La presente historia se
remonta al 4 de enero de 1988, fecha muy especial en la vida de cuatro
Capitanes de Corbeta que llegamos ese día a Puerto Williams, a cumplir una de
las más hermosas mis iones que la Marina le entrega a sus Oficiales, asumir el
mando de un buque ... bueno, en realidad los buques que nos esperaban no eran
muy grandes, más bien eran lanchas, pero ¡qué hermosas y poderosas se veían
amarradas en el muelle, pintadas de negro, guerreras, relucientes! Efectuados
los saludos de rigor en el Distrito Naval Beagle, zarpamos esa misma tarde,
hacia el Este, junto a los Comandantes que nos entregarían el mando, a
reconocimiento de la zona.
Fue un día de nuevas
sensaciones, desplazarse en la mar, en zona de canales, a altas velocidades, no
es algo a lo que uno esté acostumbrado. Prontamente quedó atrás el paso
Mackinlay, que, en vez de las cuatro tradicionales caídas, cuidadosamente
trazadas, y que en más de una oportunidad me correspondió navegar como Oficial
de Guardia a bordo de una fragata o destructor, a 12 nudos, esta vez fue
navegado casi en línea recta, viendo pasar muy cerca la costa, los huiros, los
bajos, las rocas ... todo demasiado cerca y rápido. Tomamos algunos atracaderos
y fondeaderos del área, nos detuvimos frente al islote Snipe para reconocer su
desembarcadero, los peligros que lo circundan tales como el islote Solitario y
algunos bajos.
Llegada la noche, nos
dirigimos a Puerto Toro, frente a la isla Picton, para atracarnos en su muelle
y descansar algunas horas antes de reiniciar, al día siguiente, la navegación
que contemplaba continuar hacia el Este, pasar por las islas Nueva y Lenox, y
rodear por el Sur a la isla Navarino. Después de cenar y habiendo terminado la
conversación relativa a las experiencias vividas, vino el momento del sueño
agradable y reparador, plagado de nuevas imágenes marineras.
Pero, duró poco. En la
madrugada del 5 de enero, se recibió en la radio, un llamado de auxilio de un
buque en peligro, el Logos, y cuya posición estaba muy cerca de nosotros, a
sólo 8 millas.
¡Diana de emergencia,
arranca motores y larga! fueron una sola actividad, dirigiéndonos del deber.
¿Qué había pasado? El Logos
había zarpado a las 19:30 del 4 de enero desde Ushuaia, con rumbo Este
(atrasado en tres horas con respecto a su programa), llevando a bordo al
Práctico argentino que lo conduciría por las aguas del canal Beagle hasta su
boca occidental. Para continuar la narración y conocer qué sucedió a bordo de
ese buque, me apoyaré en algunos fragmentos del relato que hace de la situación
la escritora Elaine Rhoton, quien se encontraba a bordo el día de la
emergencia.
A las 23:30, el capitán del
buque (que en ese momento se encontraba durmiendo en su camarote) recibe un
llamado telefónico: -¿Puede venir enseguida al Puente?- le preguntó el Segundo
Oficial que estaba de guardia.
El Capitán Stewart no tuvo
que mirar afuera para saber que el tiempo había empeorado. El barco se
inclinaba a babor. Notó que el viento era muy fuerte. Debido a la estrechez del
canal, no había agua suficiente para que el viento pudiera levantar grandes olas;
pero eso no significaba que no había viento.
Todavía luchando por
sacudirse del profundo sueño y mantenerse alerta, el Capitán llegó al Puente.
Allí se le dio la novedad de que el Práctico quería desembarcarse. La lancha de
prácticos, pesada y difícil de maniobrar, seguía al Lagos. El patrón de la
lancha no quería arriesgar su embarcación, bajo las peligrosas condiciones de tiempo.
Él había presionado al Práctico para salir lo más pronto posible y mientras
estuvieran en aguas tranquilas.
-Pero no hemos salido del
canal, todavía-, objetó el Capitán del Logos. -No hay ningún peligro en lo que
falta del canal-, le aseguró el Práctico, y enseguida le señaló en la carta la
ruta entre los únicos dos obstáculos que quedaban antes de llegar a mar
abierto: los islotes Snipe y Solitario.
