Llegada a Guayaquil
Del 16 al 20 de diciembre del 2014
Los días a bordo del ARC 20 de Julio comienzan a las 7 am con música a gusto del oficial de guardia de turno. Esta mañana del 20 de diciembre el teniente Raphael López nos levantó al son de Te Empeliculaste, de Silvestre Dangón, seguida de Cumpleaños Feliz, de Diomedes Díaz, porque nuestra productora de Lulo Films, Erika Cindua, estaba de cumpleaños. No solo eso, sino que tenemos un papá nuevo a bordo, ya que el suboficial tercero Fabio Alvarez estrenó bebé (Luciana) a las 10 am de hoy.
No me ha tomado mucho tiempo acostumbrarme a la rutina de abordo, y comenzar a desplegar mis “piernas de mar”, aprendiendo a moverme a bordo, subir y bajar escaleras, y abrir y cerrar pesadas escotillas. Hay que ser humilde con estas cosas, pero mi estómago se ha portado a la altura, sin el menor rastro de mareo, salvo algún lejano cosquilleo que se esfuma tan pronto me pongo a masticar un poco de raíz de jengibre. Lo recomiendo altamente: hay algo en su picante escozor que despeja la cabeza y acalla cualquier protesta naciente allá abajo.
No me ha tomado mucho tiempo acostumbrarme a la rutina de abordo, y comenzar a desplegar mis “piernas de mar”, aprendiendo a moverme a bordo, subir y bajar escaleras, y abrir y cerrar pesadas escotillas. Hay que ser humilde con estas cosas, pero mi estómago se ha portado a la altura, sin el menor rastro de mareo, salvo algún lejano cosquilleo que se esfuma tan pronto me pongo a masticar un poco de raíz de jengibre. Lo recomiendo altamente: hay algo en su picante escozor que despeja la cabeza y acalla cualquier protesta naciente allá abajo.
Ahora que todo es nuevo, y que hemos debido recibir instrucciones, reconocer el buque y pasar el magnífico Canal de Panamá, las horas se han vuelto tan líquidas como el agua que nos rodea. Me dicen que a medida que vayan pasando las semanas habrá que luchar contra el aburrimiento.
Me niego a verlo así. No me alcanzan los días para entrevistar a cuantas personas quieran hablar conmigo, leer vorazmente los mejores libros de exploración polar, analizar las ramificaciones del Sistema del Tratado Antártico y la envergadura de lo que Colombia quiere lograr a futuro.
Pero hoy fue un día dedicado a cosas más prosaicas. Por ejemplo, hacer la lavandería. El buque tiene dos lavadoras y dos secadoras. Puesto que somos 102 personas, es necesaria la organización militar para que todos podamos tener ropa interior fresca; cada semana uno tiene asignada una hora X para lavar y secar. Por lo general ese mismo día uno aspira el camarote, si tiene la suerte de hallar una aspiradora portátil en alguna parte del nivel en cuestión, o de lo contrario, a punta de escoba.
Ayer tuvimos un “zafarrancho de abandono”, durante el cual nos asignaron balsas salvavidas, y nos dieron instrucciones de qué llevar con nosotros durante una emergencia. Muchos de los civiles nos rajamos, por no pensar en cosas como una cobija, loción antisolar o efectos personales como remedios y aspirinas. Intuyo que los van a volver a repetir sorpresivamente hasta que nos la aprendamos. Uno alcanza a reírse, pero cuando piensa en el lugar a donde vamos, la sonrisa se esfuma. Por mi parte, ya tengo listo el morral de emergencia.
Luego, frente a Juanchaco, pasaron un montón de cosas: se aprovechó el momento de calma para hacer un par de maniobras con el helicóptero (un Bell 412), incluso bajo una llovizna pertinaz. Estoy a la expectativa del video que “Gladiador”, el copiloto, tomó con mi cámara atada a su casco. Poco después, un buque de desembarco se nos arrimó para traer los equipos polares que no alcanzaron a llegar a Cartagena: varias cajas con cuelleras, guantes, botas y ropa de climas extremos.
En la tarde se hizo un ensayo con las redes de arrastre que el biólogo marino Diego Mojica, en apoyo a las universidades del Valle y de Antioquia, entre otras instituciones, llevará a cabo en varios puntos de la Península Antártica para recoger muestras de plancton. Las botellas con el botín serán estudiadas a bordo, en el “laboratorio húmedo” que el jefe de ciencia, Capitán Ricardo Molares, instaló dentro de un contenedor especial.
