aclara que antes trabajaba en Ezeiza y que es la primera vez que un no piloto es jefe de la base porque en los últimos años a los pilotos se los llevan las aerolíneas privadas que ofrecen sueldos más elevados que el Estado. Hace sólo tres meses que está aquí, es su primera campaña antártica y se nota que lo vive como un desafío.
Explica que el terreno aquí es de “permafrost”, una mezcla de una arcilla gris-verdosa, bastante fina, mezclada con hielo. El resultado es que cuando la temperatura ambiente no es muy baja –menos 5 o más-, las personas se hunden y se embarran permanentemente, de ahí que las pasarelas conecten todos los edificios de la base. Lo peor es que en esos casos el avión Hércules C 130 que vincula la base con el continente no puede aterrizar.
Cuando los enviados de “Río Negro” descendieron del helicóptero que los trasladó desde el buque Golovnin, contratado por el gobierno para la campaña antártica de este año, la temperatura era de 6 grados bajo cero y había una térmica de 16 grados bajo cero a causa del fuerte viento.
Las pasarelas están hechas con pallets de duraluminio que se congelan con una fina capa de hielo lo que las vuelve resbaladizas como el jabón.
Los pisos de las casas también se congelan si no se los calefacciona por debajo y aunque todavía es verano los techos se van cubriendo de una capa de nieve helada que se sigue engrosando durante todo el invierno.
En los últimos días llovió, algo muy inusual en la Antártida que los científicos atribuyen al calentamiento global y los techos tuvieron filtraciones que provocaron algunos cortocircuitos. El tema es visto con aprensión porque el accidente más temido en la Antártida es el incendio. El clima es rigurosísimo y no hay como remediar los daños durante todo el invierno.
Los helicópteros rusos que vuelan desde del Golovnin abastecen a la base de combustible en tambores y en unas bolsas enormes de goma negra llamadas rollings. Dejan su carga cerca del helipuerto y un enjambre de operarios vestidos con un mono azul térmico las llevan rodando hasta la batería de tanques de color naranja, donde se almacenan durante todo el invierno.
“Tenemos 760.000 litros de fueloil antártico y junto con otros combustibles acumulamos casi un millón de litros, un volumen suficiente para esta campaña antártica y un 30 por ciento de la campaña posterior”, explica Videla.
Generalmente en invierno el consumo es de 1.900 a 2.000 litros de fueloil por día. El combustible está mezclado con un porcentaje de parafina para que no se congele.
A unos cien metros hacia el norte del edificio principal –aquí todas las construcciones son de color naranja rojizo muy vivo- hay dos lagunas de donde se saca el agua para toda la base.
Las lagunas están totalmente congeladas pero sólo en la superficie, tienen unos cinco metros de profundidad y abajo hay agua. Están rodeadas de unos caños llamados “termo-pilas” que contribuyen a que el líquido no se congele por debajo de la superficie.
Aquí el agua es muy cara y valiosa. Los miércoles y domingos nadie se baña, hay restricción en el uso y en una bomba que lleva el agua a la base el plomero acciona los mecanismos que permiten pasar el líquido, mientras coordinadamente en cada uno de los alojamientos una persona abre la llave correspondiente, de lo contrario la diferencia de presión rompería la cañería.
En la base hay un laboratorio de “Alta Atmósfera” que mediante un convenio entre la Dirección Nacional del Antártico (ADN) y los gobiernos de España y Finlandia realiza investigaciones en torno al adelgazamiento de la capa de ozono y el calentamiento global.
Pero una de las actividades más delicadas que se desarrollan en Marambio es el complejo mantenimiento de la pista donde aterriza el Hércules que vincula este confín del mundo con Río Gallegos.
Desde las cuatro de la mañana, las máquinas retroexcavadoras -hay cinco- rellenan y emparejan el terreno compactando la arcilla y extrayendo las piedras para que el avión pueda aterrizar sin problemas.La pista no sólo debe estar lisa, para usarla debe estar semicongelada porque eso le da mayor resistencia al peso del avión. Sin embargo tampoco se puede dejar que se forme hielo en la superficie porque sería muy peligroso.
El otro problema es que cuando el Hércules fuerza los motores para aterrizar o despegar la arcilla se vuela, entonces afloran las piedras y otra vez vuelta a empezar: las máquinas deben levantar la arcilla, zarandearla y de nuevo rellenar.
No por nada Videla dice que las máquinas que desarrollan el vital trabajo de la pista son “el corazón de la base”.
Rio Negro on line
BASE MARAMBIO-ANTÁRTIDA ARGENTINA (Enviado especial).- Marambio es un gigantesco portaaviones de arcilla cubierto de nieve y hielo. La única base argentina donde pueden aterrizar aviones de gran porte durante todo el año está emplazada en la isla Seymour, al noreste de la península antártica y es operada logísticamente por la Fuerza Aérea.
