Hasta hace poco tiempo en nuestro país, aunque no se crea, no existía la carrera universitaria para geólogo, incluso el único que había era uno que se había graduado en Francia. En la actualidad, casi de milagro, tenemos unos sesenta jóvenes recibidos de los cuales la mitad trabajan en empresas “extranjeras”.
Pero tanto por las prospecciones de gas y petróleo en nuestra Plataforma Continental, como por los esquistos bituminosos y también por los yacimientos de zeolitas, amatistas y arenas negras, y el agregado de otras riquezas, parece haber llegado la hora del subsuelo.
Y parece también haber llegado la hora del subsuelo olvidado de Uruguay, integrado por su Plataforma continental y sus derechos en la Antártica, “El Continente blanco”.
Lo mismo sucede con la necesidad de grandes depósitos de gas bajo tierra, que se encuentran según los estudios bajo la cuenca del Río Santa Lucía. Allí abajo tenemos además los acuíferos pletóricos del, cada día más, vital elemento en el mundo, casi inexplorados cuanto más explotados y desprotegidos.
La necesidad de académicos que trabajan en este sector, el de la Geología, es muy grande por no decir patética. Basta con ver las cifras de estudiantes en cada “carrera” de la Universidad de la República para constatar que así no vamos a lugar alguno.
Es así, que, la juventud de geólogos nacidos de esta flamante carrera, se terminarán yendo antes que nuestro país decida necesitarlos.
Por suerte, o tal vez por mandato ineludible de la geografía, la economía y la Historia, volvemos a mirar de frente esa herencia y reiniciar la tarea enorme de irla tomando en nuestras manos. Pero con nuestro subsuelo sucedió algo mucho peor, que no sólo se le dio la espalda, sino que jamás se ha intentado averiguar qué hay en él.
El Avisador, Uruguay
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