Al mismo tiempo, el mayor Juan Miguel Castro, de la Fuerza Aérea, comenzó sus pruebas de fisiología del cuerpo humano en los trópicos versus el frío extremo, poniendo a algunos de nosotros a caminar como hamsters sobre una cita rodante, conectados a tubos de oxígeno. Exploraré todos estos temas cuando vaya llegando el momento.
Y en la noche, la novena navideña, con maracas y buñuelos. Cada noche le corresponde el turno de organizar la novena a un grupo diferente. Y como entra en juego la competencia, la novena se va poniendo más técnica y con mejores pasabocas. El 23, cuando nos toque el turno a los investigadores y comunicadores, estamos pensando echar la casa por la ventana.
El mar nos ha tratado con suma gentileza, con guante de seda, en realidad. Uno –yo, al menos- duerme aquí a pierna suelta. Hace seis horas cruzamos la línea imaginaria del ecuador, y estamos llegando a Guayaquil, donde permaneceremos dos días conversando con el Instituto Antártico Ecuatoriano.
Me niego a verlo así. No me alcanzan los días para entrevistar a cuantas personas quieran hablar conmigo, leer vorazmente los mejores libros de exploración polar, analizar las ramificaciones del Sistema del Tratado Antártico y la envergadura de lo que Colombia quiere lograr a futuro.
Pero hoy fue un día dedicado a cosas más prosaicas. Por ejemplo, hacer la lavandería. El buque tiene dos lavadoras y dos secadoras. Puesto que somos 102 personas, es necesaria la organización militar para que todos podamos tener ropa interior fresca; cada semana uno tiene asignada una hora X para lavar y secar. Por lo general ese mismo día uno aspira el camarote, si tiene la suerte de hallar una aspiradora portátil en alguna parte del nivel en cuestión, o de lo contrario, a punta de escoba.
Ayer tuvimos un “zafarrancho de abandono”, durante el cual nos asignaron balsas salvavidas, y nos dieron instrucciones de qué llevar con nosotros durante una emergencia. Muchos de los civiles nos rajamos, por no pensar en cosas como una cobija, loción antisolar o efectos personales como remedios y aspirinas. Intuyo que los van a volver a repetir sorpresivamente hasta que nos la aprendamos. Uno alcanza a reírse, pero cuando piensa en el lugar a donde vamos, la sonrisa se esfuma. Por mi parte, ya tengo listo el morral de emergencia.
Luego, frente a Juanchaco, pasaron un montón de cosas: se aprovechó el momento de calma para hacer un par de maniobras con el helicóptero (un Bell 412), incluso bajo una llovizna pertinaz. Estoy a la expectativa del video que “Gladiador”, el copiloto, tomó con mi cámara atada a su casco. Poco después, un buque de desembarco se nos arrimó para traer los equipos polares que no alcanzaron a llegar a Cartagena: varias cajas con cuelleras, guantes, botas y ropa de climas extremos.
En la tarde se hizo un ensayo con las redes de arrastre que el biólogo marino Diego Mojica, en apoyo a las universidades del Valle y de Antioquia, entre otras instituciones, llevará a cabo en varios puntos de la Península Antártica para recoger muestras de plancton. Las botellas con el botín serán estudiadas a bordo, en el “laboratorio húmedo” que el jefe de ciencia, Capitán Ricardo Molares, instaló dentro de un contenedor especial.
Al mismo tiempo, el mayor Juan Miguel Castro, de la Fuerza Aérea, comenzó sus pruebas de fisiología del cuerpo humano en los trópicos versus el frío extremo, poniendo a algunos de nosotros a caminar como hamsters sobre una cita rodante, conectados a tubos de oxígeno. Exploraré todos estos temas cuando vaya llegando el momento.
Y en la noche, la novena navideña, con maracas y buñuelos. Cada noche le corresponde el turno de organizar la novena a un grupo diferente. Y como entra en juego la competencia, la novena se va poniendo más técnica y con mejores pasabocas. El 23, cuando nos toque el turno a los investigadores y comunicadores, estamos pensando echar la casa por la ventana.
El mar nos ha tratado con suma gentileza, con guante de seda, en realidad. Uno –yo, al menos- duerme aquí a pierna suelta. Hace seis horas cruzamos la línea imaginaria del ecuador, y estamos llegando a Guayaquil, donde permaneceremos dos días conversando con el Instituto Antártico Ecuatoriano.
