El logro más destacado de la expedición fue demostrar que era posible establecer bases.
La mañana del viernes 16 de enero apenas da tiempo a un pequeño grupo de investigadores de visitar la Base Arturo Prat, en la isla Greenwich, un hito para los chilenos, porque fue su primera estación antártica. Establecida el 6 de febrero de 1946, la base de la Marina chilena ha estado ocupada permanentemente todo el año, con todas las facilidades de la vida moderna. Es interesante porque los grupos de personas que vienen son preparadas durante seis meses previos a su despliegue un poco como si fueran tripulaciones de astronautas.
Es decir, son personas que vienen formadas, preparadas, y con las mejores condiciones y actitudes para sobrevivir al confinamiento. Es un mismo equipo de gente para que se entiendan, se conozcan y aprendan a trabajar en conjunto. La estación tiene además un laboratorio que comparte un espacio con el Instituto Antártico Chileno, INACH. En este momento hay dos investigadores de la Universidad de Valparaíso que adelantan estudios sobre plancton vegetal y animal de la zona, la relación de las larvas de peces con las corrientes marinas, y con la física del océano Austral. (Visite el especial: viaje al continente blanco)
Mientras tanto, el ARC 20 de Julio, bañado por una constante nevada de agua hielo, esperaba dando amplios zigzags en la boca de la gigantesca bahía Discovery, en cuya otra punta está la estación ecuatoriana Pedro Vicente Maldonado, que esperamos poder visitar al final del trecho antártico, en febrero.
Temprano al día siguiente, durante lo que debería ser una madrugada si la Antártida en esta época se molestara en tener madrugadas (la noche ya prácticamente no existe), llegamos al comienzo del Estrecho de Gerlache, que tiene unas 20 millas de ancho en este punto. Es un día soleado (aunque la temperatura del aire es de 1.5 grados C) y hay muchos trozos de témpanos de todos los tamaños, desde un metro hasta 500, sobre un océano intensamente azul oscuro y lleno de brisa. Salgo al puente para retratar las magníficas montañas blancas con estrías negras que se abren a ambos lados en la distancia. A estribor, a medida que bajamos hacia el sur-surweste -como dicen los marinos- hay grandes islas, y a babor, o izquierda, está el continente antártico.
Pienso en Adrien Victor Joseph de Gerlache, un teniente en la Marina Real Belga que en 1897 convenció a la Sociedad Geográfica de Bruselas de financiar una expedición científica a la Antártida en el velero Bélgica. Entre sus tripulantes había un joven noruego que se ofreció a trabajar sin pago: era nada menos que Roald Amundsen, quien habría de descubrir el Polo Sur Geográfico.
La expedición de Gerlache salió de Punta Arenas el 14 de diciembre. Para febrero, habían mapeado este estrecho (aunque aún hay muchos puntos aquí que no lo están), así como las islas que veo a mi alrededor: Brabant, Liége, Anvers y Wiencke, esta última nombrada en memoria de un marino que cayó al agua y se ahogó. La fotografía se usó por primera vez en esta expedición. “El ruido de la cámara era tan constante como la cinta de la bolsa de valores.” ¿Suena familiar?
El Bélgica llegó a la latitud 71 grados 31 minutos sur, y quedó atrapado en el hielo por 377 días, de donde sólo se zafó gracias a una combinación de esfuerzo y suerte. Fue la primera vez que alguien pasó el invierno al sur del Círculo Polar Antártico. La oscuridad continua durante los seis meses de invierno, y la falta de vitamina C comenzaban a causar estragos entre la gente, y se salvaron del escorbuto gracias a que comieron carne fresca de foca y pingüino, que los hombres detestaban.
Para liberarse de las garras del hielo marino, cortaron un canal de 600 metros a mano con serruchos, comenzando desde una polynya -un trecho de agua abierta- y ensanchando el canal hacia atrás. Trabajaron como perros durante un mes, empujando los bloques de hielo hacia el agua abierta. Cuando estaban a 30 metros del buque, un cambio de viento apretó el hielo marino y les cerró, en una hora, todo lo que habían hecho. Tuvieron que esperar otro mes, hasta encontrar el acceso al mar abierto.
El logro más destacado de la expedición de Gerlache fue demostrar que era posible establecer bases en el continente mismo, permitiendo a las naciones del futuro un completo programa de exploración. Ese conocimiento habría de ser crucial para la siguiente etapa de exploración antártica.
Pocos años después, Gerlache quiso iniciar un programa de turismo polar, en una nave llamada Polaris, pero abandonó la causa, y le vendió el buque a un tal Ernest Shackleton, que lo rebautizó como Endurance. Y resto, como dicen, es historia.
“Unidad en estación oceanográfica”, anuncia el oficial de guardia desde el puente de gobierno, mientras siento que el buque detiene el eje de propulsión sin apagar las máquinas –algo así como dejar el automóvil en neutro. Con estas palabras salgo de mis cavilaciones, y comienza el baile, no sin antes almorzar arroz atollado con jugo de lulo.
Durante los próximos cinco días el equipo de investigadores interdisciplinarios trabajará la Fase I del proyecto, es decir, hacer 20 estaciones oceanográficas en 20 puntos escogidos a lo largo del estrecho de Gerlache. En cada uno de los puntos el buque se detendrá durante cuatro horas para que los investigadores recolecten agua, muestras de lecho oceánico y plancton, además de tomar el equivalente a los signos vitales del mar en esta zona: corrientes, salinidad, temperaturas, profundidades.
El cómo y por qué son materia de la siguiente nota.
ÁNGELA POSADA-SWAFFORD
Corresponsal de EL TIEMPO, DIMAR y la ARMADA en la
I EExpedición Antártica Colombiana
Corresponsal de EL TIEMPO, DIMAR y la ARMADA en la
I EExpedición Antártica Colombiana
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