Océano Antártico, a bordo del Arctic Sunrise.- Siempre creí en la capacidad de las palabras para describir sensaciones, sentimientos e incluso paisajes. Pero es muy difícil explicar lo que se siente al estar en un bote de goma de Greenpeace con otras cinco personas luchando contra las olas del Océano Antártico para llegar a una bahía con picos de nieve.
La belleza helada de la Antártida es inenarrable. Tal vez el miedo sea más fácil de entender. Las fotos y los videos pueden ayudar, pero hay que estar allí para sentir la fuerza del viento y la sensación de estar completamente aislados del mundo cuando perdemos de vista al rompehielos Arctic Sunrise. Las heladas tonalidades del blanco, las escarpadas laderas y los ángulos de los témpanos me hacen acordar a Kid A, el emblemático disco de Radiohead, con toda su frialdad inaccesible.
Toda esta ensoñación, este creernos Sandokán cuando llegamos a tierra, se disipa cuando aparece otro bote lleno de turistas españoles traídos por National Geographic, seguido por un contingente de 50 personas que vienen en un crucero. La magia se pierde, pero también se gana en confianza, se siente el alivio de que la sociedad humana esté aquí. Digo, si Lynn, una jubilada de Honolulu de 75 años, puede trepar por la nieve, cómo no voy a poder yo, que tengo la aventurera sangre portuguesa corriendo por las venas, la misma que impulsó a Magallanes a dar la vuelta al mundo.
Los pinguinos suben despacio. Verlo aquí
Tras subir la cuesta encontramos a decenas de pingüinos que hacen su vida. Es gracioso ver cómo suben y bajan cientos de metros por la nieve pasito a pasito. También dan saltos en las rocas. Una turista japonesa se tira al suelo y le pone un selfie stick en la cara a uno. Sólo falta que le tire maníes.
Recuerdo con tristeza la charla que nos dio ayer la gente de Greenpeace sobre bioseguridad, donde nos recomendaron no molestar a los animales y mantenernos a cinco metros de ellos. Fue algo parecido al famoso cuento de Ray Bradbury, donde el protagonista viaja al pasado y le piden que no toque nada para no modificar la Historia. Incluso discutimos si era mejor llevar abrigo de lana o material sintético, por temor a dejar microfibras. Me atrapa el pesimismo, es evidente que el ser humano va a depredar todo. Está en su naturaleza voraz.
La bajada es más rápida, pero también más difícil. Voy pisando las grandes huellas que deja Javier Bardem y por alguna razón me siento seguro. De pronto, Lynn se cae al suelo y el actor español la ayuda a levantarse,como un verdadero héroe de Hollywood.
Cansado de caminar tan despacio, me tiro haciendo el culipatín más memorable de mi vida. Un par de compañeros más se suman a la diversión. Me siento muy feliz. Cuando faltan apenas dos metros para llegar al bote, me resbalo en unas rocas y me doy un tremendo golpe en la espalda. Soy el explorador más imbécil del mundo.
La Nación, Argentina
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