El vicecomodoro Enrique Videla, jefe de la base, saluda cordialmente, explica que no tiene “nada que ver con el otro”, y hace de guía a lo largo de los 354 metros de pasarela elevada sobre el terreno nevado que separan el helipuerto del edificio principal.
Aclara que antes trabajaba en Ezeiza y que es la primera vez que un no piloto es jefe de la base porque en los últimos años a los pilotos se los llevan las aerolíneas privadas que ofrecen sueldos más elevados que el Estado. Hace sólo tres meses que está aquí, es su primera campaña antártica y se nota que lo vive como un desafío.
Explica que el terreno aquí es de “permafrost”, una mezcla de una arcilla gris-verdosa, bastante fina, mezclada con hielo. El resultado es que cuando la temperatura ambiente no es muy baja –menos 5 o más-, las personas se hunden y se embarran permanentemente, de ahí que las pasarelas conecten todos los edificios de la base. Lo peor es que en esos casos el avión Hércules C 130 que vincula la base con el continente no puede aterrizar.
Cuando los enviados de “Río Negro” descendieron del helicóptero que los trasladó desde el buque Golovnin, contratado por el gobierno para la campaña antártica de este año, la temperatura era de 6 grados bajo cero y había una térmica de 16 grados bajo cero a causa del fuerte viento.
Las pasarelas están hechas con pallets de duraluminio que se congelan con una fina capa de hielo lo que las vuelve resbaladizas como el jabón.
Los pisos de las casas también se congelan si no se los calefacciona por debajo y aunque todavía es verano los techos se van cubriendo de una capa de nieve helada que se sigue engrosando durante todo el invierno.
En los últimos días llovió, algo muy inusual en la Antártida que los científicos atribuyen al calentamiento global y los techos tuvieron filtraciones que provocaron algunos cortocircuitos. El tema es visto con aprensión porque el accidente más temido en la Antártida es el incendio. El clima es rigurosísimo y no hay como remediar los daños durante todo el invierno.
Los helicópteros rusos que vuelan desde del Golovnin abastecen a la base de combustible en tambores y en unas bolsas enormes de goma negra llamadas rollings. Dejan su carga cerca del helipuerto y un enjambre de operarios vestidos con un mono azul térmico las llevan rodando hasta la batería de tanques de color naranja, donde se almacenan durante todo el invierno.
“Tenemos 760.000 litros de fueloil antártico y junto con otros combustibles acumulamos casi un millón de litros, un volumen suficiente para esta campaña antártica y un 30 por ciento de la campaña posterior”, explica Videla.
Generalmente en invierno el consumo es de 1.900 a 2.000 litros de fueloil por día. El combustible está mezclado con un porcentaje de parafina para que no se congele.
A unos cien metros hacia el norte del edificio principal –aquí todas las construcciones son de color naranja rojizo muy vivo- hay dos lagunas de donde se saca el agua para toda la base.
Las lagunas están totalmente congeladas pero sólo en la superficie, tienen unos cinco metros de profundidad y abajo hay agua. Están rodeadas de unos caños llamados “termo-pilas” que contribuyen a que el líquido no se congele por debajo de la superficie.
Aquí el agua es muy cara y valiosa. Los miércoles y domingos nadie se baña, hay restricción en el uso y en una bomba que lleva el agua a la base el plomero acciona los mecanismos que permiten pasar el líquido, mientras coordinadamente en cada uno de los alojamientos una persona abre la llave correspondiente, de lo contrario la diferencia de presión rompería la cañería.
En la base hay un laboratorio de “Alta Atmósfera” que mediante un convenio entre la Dirección Nacional del Antártico (ADN) y los gobiernos de España y Finlandia realiza investigaciones en torno al adelgazamiento de la capa de ozono y el calentamiento global.
Pero una de las actividades más delicadas que se desarrollan en Marambio es el complejo mantenimiento de la pista donde aterriza el Hércules que vincula este confín del mundo con Río Gallegos.
Desde las cuatro de la mañana, las máquinas retroexcavadoras -hay cinco- rellenan y emparejan el terreno compactando la arcilla y extrayendo las piedras para que el avión pueda aterrizar sin problemas.La pista no sólo debe estar lisa, para usarla debe estar semicongelada porque eso le da mayor resistencia al peso del avión. Sin embargo tampoco se puede dejar que se forme hielo en la superficie porque sería muy peligroso.
El otro problema es que cuando el Hércules fuerza los motores para aterrizar o despegar la arcilla se vuela, entonces afloran las piedras y otra vez vuelta a empezar: las máquinas deben levantar la arcilla, zarandearla y de nuevo rellenar.
No por nada Videla dice que las máquinas que desarrollan el vital trabajo de la pista son “el corazón de la base”.
Rio Negro on line
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