sábado, 12 de mayo de 2012

Antártida, un lujo de paisaje y fauna

El séptimo continente. La delicia de navegar entres icebergs y con ballenas...



Ver los primeros icebergs nada más alcanzar la península antártica después de realizar la travesía en velero pasando por los temidos Cabo de Hornos y Pasaje de Drake, era toda una novedad. Después se convirtió en rutina, y, ¡bendita rutina!, ¡qué preciosidad! Nos adentramos en el estrecho de Gerlache rodeado de islas y del propio continente helado. Montañas de nieve contrastando con la roca, el cielo azul, el mar, en ocasiones, helado, esos icebergs, en fin, un lujo de paisaje. Como también fue todo un lujo ver la fauna de la Antártida, y más lujo todavía verla ¡tan de cerca!
Adiós a la guardias
Como aquél que dice good bye a algo malo, entrar en la península antártica con el barco, arriando las velas, para navegar a motor por el mar tranquilo -comparado con el que dejábamos atrás del Drake-, y dejar las guardias nocturnas, fue todo uno. ¡Adiós a las guardias!, pero sin bajar la guardia porque hay que seguir haciéndolas, eso sí, diurnas, hasta que atracábamos en alguna bahía o anclábamos el barco en algún punto fijo después de navegar todo el día porque al que le tocaba el turno tenía que estar en la proa del barco para avistar antes que nadie los icebergs e indicar al timonel el lugar de paso.
Se acabó también dormir, comer, vestirse, etc., con esa escora por la ceñida del barco que llevábamos durante la travesía. Y se acabó también el mal tiempo. La Antártida nos recibió con cielos azules que hacía que el paisaje todavía fuese más espectacular. Las puestas de sol ofrecían un juego de luces verdaderamente increíble.
La Antártida es única
Según avanzábamos en la navegación íbamos parando en lugares más o menos estratégicos y descendíamos a tierra en la zodiak para subir a diferentes montañas -especial recuerdo guardo de mi primera cima antártica a la que subí con mi tocayo Juan Manuel Blanchard-; o visitar diferentes colonias de pingüinos, o alguna base antártica más.
El punto más austral que alcanzamos, fue pasado el grado 65 S donde se encuentra la base Vernadsky, y donde se puede tomar vodka, gentileza de los ucranianos que la habitan (la base fue comprada a los británicos por la simbólica cifra de una libra). A partir de este punto, comenzó el viaje de regreso por otros diferente canales que seguían ofreciéndonos un increíble espectáculo. Salir a cubierta a hacer fotos de las espectaculares puestas de sol y del no menos espectacular paisaje era un sacrificio añadido por el, a veces, terrible frío que hacía. Pero como decía mi madre, sarna con gusto no pica. Así que allí estábamos recogiendo en imágenes lo que nuestras pupilas no terminaban de digerir.
No sé decirles, pero entre los once que íbamos en el SMA, habremos hecho más de cien mil fotos. Y no exagero, pero es que la espectacularidad del sitio obligaba a ello. Y nosotros éramos los privilegiados que estábamos allí para corroborar que la Antártida es única...
Y, ¡cómo no!, hubo que volver a pasar por los temidos y bravíos Drake y Cabo de Hornos. Un regreso en velero de verdadera dureza...
Diariovasco

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