ÁNGELA POSADA-SWAFFORD
En Guayaquil: ciencia, geopolítica y vallenato
El Capitán de Fragata Gabriel Abad Neuner (c.) el
Guayaquil es sede del Instituto Oceanográfico de la Armada y del Instituto Antártico Ecuatoriano.
21 y 22 de diciembre del 2014
Amalgamados por un cielo plomizo, los cascos grises de los buques de la Armada ecuatoriana en la Base Naval del Sur formaban un paisaje de un solo tono, la mañana de nuestra llegada a este importante puerto suramericano, y la ciudad más poblada de Ecuador. Pero entonces la delegación de la Armada ecuatoriana formó filas, y una raya blanca de uniformes llenó el muelle con un resplandor. La marcial música de recibimiento de la banda militar se mezcló con aquella de los motores de los remolcadores que nos empujaron suavemente de costado hasta que los gruesos cabos de popa y proa quedaron firmemente amarrados a sus bitas.
Sobre el muelle, la plana mayor de la Armada Ecuatoriana, encabezada por el contralmirante Jorge Ayala Salcedo, jefe de la Escuadra de la Armada de Ecuador, acompañados por la delegación de diplomáticos y científicos colombianos, esperaba para subir a bordo.
Una de las primeras fue la cónsul de Colombia en Guayaquil, Gloria Elsa León Perdomo. Sencilla, vestida de blanco, inmediatamente acogedora, y muy interesada en el tema de Colombia en la Antártida, tuvo el amable gesto de llevarme a recorrer Guayaquil, señalando cómo y por qué su alcalde, Jaime Nebot Saadi (reelecto consecutivamente desde 2000) ha tenido tiempo para rescatar el famoso malecón que da al río Guayas –que en este punto semeja un Amazonas en miniatura- y hacer de este uno de los mayores atractivos de la ciudad.
La ‘regeneración urbana’ de los barrios de edificios antiguos habla de un puerto que a 20 km de la desembocadura del Guayas en el Océano Pacífico fue -y sigue siendo- crucial para el comercio y la economía, no solo ecuatoriana, sino latinoamericana.
Guayaquil es, con justa razón, la sede del Instituto Oceanográfico de la Armada, INOCAR (www.inocar.mil.ec), y del Instituto Antártico Ecuatoriano, INAE (www.inae.gob.ec). Y hablar con las autoridades y científicos de estos dos organismos era básicamente la razón de ser de nuestra parada aquí, brindándole a nuestro programa de investigación y a la expedición, una oportunidad para divulgar y compartir nuestros objetivos, con un país que se encuentra a menos de 15 días de lanzar su XVIII expedición científica a la Antártida.
Descubrí varias cosas durante este foro en el que tanto Colombia como Ecuador presentamos nuestros respectivos programas y aspiraciones antárticas. Primero, que Colombia lleva a la Antártida un programa de ciencias sólido, como lo manifestó el CN José Olmedo, Director del Instituto Antártico Ecuatoriano por más de seis años, al demostrar su complacencia al conocer la agenda científica antártica colombiana, así como los objetivos y proyectos de investigación de nuestra primera expedición antártica. Por otra parte, también descubrí que nuestro buque despertó mucha admiración entre militares, incluyendo el mismísimo contralmirante Salcedo, y personal científico del INAE. Querían saber sobre las adecuaciones que nuestro astillero Cotecmar tuvo qué hacerle al ARC 20 de Julio, pues para sus trabajos antárticos Ecuador ha optado por volar hasta el sur de Chile, y desde allí embarcarse en buques de esa nación.
Por su parte, los investigadores del Instituto Antártico Ecuatoriano demostraron gran interés por nuestros proyectos de investigación, e indagaron sobre cómo y dónde estarían colocados los equipos de ciencia a bordo. Visitaron el buque palmo a palmo, deteniéndose con interés frente a cada una de las herramientas que DIMAR (https://www.dimar.mil.co) y el Centro de Investigaciones Hidrográficas y Oceanográficas, CIOH (http://www.cioh.org.co) diseñaron para nuestra expedición.
“Quedaron francamente admirados con nuestro Laboratorio Oceanográfico Móvil Embarcado, que está dotado para oceanografía física y biológica”, comentó el Capitán Ricardo Molares, incansable jefe científico de esta expedición. “Y les pareció que la Plataforma de Maniobra Oceanográfica era algo muy innovador”.
