250 hombres, 5 naves y una gran aventura por delante
El 20 de septiembre de 1519, 40 días después de haber zarpado de Sevilla, las naves iniciaron su travesía oceánica desde Sanlúcar de Barrameda con víveres para dos años. Nadie imaginaba que la expedición se prolongaría por más tiempo. A partir de este momento, al margen de coronas, reyes o nacionalidades, solo habría hombres, unos 250 a bordo de cinco naves. Como tales, sus comportamientos, aciertos y errores obedecerían sencillamente a emociones humanas.
El origen de una gesta histórica
Pero tratemos de entender cómo pudo llevarse a cabo una hazaña de tales características sin proponérselo. Desde mediados del siglo XV Europa hervía en la búsqueda de nuevos mundos, nuevos puertos y nuevas rutas comerciales. La toma de Constantinopla en el año 1453 por parte del sultán Mehmed I había supuesto el inicio de una nueva era.
Y no solo para el Imperio otomano, sino, paradójicamente, para la expansión de un continente que, con la ruta terrestre hacia las especias en manos del Turco, no tenía más salida que echarse a la mar y enfrentarse a los monstruos que poblaban sus mapas.
A finales de siglo, cuando el descubrimiento de América demostró que aún quedaban tierras por explorar, la mayoría ilustrada intuía ya que el mundo no acababa en un salto abrupto al vacío y que la esfericidad de la Tierra era algo más que una hipótesis. La expedición que en 1519 partiría desde Sevilla estaba, sin saberlo, a punto de constatarlo.
Fueron varios los factores que coincidieron para que se dieran las circunstancias y el momento idóneos: los avances tecnológicos en el diseño de las naves, los instrumentos de navegación y la cartografía, el desarrollo de un pensamiento más global con la irrupción del Renacimiento y, por supuesto, un incentivo potente: la búsqueda de las riquezas que aguardaban allende los mares.
Un mundo todavía desconocido
Fernando de Magallanes reunía los conocimientos, la experiencia y la motivación obtenidos durante sus expediciones al servicio del rey de Portugal. El Tratado de Tordesillas había dividido en 1494 un mundo no del todo conocido entre los dos vecinos peninsulares.
El reino luso ya había fundado colonias en África, al más puro estilo fenicio, costeando el continente por el cabo de Buena Esperanza, y había remontado la costa oriental africana hasta llegar a la India y alcanzar, en lo que hoy es Indonesia, las míticas islas de las Especias, las únicas del mundo productoras de clavo, canela o nuez moscada, mercancías que en Europa tenían una altísima demanda.
Magallanes, que ya había navegado la zona y vislumbrado sus posibilidades, trató de venderle al rey de Portugal la posibilidad de fletar una expedición para alcanzar las islas por un camino más corto, el de occidente.
¿Una idea innovadora?
La idea no era nueva, como apunta el historiador José Luis Comellas. Colón ya la había esgrimido ante los Reyes Católicos 30 años antes, con unos resultados conocidos por todos. Es probable que ambos marinos bebieran de las mismas fuentes: el mapa, hoy perdido, de Toscanelli, que «demostraba» que la distancia por el oeste era sensiblemente inferior a la de la «ruta portuguesa».
El monarca Manuel I de Portugal rechazó la propuesta de Magallanes, quizá porque no necesitara una ruta alternativa o quizás asesorado por su Junta de Matemáticos, que de un modo intuitivo halló disonancias en las distancias establecidas por Toscanelli.
Las había, efectivamente: basándose en los cálculos de Ptolomeo, Toscanelli pensaba que la Tierra era una cuarta parte más pequeña de lo que en realidad es y estimaba su circunferencia en 29.000 kilómetros en lugar de los 40.000 que ahora sabemos que mide. Un error de cálculo.
Rechazado por el rey portugués, Magallanes arribó a España acompañado de Rui de Faleiro, un prestigioso cosmógrafo que afirmaba ser capaz de calcular la longitud geográfica, la codiciada variable que faltaba a la hora de realizar las mediciones en el mar.
Ambos diseñaron una propuesta, contactaron con importantes valedores como Juan de Aranda, factor de la Casa de Contratación; Diego Barbosa, alcaide de los Reales Alcázares de Sevilla, y el comerciante burgalés Cristóbal de Haro, representante de los banqueros centroeuropeos Fugger. Consiguieron así que Carlos I, el jovencísimo soberano español, los escuchara.
Aseguraban conocer un «paso» a través de las Américas para bordear el nuevo continente y llegar a ese mar del Sur que Vasco Núñez de Balboa había avistado ya cinco años antes. Y eso no era todo: podían demostrar que las Molucas se ubicaban en la parte española del Tratado de Tordesillas. Una afirmación arriesgada sin conocer el tamaño del mundo, pero tan atractiva –y lucrativa, en el caso de ser cierta– que el monarca español no necesitó mucho más para ponerlos al mando de una flota.
En marzo de 1518 se firmaban en Valladolid las capitulaciones entre el rey español y el navegante portugués.
En ellas quedaban fijados los objetivos (la búsqueda de un paso por el sur de las Indias que condujera a las islas del Maluco y la constatación de que se hallaban en zona española), las obligaciones (no entrar en conflicto con tribus locales, no penetrar en la demarcación portuguesa e informar puntualmente de la derrota al resto de los capitanes) y las recompensas (el ingreso en la Orden de Santiago, una participación en los beneficios y un sistema de señorío en función de las nuevas tierras descubiertas).
La expedición, con un coste de ocho millones de maravedíes (lo que hoy serían 1,5 millones de euros), fue financiada por la Corona de Castilla, los Haro y los Fugger. Pese a los rumores de que el rey de Portugal intentaría por todos los medios sabotear la expedición, mientras las naves se aprovisionaban en Sevilla el sueño de Magallanes parecía a punto de materializarse. Solo hubo un cambio en la propuesta inicial: Rui de Faleiro se quedaba en tierra.
«Se argumentaron problemas de salud, pero yo creo que la asunción del mando de la empresa por Magallanes le hizo dar una prudente marcha atrás», opina el historiador Xabier Alberdi, director del Museo Marítimo Vasco.
Otros, como Luis Mollá, capitán de navío de la Armada española y autor de la epopeya ficcionada La flota de las especias, creen que Faleiro fue una pieza sacrificada por la Casa de Contratación, al frente de la cual el obispo Rodríguez de Fonseca hizo, en el último momento, una criba de portugueses.
Juan de Cartagena –su sobrino o hijo natural, depende de las fuentes– pasó a ocupar el lugar del cosmógrafo como persona conjunta a Magallanes, a cargo de la nao San Antonio. «Fonseca estableció una bicefalia en la expedición –dice Luis Mollá–. Y una bicefalia en el mar nunca funciona».
NATIONAL GEOGRAFIC
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