ARQUEÓLOGOS URUGUAYOS EN LA PATAGONIA
Daniel Veloso
EL VIENTO no paraba de soplar, pero el tiempo apremiaba y los marinos holandeses debían calafatear el casco del Hoorn, el navío más pequeño de los dos que los había traído hasta la Patagonia. Aprovechando la marea baja, con el barco sobre la playa, los hombres pasaban fuego para sacar las colonias de moluscos adheridos a la madera cuando, de improviso, las llamas alcanzaron la cubierta sin que pudieran controlarlas. "Se quemó entero ante nuestros ojos", escribió en su diario el comandante de la expedición Jacob Le Maire. El Hoorn ardió toda la noche.
Casi cuatrocientos años después de esos hechos, un equipo internacional de arqueólogos viajó hasta Puerto Deseado en la Patagonia argentina, para buscar vestigios de aquella accidentada jornada de diciembre de 1615. La primera campaña arqueológica fue organizada a fines del verano de 2004 en la que participaron los arqueólogos y buzos profesionales uruguayos Alejo Cordero y Valerio Buffa. Fueron invitados por los argentinos Cristian Murray, Damián Vainstub, Ricardo Bastida y por el arqueólogo holandés Martijn Manders. El libro Tras la estela del Hoorn (Vázquez Mazzini Eds., 2008) documenta el trabajo arqueológico realizado para dar con los restos del navío, así como la historia de la expedición de Le Maire. Aquellos navegantes holandeses de comienzos del siglo XVII tenían como misión encontrar otra ruta al sur del Estrecho de Magallanes, y al hallarla, cambiaron la historia del mundo.
MÁS AL SUR. Después de los primeros viajes de exploración, los mapas representaban a América del Sur unida a la mítica Terra Australis, la actual Antártida. Luego de que en 1520 Fernando de Magallanes encontrara el estrecho que lleva su nombre, los cartógrafos comenzaron a dibujar a los dos continentes separados por éste. A pesar de la importancia de su descubrimiento, el cruce del Estrecho de Magallanes era lento y peligroso. Por ello los navegantes de la época especulaban con la posibilidad de que existiera otro pasaje más al sur que uniera el Océano Atlántico con el Pacífico.
En 1605 Isaac Le Maire, próspero comerciante de la ciudad de Ámsterdam, se separó de la poderosa Compañía de las Indias Orientales que controlaba las rutas marítimas que llevaban a las islas de la "especiería". La compañía no utilizaba una de esas rutas, la del Estrecho de Magallanes, pero tampoco permitía su uso a otras empresas rivales. Intentando romper con el monopolio, Le Maire se traslada en 1615 a la ciudad portuaria de Hoorn, en los Países Bajos, y funda la Compañía Austral. Allí equipa dos barcos, el Eendracht y el Hoorn, con los que intentaría encontrar un paso al sur del Estrecho de Magallanes. Puso al frente de la expedición a su hijo Jacob y al experimentado marino Willem Schouten.
Tras un viaje de siete meses llegan a Puerto Deseado en diciembre de 1615. Los viajeros conocían por narraciones de expedicionarios anteriores, como el holandés Van Noort, que allí se podía encontrar agua dulce, provisiones y un lugar seguro para reparar los barcos antes de continuar la travesía. Los grabados que ilustran los diarios del viaje muestran que durante su estadía los marinos holandeses se dedicaron con entusiasmo a cazar pingüinos y lobos marinos. El 17 de diciembre comenzaron las tareas de mantenimiento de los barcos, hasta que se incendia el Hoorn.
Los comandantes de la expedición, sin desanimarse, tomaron la temeraria decisión de continuar el viaje sólo con el Eendracht. "Fue muy arriesgado lo que hicieron de continuar el viaje", dice Alejo Cordero. "No se podía hacer un viaje trasatlántico con una sola nave", aclara.