Por otro lado, también descubrí que Ecuador tiene un bien establecido programa antártico, con una llamativa base de investigaciones de rojas paredes en la Isla de Greenwich, parte de las Islas Shetland del Sur, que estaremos visitando en enero. La Base Pedro Vicente Maldonado (en honor a un científico del siglo18) fue establecida en 1990. En otras palabras, Ecuador lleva más de 20 años de serios trabajos polares, y tenemos mucho que aprender de ellos y el recorrido que llevan.
‘No temerle al resbalón’
“La interacción entre la Antártida y nuestras costas es tan rica, que si no la vemos de esa forma, estamos condenados”, me dice el Capitán de Navío Humberto Gómez Proaño, el carismático director del Instituto Oceanográfico de la Armada de Ecuador. “Los recursos del mar no son inagotables, y hemos de tener una visión oceanopolítica. El que da el primer paso se resbala, y Ecuador se ha resbalado”.
Le pregunto qué debe hacer Colombia para tener su propio Instituto Antártico.
“No temerle al resbalón. Los principales temores están dentro de nosotros. La forma de lograrlo es a través de una investigación seria y objetivos concretos y una visión oceanopolítica clara y una garantía de que el esfuerzo que se realiza en el mar, siendo soberana la necesidad de proveer lo importante para el estado-nación, decir que además se deja el espacio para una sustentabilidad, un equilibro genuino y una visión global. Es nuestra obligación hacerlo”.
Y es lo que Colombia está haciendo.
Durante el foro, el Capitán de Fragata Gabriel Abad Neuner, coordinador técnico científico del Instituto Antártico escuchó con atención la exposición de la mayoría de los investigadores Colombianos. Molares explicó por qué el CIOH, en conjunto con el Servicio Oceanográfico e Hidrográfico de la Armada de Chile, hará el levantamiento batimétrico de unos sectores del Estrecho de Gerlache, y en la construcción de una carta náutica en esa área.
Según Molares, el Estrecho de Gerlache presenta características oceanográficas y morfológicas interesantes, debido a su conexión con los estrechos de Bransfield y Drake, así como su relación con la Corriente Circumpolar Antártica (CCA), que es considerada de gran importancia debido a que transporta aguas intermedias y profundas entre los océanos Atlántico, Indico y Pacífico; además, porque contribuye a la circulación profunda en todas las cuencas oceánicas de planeta.
A Colombia le interesa cooperar en este mapeo de un lugar que aún es semiexplorado porque se trata de aportar a la seguridad marítima mundial, ya que este lugar es el más visitado por el turismo antártico. Para convertirnos eventualmente en miembro Consultivo del Sistema del Tratado Antártico debemos entregarnos a la ciencia polar de formas que llenen nichos vacíos.
Naturalmente que esta es una fracción de lo que hará el CIOH en este crucero, y que iré desmadejado poco a poco. Pero además de Molares, el biólogo marino Diego Mojica, que lleva puestos varios sombreros. Uno de ellos, representando a la Comisión Colombiana del Océano, las universidades del Valle, Antioquia, y el Instituto de Ciencias del Mar de Barcelona, nos habló de su proyecto para recoger muestras de zooplancton de varias latitudes en nuestro transito suramericano y en la misma Antártida para ver el rango de distribución de los diminutos organismos y entender cómo los está afectando el cambio climático. Esto es importante porque el zooplancton es de lo que depende todo el mundo en este ancho mar, desde una humilde sardina, hasta una poderosa ballena.
El otro sombrero de Mojica tiene que ver con el seguimiento de las carismáticas ballenas jorobadas y avistamiento de otros mamíferos marinos que transitan por la carretera de alta velocidad que es la Corriente de Humboldt y las demás que recorren el continente suramericano. Esa gorra la lleva a nombre de las fundaciones Malpelo, Yubarta, Omacha, Conservación Internacional, la Comisión Colombiana del Océano y la Universidad de los Andes. Ya me sentaré con él a buscar cetáceos con binoculares.
Luego está la bióloga y oceanógrafa Constanza Ricaurte, del INVEMAR, que tiene doctorados en paleo-oceanografía, -es decir que es experta en climas y mares del pasado- está estudiando las interconexiones entre el fenómeno de El niño, la Antártida y Colombia. Tengo muchas ganas de trabajar
a su lado y aprender lo que el pasado nos puede decir sobre el futuro. Ellos son solo tres de los seis investigadores que expusieron su ciencia, y parte del total de 20 investigadores que habrá a bordo cuando recojamos a los que faltan en Valparaíso, a finales de diciembre. En otras palabras, estaré ocupada para rato.