-¿Lo dejo ir o no?-, se
preguntaba el Capitán. Después de todo hay un solo pasaje que atravesar. El
Práctico conoce estas aguas, si él dice que no hay peligro ... -Está bien-,
consintió el Capitán, aunque sin deseos, -si Ud. está seguro de que no hay
peligro en navegar por ese pasaje, entonces puede irse-.
El Práctico, muy impaciente
por marcharse, le volvió a asegurar que todo iría bien. El desembarco no fue
fácil, tres fueron los intentos de dejar la escalera, concluyendo con un salto
a la lancha, la que se alejó rápidamente hacia Ushuaia.
El desembarco les había
tomado de ocho a diez minutos. Durante ese lapso, el Logos había aminorado su
velocidad y había sido arrastrado muy cerca de la punta oeste del islote Snipe.
Ya más tranquilo al saber que el Práctico estaba en su lancha, el Capitán
Stewart dio la orden de alejarse del islote y dirigirse al canalizo recomendado.
Mientras el barco giraba
lentamente a babor, el Capitán se dio cuenta que se acercaba peligrosamente al
islote Solitario (por estribor). Inmediatamente dio órdenes de alterar el curso
para esquivarlo a tiempo. Lo que ocurrió después fue algo completamente
inesperado para el Capitán.
Antes de irse, el Práctico
le había dado instrucciones claras acerca de la ruta a seguir usando el radar.
La posición de los islotes, incluyendo los bajos, estaban bien marcados en la
carta; pero había otro obstáculo importante. El Capitán, no familiarizado con
esas aguas, no sabía nada de ello. Las aguas que corrían del noroeste entraban
en el estrecho creando una corriente muy fuerte. La corriente empujaba el barco
con gran fuerza hacia las rocas que rodean el islote Solitario. Mientras el
buque giraba para pasar entre los islotes, también salía de la protección de la
costa y se encontró de pronto arrastrado por el impacto de un viento muy
fuerte. Sin poder combatir esas dos fuerzas poderosas, el barco no pudo seguir
el curso trazado.
- ¡Esto es extraño!-,
exclamó el Capitán, -no estamos avanzando-. El barco se detuvo. La sensación de
quietud era tan fuerte que el Capitán verificó las máquinas para ver si habían
parado. No, ellas estaban moviéndose a ciento cinco RPM. El Capitán se dio
cuenta de que estaban atrapados en medio de una corriente muy fuerte. En dos minutos,
el barco había abatido más de 300 metros a estribor. Con una serie de sacudidas
violentas, el barco chocó con los roqueríos que despide el islote Solitario.
Al escuchar y sentir el choque, el Capitán
ordenó parar las máquinas inmediatamente. Eran las 23:55 del 4 de enero de
1988".
¿Por qué el buque zarpó con
tres horas de atraso? ¿Por qué el Práctico decidió dejar el islote Snipe por el
Sur, de noche, por aguas chilenas? ¿Por qué éste se desembarcó adelantadamente,
haciendo caso al patrón de la lancha de prácticos? ¿Por qué el Capitán del
buque estaba durmiendo durante la navegación por pasos difíciles? Son
interrogantes que no pretendo dilucidar en esta narración, sólo mencionar que
como en todo accidente, siempre es la acumulación de errores y circunstancias
negativas, lo que desencadena la tragedia ... y ésta no fue la excepción.
Lo que siguió a continuación,
debió haber sido muy duro para la tripulación del buque. A la sorpresa inicial
de haber varado, despertando súbitamente, siguió la incertidumbre de lo que
realmente estaba pasando, ya que se desprende de la narración en el libro, de
que siempre a bordo se tuvo la impresión de que los daños eran menores y que la
situación no era grave, pero a medida que pasaban las horas y el agua comenzaba
a inundar las cubiertas, empezó a producirse una peligrosa escora a babor en el
buque, lo que llevó al Capitán a dar la orden que no quería pronunciar ...
"Abandonar el Buque", a las 05:10 hrs.
