"Cuando nos asaltan sentimientos depresivos o de desesperación, por lo general se debe a que nos ocupamos demasiado del pasado y del futuro". Es una confesión de santa Teresa de Lisieux. Cuando nos obsesionamos con la contemplación morbosa de un pasado doloroso, llega quizá a tocar su máximo el barómetro de la depresión: cuando se piensa, por ejemplo, en la soledad padecida en la infancia o en las exigencias rigurosas y exageradas, o en las humillaciones y desprecios. No debemos reprimir el pasado, pero tampoco complacernos en revivir pasadas heridas.
Tampoco sirve de demasiada ayuda pensar constantemente en el futuro: ¿Cómo será? ¿Qué va a pasar? ¿Sabré estar a la altura de las circunstancias y responder con eficacia a los retos del tiempo? ¿Caeré enfermo o moriré de cáncer? ¿Funcionará mi matrimonio? ¿Seré aceptado en la vida social?... Todas estas preguntas sobre el futuro pueden, naturalmente, enfermarle a uno hasta la desesperación. Dudo de mi futuro y me imagino siempre lo peor. Lo que sigue es la duda, la absoluta desesperación.
El único camino para escapar de la duda, de la depresión, es vivir el momento presente con toda intensidad. Si acepto y me entrego al momento presente, a lo que existe justamente ahora, no necesito romperme la cabeza con inútiles recuerdos del pasado ni con fantásticas elucubraciones sobre el futuro. El momento presente es breve. es sólo el ahora. Si me entrego a ese ahora y me instalo en el presente, he cerrado con ello las puertas a la desesperación, y ésta ya no tendrá cabida en mi. Estoy todo en el presente. No estoy dividido; no soy dos sino uno. Siendo uno conmigo y con el momentop presente, quedo blindado contra los ataques de la duda
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