Desde París
Hay que desconfinar el esqueleto del hijo del cacique, Liempichun Sakamata. La clave de su recuperación la tiene Francia y la responsabilidad de su extenso cautiverio en las bodegas del colonialismo, un explorador francés del siglo XIX que pasó por la Patagonia Argentina y robó cadáveres como si fueran un trofeo. El conde Henry de la Vaulx tenía la moral y la curiosidad de los colonizadores, los principios científicos de la época y una relación con los pueblos originarios donde se mezclada la admiración y la indolencia. Entre 1896 y 1897, Henry de la Vaulx emprendió en la Argentina lo que se conoce educadamente como un “estudio etnográfico”. Llegó al país 15 años después de la expansión de la Argentina hacia las regiones del sur que estaban, hasta entonces, bajo control de los mapuches, los tehuelches y los patagones (Conquista del Desierto). De su viaje se llevó a París plantas, joyas, telas, fotos y restos humanos. Entre ellos figura el cuerpo de Liempichun Sakamata, hijo del cacique Sakamata. Hasta el año 2009, cuando lo descubrió el antropólogo argentino Julio Vezub (Instituto Patagónico de Ciencias Sociales y Humanas Cenpat-Conicet), el esqueleto del cacique estuvo expuesto en el Museo del Hombre de París y, desde 2015, las comunidades tehuelche y mapuche de Chubut le piden al Estado argentino que recupere los restos. Buenos Aires lleva, desde ese entonces, negociando con París la restitución del esqueleto a cuyo reclamo también se sumó Guias, el Grupo Universitario de Investigación en Antropología Social que trabaja con empeño en la recuperación de los restos pertenecientes a los pueblos originarios que se conservan en el Museo de La Plata desde la Conquista del Desierto. Aunque la restitución depende de una ley, el Museo de Historia Natural de París, en cuyos sótanos están los restos envueltos en una bolsa de plástico, se resiste a facilitar la devolución. Los científicos argentinos designados para mediar con la institución chocaron con la misma frase: “lo siento mucho, la legislación no lo permite, hace falta una ley especial”.
El Conde Henry de la Vaulx era consciente del sacrilegio que estaba cometiendo. Fue un aventurero colonial abrazado al "interés científico" de los pueblos originarios, en este caso los gigantes patagónicos, con un mandato claro sobre su misión en la Patagonia, escritor de novelitas de aventuras y pionero de la aviación. De aquella expedición por la Argentina dejó un libro, Voyage en Patagonie, publicado en 1901. Allí escribe sin rodeos : "¡Qué demonios, tengo una excusa! Traeré a Francia un bello espécimen de la raza india. Después de todo, poco importa que este tehuelche duerma en un agujero en la Patagonia o en una vitrina en el Museo”. En otro capítulo, de la Vaulx califica como “cocina macabra” la forma en que desarmó e hirvió el cuerpo de un patagón. Tampoco oculta el hecho de que muchos indígenas huían despavoridos cuando lo veían llegar. Lo precedía la fama de ladrón de cadáveres. Lo apodaron incluso brujo “Kalku” por esa causa. El conde escribe: “Esos indios me consideraban como un individuo peligroso, una suerte de espíritu del mal, inclinado a embrujar a la gente y al ganado” (Voyage en Patagonie, página 26 de la edición original).
En diálogo con Página 12, el profesor Julio Vezub matiza la acusación de “necrófilo delictivo” que suele pesar sobre el conde: “Hay que poner en contexto esas prácticas con la tendencia de la antropología colonial de la época, y no sólo europea, sino también la que se practicaba en la Argentina, porque también hubo un colonialismo nacional en ese sentido. De lo contrario se pone el acento sobre la impugnación moral de un tipo de práctica que está superada cuando el problema real es la práctica actual de las autoridades científicas y culturales europeas”. En efecto, no resulta comprensible que más de un siglo después el pensamiento colonial siga vigente y trabe le recuperación de un patrimonio, tanto más cuanto que se trata, aquí, del robo de osamentas humanas.