Hubo, finalmente, otra persona con la que sentí gran afinidad durante esta parada en Guayaquil: el Capitán Julián Augusto Reyna, oceanógrafo y secretario general de la Comisión Permanente del Pacífico Sur, CPPS (http://www.cpps-int.org), una organización cuya misión es “coordinar y fomentar las políticas marítimas de los Estados Miembros para la conservación y uso responsable de los recursos naturales y su ambiente en beneficio del desarrollo integral y sustentable de sus pueblos".
El retirado Capitán Reyna es una de esas almas gemelas que he ido descubriendo con respecto a Colombia en la Antártida. Fue director de la Comisión Colombiana del Océano, y es uno de los gestores del esfuerzo colombiano antártico. Su libro “El océano, maravilla terrestre” está lleno de magníficos y útiles datos que beberé como agua de mayo. Sentí que su voz se rompía al despedirnos durante la rumba de vallenatos que nos llegó de sorpresa a cubierta de popa para la hora del zarpe, cortesía fabulosa de la delegación colombiana en Guayaquil. Sé lo mucho que le habría gustado sumarse a la expedición. Esas cosas son así. Puedo citar a otros padres putativos de este esfuerzo que se quedaron en tierra.
Del vallenato pasamos a los abrazos, y yo a mi flamante nueva almohada, regalo genial que me hizo Gloria, nuestra cónsul. La noche nos recibe con el firme empujón del Océano Pacífico, dándonos un decidido impulso hacia el sur, con tanta eficiencia que los 14 nudos de velocidad promedio de navegación se convierten en 17.
ÁNGELA POSADA-SWAFFORD
*Corresponsal de El Tiempo, DIMAR y la Armada en la I Expedición Antártica Colombiana
*Corresponsal de El Tiempo, DIMAR y la Armada en la I Expedición Antártica Colombiana
Desempacando la ciencia
Hacer ciencia en ese continente significa ganar el derecho de participar en el Tratado Antártico.
El Capitán Ricardo Molares es un hombre ocupado. Antes de embarcarse, el director científico de la Primera Expedición Antártica de Colombia, y la cabeza del Centro de Investigaciones Oceanográficas e Hidrográficas, CIOH, tuvo que supervisar la inmensa logística de empacar un laboratorio completo dentro de un contenedor de buque. Un buque militar, no oceanográfico. Y además, destinado a la Antártida.
Estamos frente a las costas de Juanchaco, en el Pacífico colombiano, cuatro días después de zarpar desde Cartagena, y después de un memorable cruce del Canal de Panamá, y Molares abre una pesada escotilla en un mamparo del puente de popa delARC 20 de Julio. El pequeño espacio está lleno a reventar de cajas e instrumentos para oceanografía física, química y bilógica asegurados con cuerdas elásticas.
“Para el zarpe no podía haber nada en el puente, así que tuve que embutir todo donde mejor pude”, dice riendo. “Ahora tenemos que comenzar a poner orden”, añade mostrándome el pequeño pero bien montado Laboratorio Oceanográfico Móvil Embarcado. Es básicamente un contenedor corrugado rojo de buque, con un par de ventanitas a un lado, que aloja neveras, computadoras, un par de sillas, y una repisa de trabajo. Aquí se harán análisis preliminares de agua, y desde las computadoras se seguirán y dispararán las botellas de la roseta muestreadora.
Es cuando veo esa típica roseta, en otro costado del puente, que me siento realmente dentro de un crucero oceanográfico. El aparato está sobre otra de las piezas clave de la parte científica de esta misión: la Plataforma de Maniobra Oceanográfica, que como su nombre lo indica, permite el lanzamiento de equipos oceanográficos al mar, desde la bonita roseta, hasta aparatos que miden las corrientes y toman muestras del lecho marino hasta una profundidad de 2000 metros, entre otros.
La Dirección General Marítima de Colombia, DIMAR (www.dimar.mil.co), y la Comisión Colombiana del Océano se han tomado en serio la ciencia que se hará durante esta expedición. Guiada por Molares, ha denominado a su proyecto como Investigación Científica para la Seguridad Marítima en la Antártida (ICEMAN). La idea es, por un lado contribuir a la seguridad marítima en el Estrecho de Gerlache, un hermoso lugar de la Península Antártica que se perfila como el punto cero del turismo antártico. Esto, en parte haciendo mapas y levantamientos batimétricos que permitan ‘ver’ la topografía del suelo marino, y ayudar a la navegación internacional. También entendiendo cosas como la deriva de los hielos en ese punto, y determinando el riesgo de sunamis locales debido al desprendimiento de masas de hielo.
