miércoles, 13 de junio de 2012

El naufragio de la corbeta Swift cuenta su historia en un libro



María Alicia Alvado
Cuando fue convocada para desentrañar el misterio de un barco naufragado del siglo XVIII, la arqueóloga Dolores Elkin estaba trabajando a 4.100 metros de altura, en plena puna catamarqueña.  Sin embargo, aceptó el desafío, aprendió buceo y cambió el altiplano por las profundidades oceánicas,  para dirigir el “Proyecto Swift”.
Hoy, 15 años después, este proyecto se ha convertido en modelo para la arqueología subacuática a nivel sudamericano y  sus resultados acaban de ser publicados en formato libro (“El naufragio de la HMS Swift -1770-. Arqueología marítima en la Patagonia”), del que Elkin es coautora junto con siete especialistas de distintas áreas.
“Es un libro que tratamos de que fuera lo más completo posible y si bien es académico, queríamos que el lenguaje ameno para que así fuera de interés también para todos los interesados en temas históricos o náuticos”, explicó Elkin durante la presentación del texto.
Todo comenzó con un diario de viaje, el que el teniente Erasmus Gower  llevaba a bordo de la corbeta británica HMS Swift desde el día en que zarpó del puerto Deptford  (Gran Bretaña) a fines de 1769 en misión exploratoria por aguas del Atlántico Sur. Pero el viaje terminó abruptamente el 13 de marzo de 1770, cuando la corbeta naufragó como consecuencia de la colisión con una piedra oculta bajo las aguas y frente a las costas de lo que hoy es Puerto Deseado. En la descripción de ese fatídico día, Gower escribió: “Este accidente ocurrió a unos 47º 47’ de latitud sur y 66º 10’ de longitud oeste, en el continente de la Patagonia, cuya desolación (…) difícilmente pueda ser equiparada”.
Según da cuenta el diario, en el accidente murieron tres personas: el cocinero y dos soldados de la tropa de marina. El resto de los 90 tripulantes pudo abandonar la nave y alcanzar las costas santacruceñas.  De los tres fallecidos, sólo se recuperó el cuerpo del cocinero.
Munido con este documento, un descendiente del teniente, el australiano Patrick Rodney Gower  llegó un día de 1975 a Puerto Deseado siguiendo las pistas de un naufragio del que no había quedado memoria oral en la comunidad. Por eso fue poco lo que Gower se llevó de su visita, pero en cambio dejó sembrada la inquietud en torno a  una desconocida embarcación que probablemente estaba oculta desde hacía más de 200 años frente a playas deseadenses.
Y la historia narrada en el diario comenzó a confirmarse en el 4 de febrero de 1982, cuando dos buceadores de la localidad descubrieron los restos de la embarcación, que las frías aguas y las peculiaridades del sedimento marino habían mantenido en muy buen nivel de preservación a pesar del tiempo transcurrido.
“Vaya nuestro reconocimiento para los que descubrieron el barco en 1982, buceando en condiciones precarias, y tuvieron el enorme mérito de acordar que lo que saliera iba a quedar en Puerto Deseado, para patrimonio de esa ciudad”, sostuvo Elkin en la presentación del libro.
Tan importante fue este hallazgo que en torno a él se creó el primer programa oficial de arqueología subacuática del país bajo la órbita del Instituto Nacional de Antropología y Pensamiento Latinoamericano (INAPL), desde donde el equipo liderado por Dolores Elkin empezó a estudiar científicamente el naufragio, que fue declarado patrimonio cultural por la provincia de Santa Cruz.
Todas estas alternativas,  así como las tareas de investigación desarrolladas en el lugar desde 1997, están narrados en el libro  “El naufragio de la HMS Swift -1770-. Arqueología marítima en la Patagonia” que fue presentado el pasado lunes en las instalaciones del INAPL.
“No consideramos que esté terminado el proyecto ni mucho menos pero sí consideramos que es una etapa que se ha cumplido,  donde tenemos suficiente información como para volcarla en una publicación y compartirla con lo demás investigadores y todos los interesados en el tema”, sostuvo por su parte el arquitecto Cristian Murray, otro de los autores del libro.
En el barco, que se hundió con gran parte de su carga intacta, se encontraron todo tipo de objetos, desde armamentos como cañones, proyectiles y armas blancas, hasta monedas de la época, pasando por un amplio abanico de elementos de vajilla, vestido y mobiliario.
Pero quizás el hallazgo más inesperado fue el que tuvo lugar a fines de 2005, cuando a partir de la punta de un zapato que asomaba entre el sedimento se descubrió  un esqueleto humano completo. La evidencia reunida permitió establecer que restos humanos corresponden a uno de los dos infantes de marina fallecidos en el naufragio y cuyos cuerpos no habían sido encontrados: Robert Rusker de 21 años o John Ballard de 23 años. Pero los estudios realizados hasta el momento no han podido establecer su identidad.
“El hallazgo de restos humanos era algo que no esperábamos que sucediera, pero sucedió y con esto se abrió toda otra rama de investigación, que incluye el trabajo de especialistas forenses y químicos”, explicó Elkin.
Tras concluir los estudios sobre los restos humanos, éstos fueron enterrados con honores militares en el Cementerio Británico de la Chacarita, de donde el infante marino de identidad desconocida pasó a ser el habitante más antiguo.
Otra curiosidad fue el hallazgo de un collar de perro, lo que evidenciaría la existencia de una mascota entre la tripulación cuyos restos no han sido encontrados.
“No era raro que hubiera mascotas a bordo y como el collar estaba en la cabina del capitán, probablemente el perro era de él. Era de bronce, ajustable, de una tipología que se sabe que eran de esa época y tiene toda una inscripción en la parte interna del collar, con un nombre y un lugar en Inglaterra. Se trataba de un animal pequeño y la inscripción volcada hacia adentro es porque probablemente estaba reciclado, perteneció a otro animal y luego usaron para este”, explicó Cristian Murray.
TELAM

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