martes, 22 de abril de 2014

Ártico y Antártico: no todo son agujeros en la capa de ozono


Desde que en la década de los ochenta se documentara la aparición del agujero de la capa de ozono, los países comenzaron a tomar medidas encaminadas a reducir, por la parte de les tocaba, la cantidad de emisiones relacionadas con la degradación de dicha capa. Si hay algo vital para la supervivencia en nuestro planeta, eso es el oxígeno. El aire que respiramos y el agua que bebemos tiene como elemento fundamental el oxígeno en su forma O2. Y sigue siendo un elemento esencial para la vida en su forma O3, más conocida como ozono. Un gas que, concentrado en la estratosfera, protege nuestro planeta y, por tanto, a nosotros. Especialmente de las nocivas radiaciones ultravioleta, causantes de melanomas y enfermedades del sistema inmune, entre otras cosas. En los años que siguieron a la constatación del debilitamiento de esta capa sobre el Polo Sur, en la región Antártica, diversos convenios y pactos internacionales han tratado de minimizar la emisión de sustancias como el CFC y los fungicidas. Pactos que tuvieron que ser revisados poco después al verificar que era la intervención humana la causante directa de la desaparición paulatina de esta capa.
Aunque el problema se ha concentrado fundamentalmente sobre el Polo Sur, siempre ha existido el temor de que el fenómeno pudiera reproducirse en el Ártico, dando lugar a un nuevo agujero. Sin embargo, las continuas mediciones que se realizan sobre la densidad de esta capa, muestran que las medidas tomadas están dando sus frutos y, por lo pronto, no hay que temer por la disminución de este gas en el Polo Norte. De hecho, un equipo de investigadores, liderado por Susan Solomon, profesora del centro Ellen Swallow Richards de Química atmosférica y Ciencias del clima en el MIT, ha descubierto precisamente que el debilitamiento que comenzó a producirse en el Ártico no llega a alcanzar las dimensiones del Antártico. Según explica Solomon, “aunque sin duda hay un cierto agotamiento del ozono en el Ártico, las condiciones extremas de la Antártida hasta el momento son muy diferentes de lo que encontramos en el Ártico, incluso en los años más fríos“. El frío extremo puede influir en la pérdida de la capa de ozono. La razón es que estas bajas temperaturas favorecen la formación de nubes estratosféricas polares y, cuando la luz incide sobre ellas, se desencadena una reacción con los productos contaminantes de creación humana, como los CFC contenidos en refrigerantes y espumantes. Esta reacción es la que, finalmente afecta al ozono estratosférico, destruyéndolo.
Solomon, que fue una de las primeras personas en relacionar los CFC con el agujero de la capa de ozono, coincide con otros estudios anteriores en que las políticas gubernamentales emprendidas, especialmente con el Protocolo de Montreal, han sido vitales para se tomaran medidas a tiempo que han evitado daños mayores. A pesar de que a raíz de este protocolo se dejaron de usar los CFC, estos gases permanecen aún en la atmósfera, y siguen interactuando con las moléculas de O3 de la estratosfera, aunque se espera que el proceso de destrucción de ozono en dicha zona comience en breve a sufrir un retroceso. Sin embargo, esa “brevedad” supone, en realidad, varias décadas, que es lo que se calcula que hará falta para que el CFC acumulado desaparezca del todo. Mientras eso no pase, el riesgo de que afecte tanto al Antártico como al Ártico en una medida similar, está presente.
En la investigación llevada a cabo por Solomon se emplearon globos sonda y datos de satélite, dirigidos al corazón mismo de la capa de ozono en ambas regiones polares. Las observaciones mostraron cómo, durante la primavera de 2011, en la que se registraron niveles de frío inusuales, la cantidad de ozono ártico disminuyó considerablemente, aunque sin llegar a causar una pérdida completa de la capa en algunas zonas o, lo que es lo mismo, sin generar ningún “agujero”. Al contrario de lo que ocurrió en la Antártida, donde el frío causó estragos en las concentraciones de ozono, uno de los peores en los últimos años. La explicación, según el estudio, podría estar en la reducción de los niveles de ácido nítrico (usado en explosivos, abonos, entre otras cosas,  además de ser uno de los componentes de la lluvia ácida) en el aire antártico, más frío que en el Ártico. Solomon señala que se espera seguir teniendo años de frío, lo que provocará agujeros extremos en la Antártida durante mucho tiempo. Pero no es posible, explica, “estar seguros de que nunca habrá grandes pérdidas de ozono en el Ártico” si llegan a producirse años inusualmente fríos. “Hasta ahora todo va bien, y eso es una buena noticia“, dice Solomon.
Aunque indudablemente vemos que son datos esperanzadores, están por ver los efectos que el cambio climático puede causar en las concentraciones de O3 estratosférico. Diversos estudios apuntan precisamente a que el calentamiento global podría llegar a desencadenar una nueva glaciación (lo que se traduce por mucho, mucho frío), algo que igualmente acabaría llegando de forma natural (aunque a su debido tiempo), desde el punto de vista de numerosos científicos, que consideran que el momento en que ahora vivimos no es sino uno más de los periodos interglacialesque se producen cíclicamente en nuestro planeta. Si eso ocurre mientras se mantiene cierta concentración de CFC, tal vez sí que acabe afectando al Ártico. Si bien hay procesos totalmente naturales que sería complicado eludir, hay una parte que únicamente nos corresponde a nosotros, y es la de no acelerar, acrecentar o perjudicar. En eso sí que tenemos el poder en nuestras manos, señores, como Goku.
Fuente: MIT
Imagen: Wikimedia Commons. De dominio público liberada por WhisperToMe
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