Y ahí estaban las
torpederas, listas a brindar su ayuda a un hermano del mar en apuros, a las que
se había sumado el patrullero Fuentealba. Desde los buques observábamos el
movimiento de personas que había en el Logos, no se apreciaba pánico, todo era
en silencio y ordenado, se notaba que la dotación había recibido entrenamiento
para situaciones de emergencia, los botes salvavidas del buque estaban siendo
arriados, eran seis en total, algunos con problemas debido a la escora, pero en
definitiva lograron su objetivo y embarcar a la totalidad de la tripulación.
Dos de los botes tenían motor, por lo que tomando a remolque los otros botes a
remo, los fueron llevando al costado de una torpedera y del patrullero. Aproximadamente
a las 05:45 todos estaban embarcados, a salvo. Sólo hubo un pequeño
inconveniente pero que, con criterio y frialdad que ameritaban las
circunstancias fue superado con rapidez; un grupo de los misioneros, en uno de
los botes, no deseaba subir a bordo de la torpedera; el motivo, que el buque
era de guerra y mostraba cañones y torpedos. No recuerdo quien fue que los convenció
de que Dios nos puso en su camino para auxiliarlos. Dada la extrema
sensibilidad y estado de shock que estaba sufriendo esa gente, se decidió
enfundar el armamento, ante lo cual el embarco se produjo sin mayor demora.
Allí quedó el buque, herido,
abandonado, acostado sobre su babor, un triste espectáculo para los navegantes;
poco a poco fue girando, hasta quedar con su proa hacia la costa chilena. Su
rescate, es decir sacarlo de entre las rocas y ponerlo a flote, era
prácticamente imposible, los costos de la operación no lo justificaban, por lo
que sus dueños resolvieron dejarlo en el lugar y regalar a la Armada todo
aquello que fuese rescatable. Aún permanece allí, ya no muestra su color blanco
de antaño, el óxido se apoderó de su casco y estructuras, yace como mudo
protagonista de un desastre que pudo haber sido de proporciones, pero esta vez
Dios quiso que sólo el material fuese el afectado de muerte y no los seres
humanos que lo tripulaban.
87 personas, entre hombres,
mujeres, niños, y unas pocas pertenencias, se embarcaron en la torpedera Fresia
(la dotación de la lancha era 18). Tranquilamente, recibidos y adoctrinados por
el Segundo Comandante del buque, un amable, correcto y profesional Sub teniente, fueron acomodándose en entrepuentes y pasillos, y entre cánticos y
alabanzas de agradecimiento a Dios, pusimos rumbo a Puerto Williams a dejar
nuestra preciada carga. Ahora, la navegación no fue tan rápida ni arriesgada
como la del día anterior cuando iniciamos el reconocimiento de la zona, las
condiciones de peso y estabilidad habían variado considerablemente, y se
notaba. Inmediatamente desembarcados los rescatados, zarpamos nuevamente a
continuar con nuestra tarea inicial, reconocimiento del área de operaciones.
En total, ciento treinta y
nueve personas fueron evacuadas del Logos por los buques chilenos, entre las
edades de seis semanas hasta cincuenta y nueve años. A pesar de todas las
adversidades, ni una sola sufrió daño alguno; dejadas todas ellas en Puerto Williams,
fueron atendidas con gran amabilidad y solicitud por su población,
proporcionándoles ropa de abrigo, comida y alojamiento. En tres días la mayoría
del personal del Logos fue llevado a Punta Arenas, donde iglesias de diferentes
denominaciones respondieron a la crisis apoyándolos en su desgracia con
hospitalidad y amor cristianos. Este fue mi nexo con el Logos y que llevó a un
ex tripulante de ese buque (ahora embarcado en el Logos II), que supo de mi
existencia, a enviarme un libro que me hizo revivir con más intensidad esa
experiencia marinera, ya que me permitió conocer "la otra parte", la
de aquellos que sufrieron el rigor y la fuerza de nuestra naturaleza en la zona
austral, pero que sin embargo también conocieron la solidaridad y
profesionalismo de los hombres de mar de la Armada de Chile, materializados en
todos y cada uno de los Oficiales y Gente de Mar que estuvieron presentes en el
rescate, todos actuando bajo un solo objetivo : "salvaguardar la vida en
el mar" .
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