En el mes de mayo se lanzará al público la obra La Misión Franciscana San Miguel Arcángel en la Colonia de Punta Arenas, del investigador regional Víctor Hernández Godoy. El texto, de unas 200 páginas, aborda el rol religioso y pacificador de trece de estos frailecitos de antes, de esos que usaban sotana. Pero también se pone de relieve en estas páginas su olvidado sacrificio y contribución al progreso de estos territorios, ya que no se trataba de misioneros que se quedaran en oraciones, sino que no dudaron en arremangarse sus sotanas para empuñar el serrucho y la picota para construir puentes y caminos en una tierra hostil y lejana donde no había nada de nada y estaba todo por hacer.
El investigador Hernández (vmhg12031970@gmail.com) explica que fue durante el período comprendido entre los años 1844 y 1878, que prestaron sus servicios evangelizadores en la Colonia de Punta Arenas tres sacerdotes de la Orden Seráfica, conocidos mundialmente como de San Francisco de Asís. La conexión entre la Patagonia y las misiones franciscanas se inició con el sueño del establecimiento de un poblado español a orillas del estrecho de Magallanes, propuesto por Pedro Sarmiento de Gamboa en 1584. La fundación de las ciudades Nombre de Jesús y Rey don Felipe, implicó entregar su custodia a los capellanes franciscanos Antonio Rodríguez y Gerónimo de Montoya. Esta visión es la que renuevan los sacerdotes italianos, quienes fundan el Colegio del Nombre de Jesús en Castro en 1837 y cuyo objetivo primordial era continuar con la misiones perpetradas por la Orden Seráfica desde Chiloé hasta el Cabo de Hornos y que buscaban como fin último, la conversión al cristianismo de los indígenas en el austro. Para ello diseñaron la misión conocida como San Miguel Arcángel, en alusión a esta figura bíblica, que además era un guerrero protector, pues en aquella época se desconocía prácticamente todo lo relacionado con la Patagonia y el fin del mundo. Por lo tanto, esta figura los representaba, ya que en la mitología simboliza el triunfo de la virtud sobre el pecado y del bien sobre el mal. “El momento oportuno llegó cuando el gobierno de Chile tomó posesión del Estrecho de Magallanes, el 21 de septiembre de 1843, lo que unido a la construcción del Fuerte Bulnes, permitió a la Orden Seráfica concretar su antiguo anhelo de extender su proceso evangelizador hasta esta Terra Incógnita”, señala Hernández. En el Colegio de Castro se formaban bajo el alero y la doctrina de los sacerdotes italianos, venidos desde Génova y los frailes españoles sobrevivientes de las guerras de independencia, novicios oriundos de Chiloé, con el propósito de venir a la Patagonia a prestar sus servicios religiosos, llevando a la praxis la misión de San Miguel Arcángel.
Llegada de Pasolini
Añade el historiador Hernández que ante la premura del tiempo, los sacerdotes reunidos en un cónclave en Castro, designaron por unanimidad para venir al Fuerte Bulnes a fray Domingo Pasolini, quien llegó al estrecho el 7 de febrero de 1844. Este franciscano desarrolló una significativa misión de carácter religioso, que incluyó el acuerdo para firmar el célebre Tratado de Amistad y Comercio, el 20 de marzo de ese año, con los indígenas aónikenk y que tuvo valor práctico hasta los trágicos acontecimientos conocidos como el Motín de Cambiazo en noviembre de 1851.
Pasolini se convirtió en el baluarte y principal negociador entre el poder militar emanado de los gobernadores de la época, Pedro Silva en dos períodos, Justo de la Rivera y Santos Mardones, a quienes asesoró y aconsejó, solicitándoles el traslado de la colonia hacia un lugar más seguro, lo que permitiría mejores condiciones de vida, el desarrollo de las relaciones con los indígenas y el potenciamiento de la soberanía nacional. Pasolini contribuyó en la edificación de diversas obras, como puentes y caminos, al mando de soldados y confinados, que construyeron el camino que hizo posible posteriormente el traslado del Fuerte Bulnes al lugar conocido como río del Carbón, hoy Punta Arenas. De modo que Pasolini cooperó de manera significativa en el traslado del poblado de Fuerte Bulnes y participó también en la posterior construcción de Punta Arenas.
Explica Hernández que más tarde los superiores del Colegio de Castro solicitaron su traslado al puerto de Valparaíso, con el objeto de ayudar a terminar la construcción de la célebre iglesia de San Francisco en el cerro Barón, iniciando allí una legendaria labor misionera que se extendió a otras ciudades de Chile, en donde la Orden de San Francisco hizo presencia, como Talca, Los Angeles y Cauquenes, falleciendo el 17 de junio de 1892, a la edad de 82 años.
El frailecito chillanejo
En reemplazo de este fraile italiano, el Colegio de Castro nombró al misionero chillanejo Gregorio Acuña Acuña, quien llegó a Punta Arenas en el invierno de 1850. El padre Gregorio se había desempeñado con éxito en lo que se conoció como la Pacificación de la Araucanía. Lamentablemente, al padre Acuña le tocó vivir y padecer los turbulentos acontecimientos de 1851, en que se enfrentaron las fuerzas políticas seguidoras del presidente Bulnes, encabezadas por Manuel Montt y los leales a las ideas del general José María de la Cruz. Estos hechos políticos determinaron que los derrotados en el llamado Motín de Urriola (hecho de sangre ocurrido en Santiago en abril 1851, con repercusiones en Valparaíso y otras ciudades del sur del país) terminaran purgando sus penas en la Colonia Penal de Punta Arenas. Entre ellos estaba el teniente de Artillería del Ejército Miguel José Cambiazo, del Batallón Valdivia, conformado por soldados de los cuales se prescindió de otras compañías, de acuerdo a un decreto emitido el 25 de abril de 1850, lo que permitió crear la Compañía Fija del Estrecho.
El 17 de noviembre de 1851 estos soldados, al mando de Cambiazo, se sublevaron contra el gobernador, capitán de fragata Benjamín Muñoz Gamero y luego de sangrientos hechos que terminaron por devastar el poblado, condenaron a muerte al propio gobernador y al joven capellán Gregorio Acuña, los que fueron fusilados el 3 de diciembre de 1851. Durante el breve período en que el padre Acuña se desempeñó en Punta Arenas, tuvo la fortuna de contar con el apoyo de un hermano de la orden, quien arribó en diciembre de 1850. Se llamaba Andrés Mariani y era de ascendencia italiana. Este fraile se desempeñó en la zona de Valdivia y fue comisionado por los superiores de Castro, con el propósito de levantar una pequeña escuela en la Colonia e iniciar el incipiente plan de educación pública en el austro. El padre Mariani enfermó gravemente, posiblemente de tuberculosis, no alcanzando a ver culminada su obra y debe considerársele como el primer mártir dedicado a la enseñanza, que ofrendó su vida por una causa superior, muriendo en Punta Arenas el 24 de junio de 1851.
Estos tres misioneros, con distinta suerte, visualizaron la Misión de San Miguel Arcángel en la Patagonia. Dos de ellos fallecieron en el austro, entregando sus vidas a esta misión, en tanto, el otro, Pasolini, iniciaba desde el Fuerte Bulnes su periplo evangelizador que con el correr de los años lo transformó en leyenda, traspasando su nombre las fronteras de nuestra patria.
La Prensa Austral