Sin embargo la fortuna los acompañará y tras pasar frente al Estrecho de Magallanes y seguir la costa de Tierra del Fuego, el 25 de enero de 1616 encuentran un pasaje entre ésta y la Isla de los Estados. Tal como confiaba Isaac Le Maire, sí había un pasaje más al sur. En su honor será bautizado como Estrecho de Le Maire. El Eendracht continuó rumbo hacia el oeste, pasando al sur del Cabo de Hornos, un promontorio rocoso ubicado al sur de la isla del mismo nombre. Habían avistado el punto más al sur del continente americano. Los navegantes lo bautizaron Kaap Hoorn, aunque con el tiempo el nombre derivaría a Cabo de Hornos.
UN PUZZLE EN LA PLAYA. El primer día en Puerto Deseado, al hacer una observación preliminar de la playa de la ría, encontraron una serie de piedras que no correspondían con la geología del lugar. Estas formaron parte del lastre de la embarcación, arrojadas a la playa para poder inclinarla y así calafatear su casco. Gracias a las piedras de lastre el equipo pudo delimitar el lugar donde se quemó la nave.
En la ría Deseado, la diferencia entre la bajamar y la pleamar o marea alta, es muy grande, de cinco metros. "Las piedras de lastre que señalan el lugar donde se quemó el Hoorn están cubiertas por el agua la mayor parte del día", dice Valerio Buffa. Cuenta que los arqueólogos argentinos los invitaron a participar a raíz de una ponencia que presentaron en un congreso en Argentina, sobre un naufragio encontrado en el Fortín de Santa Rosa, Canelones. "Era uno de esos veleros que hacía la carrera del guano por el Cabo de Hornos", cuenta Buffa. "En aquel naufragio estudiamos la dinámica y las energías que trabajan en la costa", comenta Cordero.
En Patagonia esta experiencia les fue útil para hallar pequeñas restos del Hoorn, como piezas de metal o de terracota que aparecían muy repartidas por la orilla. Así encontraron "dos partes de un sello de una botella de cerámica, uno en cada punta de la playa". El sello fue ensamblado y enviado a los Países Bajos. Los estudios revelaron que pertenecía a la época de la expedición de Le Maire, permitiendo identificar así al Hoorn.
El equipo no pudo encontrar el navío en el fondo fangoso de la ría, si es que ahí está. Puede que las maderas del casco fueran usadas por los indios tehuelches. No obstante, los arqueólogos afirman que el objetivo de hallar los restos del naufragio para su conservación como patrimonio cultural marino, y como legado para las generaciones futuras, está cumplido.
TIBURONES Y PUMAS. Ambos arqueólogos uruguayos bucearon en las frías aguas de la Ría Deseado buscando restos del navío. La escasa visibilidad dificultó el trabajo, que tenía que hacerse al tacto. Para evitar perderse los buzos se sumergían siguiendo un cabo tirado desde un bote. Ellos nunca sospecharon que mientras trabajaban bajo la superficie estuvieran en peligro. "Después de haber hecho cuatro inmersiones nos llevaron a visitar la Caleta Tiburón donde se hace la pesca deportiva del tiburón tigre". Grande fue su sorpresa cuando en el club de pesca de Puerto Deseado vieron las típicas fotos de los tiburones capturados, exhibidos como trofeos. Allí comprendieron que debajo del agua no habían estado solos. A partir de ahí, "cada vez que algo nos tocaba abajo del agua nos sobresaltábamos", dice Buffa.
Patagonia es una región donde el clima impone sus condiciones. "Hay viento permanente" cuentan los arqueólogos. "Hay gente que no aguanta el viento, que se enloquece". A este aspecto se suma el paisaje desolado. "Es un lugar donde no hay alambrados ni actividad humana, sólo hay manadas de guanacos, y también pumas". Alejo Cordero cuenta que estos camélidos andan en manadas guiadas por un padrillo. "Este siempre te está vigilando y dicen los lugareños que cuando en vez de mirarte está mirando para otro lado es porque cerca hay un puma".
Un día salieron a caminar por la ría, a un paraje de gran belleza conocido como los Miradores de Darwin, visitado por el naturalista en 1833. Los arqueólogos volvían caminando por la orilla de la ría cuando vieron que sobre sus huellas, estaban impresas las de un puma que los había estado siguiendo. Había olfateado la comida que llevaron para el paseo. Sin pensarlo demasiado, volvieron a la camioneta antes de que cayera la noche.
El País
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