Uno se preguntaría qué tiene que ver todo esto con Colombia, y la respuesta es que tiene mucho que ver, porque estos fenómenos están asociados al cambio climático, y lo que pasa en la Antártida afecta a Colombia. Por ejemplo, si se derritiera el hielo antártico, el nivel del mar en las costas colombianas subiría hasta 60 metros.
Y hacer ciencia en ese continente es también la única manera de ‘graduarse’ a miembro consultivo del Tratado Antártico, y ganarse el derecho de sentarse a la mesa que decide lo que va a pasar con la conservación de la Antártida en el futuro.
Pero hoy el Capitán Molares tiene otros peces qué freír, como ensayar las maniobras que va a realizar en el Estrecho de Gerlache dentro de poco más de un mes.
“Una cosa es hacer todo eso aquí en el trópico, donde el agua no se congela y las manos no se entumecen. Y otra, totalmente distinta, es hacer ciencia en la Antártida”.
Estamos frente a las costas de Juanchaco, en el Pacífico colombiano, cuatro días después de zarpar desde Cartagena, y después de un memorable cruce del Canal de Panamá, y Molares abre una pesada escotilla en un mamparo del puente de popa delARC 20 de Julio. El pequeño espacio está lleno a reventar de cajas e instrumentos para oceanografía física, química y bilógica asegurados con cuerdas elásticas.
“Para el zarpe no podía haber nada en el puente, así que tuve que embutir todo donde mejor pude”, dice riendo. “Ahora tenemos que comenzar a poner orden”, añade mostrándome el pequeño pero bien montado Laboratorio Oceanográfico Móvil Embarcado. Es básicamente un contenedor corrugado rojo de buque, con un par de ventanitas a un lado, que aloja neveras, computadoras, un par de sillas, y una repisa de trabajo. Aquí se harán análisis preliminares de agua, y desde las computadoras se seguirán y dispararán las botellas de la roseta muestreadora.
Es cuando veo esa típica roseta, en otro costado del puente, que me siento realmente dentro de un crucero oceanográfico. El aparato está sobre otra de las piezas clave de la parte científica de esta misión: la Plataforma de Maniobra Oceanográfica, que como su nombre lo indica, permite el lanzamiento de equipos oceanográficos al mar, desde la bonita roseta, hasta aparatos que miden las corrientes y toman muestras del lecho marino hasta una profundidad de 2000 metros, entre otros.
La Dirección General Marítima de Colombia, DIMAR (www.dimar.mil.co), y la Comisión Colombiana del Océano se han tomado en serio la ciencia que se hará durante esta expedición. Guiada por Molares, ha denominado a su proyecto como Investigación Científica para la Seguridad Marítima en la Antártida (ICEMAN). La idea es, por un lado contribuir a la seguridad marítima en el Estrecho de Gerlache, un hermoso lugar de la Península Antártica que se perfila como el punto cero del turismo antártico. Esto, en parte haciendo mapas y levantamientos batimétricos que permitan ‘ver’ la topografía del suelo marino, y ayudar a la navegación internacional. También entendiendo cosas como la deriva de los hielos en ese punto, y determinando el riesgo de sunamis locales debido al desprendimiento de masas de hielo.
Uno se preguntaría qué tiene que ver todo esto con Colombia, y la respuesta es que tiene mucho que ver, porque estos fenómenos están asociados al cambio climático, y lo que pasa en la Antártida afecta a Colombia. Por ejemplo, si se derritiera el hielo antártico, el nivel del mar en las costas colombianas subiría hasta 60 metros.
Y hacer ciencia en ese continente es también la única manera de ‘graduarse’ a miembro consultivo del Tratado Antártico, y ganarse el derecho de sentarse a la mesa que decide lo que va a pasar con la conservación de la Antártida en el futuro.
Pero hoy el Capitán Molares tiene otros peces qué freír, como ensayar las maniobras que va a realizar en el Estrecho de Gerlache dentro de poco más de un mes.
“Una cosa es hacer todo eso aquí en el trópico, donde el agua no se congela y las manos no se entumecen. Y otra, totalmente distinta, es hacer ciencia en la Antártida”.
ÁNGELA POSADA-SWAFFORD*
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