¡Feliz Día Mundial del Pingüino!
El día de hoy representa un motivo más para rendir homenaje a estas increíbles y adorables criaturas, pero también resulta útil para aprender más sobre sus hogares y el entorno en el que viven. Por desgracia, el hábitat de las seis especies reproductoras nativas de la Antártida –emperador, rey, barbijo, adelia, papúa y macarroni– se encuentra realmente amenazado.
Recientemente, me froté los ojos con incredulidad ante la noticia de que los fenómenos de calor extremo en las zonas más frías de nuestro planeta –las regiones polares del Norte y del Sur– habían batido todos los récords de temperatura. Este marzo, algunas partes de la Antártida registraron temperaturas de casi 38 ºC por encima de lo habitual durante esta época del año.
Sin duda, se trata de un nuevo ejemplo impactante de cómo los cambios en la región se están acelerando a velocidades que no podíamos imaginar. De hecho, sucesos como el colapso de una plataforma de hielo del tamaño de Roma en el océano Antártico hace unos días se están convirtiendo en algo cada vez más habitual.
Si me permiten el juego de palabras, esta noticia resulta realmente escalofriante.
La Antártida y el océano que la rodea no han de hacer las veces del canario en la mina de carbón, sino de un inmenso recordatorio de la necesidad de actuar con rapidez. Así, han de reducirse drásticamente las emisiones globales de carbono y adoptar medidas que le permitan a esta región y a su asombrosa fauna, como los pingüinos, adaptarse y capear el temporal de la crisis climática.
La Antártida es un continente extraordinario y ha conquistado los corazones y las mentes de mi familia desde hace décadas.
En 1972, mi abuelo, Jacques Cousteau, y mi padre, Philippe Cousteau Sr., zarparon desde Marsella hacia la Antártida a bordo del Calypso. La tripulación exploró islas cubiertas de nieve y glaciares y fueron las primeras personas en bucear bajo las relucientes plataformas de hielo del océano Antártico.
Hace poco, en febrero, viajé con mi esposa Ashlan a la península Antártica durante cinco días y pude experimentar de primera mano la majestuosidad del continente, pero también su fragilidad.
Lamentablemente, la emoción de encontrarnos en los confines del mundo pasando el rato con los pingüinos en uno de los lugares más emblemáticos de la Tierra no duró mucho. De hecho, se vio eclipsada por un sentimiento de desesperación cuando nos dimos cuenta de que este lugar podría haber cambiado radicalmente cuando nuestros hijos pequeños hayan crecido.
Hoy en día, abundan términos como «urgente», «vital» y «crítico» cuando hablamos del medioambiente, pero en este caso no podrían ser más apropiados. Si queremos tener alguna posibilidad de forjar un futuro esperanzador, todos debemos hacer lo que podamos para intensificar la protección de la Antártida.
Si bien el continente antártico no puede explotarse, las aguas que lo rodean continúan expuestas a la pesca comercial, lo que elimina las fuentes de alimento clave de las que vive su emblemática fauna. Hace 30 años, mi abuelo influyó de forma decisiva en la adopción de un acuerdo internacional (el Protocolo de Madrid) para proteger el continente como espacio natural.
Hoy, Ashlan y yo le rendimos homenaje y formamos parte de una campaña mundial que reclama la creación de tres nuevas áreas marinas protegidas (AMP) a gran escala en las aguas del gélido océano Antártico: la Antártida Oriental, el mar de Weddell y la península Antártica.
A pesar de lo osado de esta propuesta, no carece de antecedentes. En 2016, pese a las tensiones geopolíticas, el liderazgo estadounidense en la Antártida, que involucró a los científicos de la NOAA, los diplomáticos del Departamento de Estado y hasta el propio presidente Obama, resultó decisivo para la declaración de la AMP del mar de Ross, la mayor reserva marina del mundo.
Una vez más, el mundo (y sus pingüinos) necesita que EE. UU. asuma ese tipo de liderazgo para lograr que los demás países miembros de la organización internacional encargada de proteger el océano antártico (la Comisión para la Conservación de los Recursos Vivos Marinos Antárticos) se comprometan a garantizar la protección de otras tres grandes zonas oceánicas en el océano Antártico.
Sin duda, esta medida representaría el mayor esfuerzo de protección de los océanos de la historia.
En plena Guerra Fría, el continente antártico se protegió exclusivamente por la paz y la ciencia. Si se salvaguardaran las aguas que lo rodean, Estados Unidos perpetuaría su poderoso y tradicional legado de conservación de la Antártida.
Más allá de dar un respiro a las generaciones futuras, enviaría un contundente mensaje de esperanza a todo el mundo, lo que resultaría aún más conmovedor dado el actual contexto de profunda división internacional.
No se equivoquen: no podemos resolver la crisis climática si no restauramos y protegemos el océano, y no podemos hacerlo sin salvaguardar la Antártida.
Espero de corazón que podamos reunir el valor para actuar por el océano de la Antártida y por el bien de nuestro planeta, de nuestros hijos y, por supuesto, de los pingüinos.
(*) Philippe Cousteau es periodista, explorador, ecologista y miembro de Antarctica2020 que aboga por una mayor protección de las aguas de la Antártida.
Efeverde
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