No, no voy a escribir sobre la reciente rebelión aisenina, ni del uso bastante difundido últimamente de esta denominación. Este título corresponde al del excelente libro del historiador argentino Osvaldo Bayer, el cual es una síntesis de los cuatro tomos anteriores de su investigación sobre los “Vengadores de la Patagonia Trágica” (1968) y que tratan sobre los acontecimientos tal vez más relevantes de la historia moderna de la Patagonia. Parte de esos sucesos se pueden leer también en “La Patagonia Trágica “del abogado José María Borrero, quien tuvo alguna participación en la primera fase de esos hechos. Los sucesos prolijamente documentados por Bayer, fueron además llevados al cine en los tiempos de Perón en el vibrante film de Ayala y Olivera, también con el título “La Patagonia Rebelde”. Tanto los libros como la película han tenido sus propios dramas en un país que prefiere mantener el silencio sobre esa parte no muy honorable de su historia. Una historia escrita con sangre principalmente extranjera. Y no por casualidad Bayer tuvo que salir durante ocho años al exilio.
Los hechos históricos que se documentan en “La Patagonia Rebelde” y se recrean en la película, acontecieron en 1921 en la Provincia de Santa Cruz. Época en que las estancias, frigoríficos y gran parte de la vida económica se encontraba en manos inglesas y de los Braun–Menéndez. A su vez, la “mano de obra” provenía de Chiloé e inmigrantes europeos. Las condiciones de trabajo eran miserables e inhumanas, esto en una época en que buena parte de Europa, tras la Primera Guerra Mundial se encontraba revolucionada, Argentina había elegido su primer presidente democrático y los sindicatos se encontraban muy organizados y fortalecidos. Es así como desde Río Gallegos se decide llamar a una huelga general en demanda de aspectos tan simples como que en las estancias los galpones de dormitorio, que tenían hasta cien camas, se subdividiesen en piezas de solo tres, que las indicaciones en los botiquines de primeros auxilios fuesen en español y no solo inglés, velas para iluminar las largas noches invernales y una pequeña alza en los sueldos. En respuesta, el entonces presidente argentino, Hipólito Yrigoyen, envió como intermediario hacia la Patagonia al Tte. Coronel Varela. Este se convenció de las pésimas condiciones laborales y consigue un acuerdo entre trabajadores y estancieros. Por desgracia, tras la vuelta de Varela a Buenos Aires, el tratado fue anulado e incumplido, con lo que los sindicatos, dirigidos por anarquistas principalmente españoles, como Antonio De Soto y Ramón Outerello, vuelven a declarar la huelga. Esta vez, varios grupos numerosos proceden a tomarse estancias y se producen algunos abusos y desmanes. Los estancieros huyeron a las ciudades y en Buenos Aires presionaron al gobierno. Mientras, el embajador inglés advierte que su país no aceptará la ocupación de estancias de sus súbditos por elementos malévolos. Así, consiguen en la capital que el gobierno envíe nuevamente al Tte. Coronel Varela a poner orden en el sur. Y con ello, este ahora, sin mayor advertencia emprendió el fusilamiento de los cabecillas huelguistas. La rebelión termina finalmente con una masacre en la estancia La Anita, de propiedad de José Menéndez y ubicada cerca de El Calafate y el Glaciar Perito Moreno. En frente de ella, en la orilla del camino, un monumento erigido gracias a una campaña levantada por Bayer, recuerda a los 610 fusilados por los militares, la mayoría de ellos chilotes, que se habían entregado sin resistencia. De Soto mas algunos otros escaparon antes hacia Puerto Natales “para no ser tirados a los perros”. Y dicen que los sueldos impagos de los fusilados sirvieron a los estancieros para festejar a los militares.
Esta brutal injusticia y masacre nunca tuvo siquiera investigación oficial, lo lleva a que en enero de 1923 el anarquista alemán Kurt Gustav Wilkens mate de varios balazos y una bomba a Varela a la salida de su casa en Buenos Aires. Al ser detenido grita: “he vengado a mis hermanos”. Wilkens a su vez es asesinado en la cárcel y su ejecutor luego también será muerto. En la única inscripción de la tumba de Varela se lee: “Los británicos de Patagonia eternamente agradecidos del Tte. Coronel Varela que supo cumplir con su deber”.
El escritor alemán G. Rötzer quien se encontró hace poco con esta historia, intentó acceder a la desde entonces hermética estancia La Anita, aun en manos de descendientes de los Menéndez. Finalmente, logra que desde la casa salga una esbelta treintañera a atenderlo hablándole en perfecto inglés. Los gestos les dicen más que las palabras y Rötzer y su esposa deciden dar la vuelta al sentirse ahí en territorio enemigo.
Los sucesos históricos de la Patagonia Rebelde, a pesar de ser la mayoría de los fusilados ciudadanos chilenos, en nuestro país, donde Braun y Menéndez eran muy poderosos, tuvo escasa repercusión y menos aun hubo alguna petición de investigación por parte del gobierno de esa época, ni tampoco hasta hoy en día. Sí tuvo consecuencias importantes para el actual Aisén y Provincia de Palena, al pasarse o fugarse a estos territorios muchos de los chilenos maltratados en el lado argentino y es así como llegan acá buena parte de los llamados “pobladores” en busca de un porvenir mejor.
El Divisadero
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