El origen del conflicto
En el presente está todo el problema. La historia tiene dos movimientos: el original, muy bien documentado, y el actual, o sea la restitución, en curso de escritura. El original llevó al conde a escribir, antes de su viaje, al Ministerio francés de la Instrucción Pública y las Bellas Artes para informarle sobre su intención de “efectuar trabajos etnográficos” en beneficio del Museo de Historia Natural de París. Con ello y el respaldo de la Sociedad Geográfica de París, consiguió que el ministerio le financiara el viaje. Llegó a Buenos Aires con una lista de encargos “científicos” y recorrió la Patagonia de Norte a Sur entre el 11 de marzo de 1896 y el 24 de julio de 1897. Viedma, Río Negro, General Roca, la Cordillera de los Andes, río Chubut, Trelew, Rawson, Senguer, el valle Choiquenilahue, los lagos Colhue-Huapi y Musters, Río Chico, Río Gallegos y Tierra del Fuego. De ese periplo se trajo a París unos 1400 objetos: piedras, metal, cerámica, insectos, esqueletos de mamíferos y una colección de restos humanos. Los mandó a Francia en 29 cajas con un peso total de 1371 kilos. Cuando regresó, expuso las fotografías y muchos objetos en la sala de geología del Museo de Historia Natural. Aureolado por su aventura, dio conferencias y publicó el relato de los 5000 kilómetros recorridos, primero en la revista Le Tour du Monde y luego bajo forma de libro editado por Hachette. La Vaulx regresó a la Patagonia en 1929 junto al aviador Jean Mermoz, con quien sobrevoló la Cordillera de los Andes. La Vaulx murió en 1930 cuando se estrelló el avión en el que viajaba. Sus amigos lo apodaban “el patagón”.
El conde Henry de la Vaulx cuenta con muchos admiradores aún fascinados por sus búsquedas de “las razas primitivas” y los “gigantes patagónicos”, así como por su “colección”. Habría que ver qué piensan sus admiradores si algún argentino hubiese venido en “expedición etnográfica” a París, habría ido al cementerio del Père-Lachaise, robado el cuerpo de algún conde para estudiar su sangre azul y luego expuesto los restos y demás objetos en un museo de Buenos Aires. En sus conferencias y su libro, Henry de la Vaulx presentó a la Patagonia como un lugar ideal para la colonización europea. Era, escribe; “un país colonial típico”, sobre todo Chubut, donde, anota, se combinan “todos los factores esenciales para la prosperidad de una colonia”. Su misión, por otra parte, contó con el amplio apoyo del gobierno argentino.
Al joven Henry de la Vaulx no le faltó coraje en su andar por esas tierras, ni arrojo aventurero, ni capacidad para saquear lo que encontrara por el camino. Sirvió en sus tiempos la causa colonial y el curso de la ciencia que buscaba cráneos y esqueletos con el fin de asentar la teoría de la evolución humana. Los “gigantes patagónicos” lo llevaron a colectar datos, engañar, pagar y traicionar para dar con las tumbas, profanarlas y llevarse los restos. En la Patagonia puso en práctica la “diplomacia de la donación jerárquica” con la entrega de regalos a los jefes. Cuando exhumó clandestinamente al cadáver del hijo de Liempichun, los indígenas se enojaron mucho. La Vaulx contó en París que “sólo los pude calmar con un montón de regalos”. Julio Vezub agrega a este respecto: “Entro en una suerte de relación de economía política, de intercambio de bienes como textiles de manufactura europea por lo que los tehuelches le daban a cambio”.
En 2009, el profesor Vezub localizó en París los restos del cacique cuando formaba parte de un proyecto destinado a investigar las colecciones del conde. En total, dicha colección comprende “unos cien cráneos y doce esqueletos de pobladores originarios de La Pampa y Patagonia”, explica Vezub. El Museo de Historia Natural persiste en decir que esos restos tienen un “eminente interés científico”, lo que suena a disparate porque transcurrió más de un siglo y ahora están en una bodega cubiertos de plástico. “Ese interés deber se tomado entre comillas porque esos esqueletos estaban completamente olvidados. De pronto recuperaron interés científico a partir del acto de visibilidad cuando alguien dijo : esto que está aquí pertenece a otro lugar. Entonces, ahí el interés científico pasa a ser más una cuestión de apropiación y de posesión de un archivo y se deja de lado el aspecto político y humanitario”, afirma Vezub.
La excusa de la ley
En 2015, las comunidades ligadas familiarmente con los restos pidieron la intervención del papa Francisco para recuperarlos. La exembajadora de la Argentina en Francia María del Carmen Squeff inició las gestiones, las siguió Mario Verón Guerra y ahora las lleva el nuevo embajador, Leonardo Costantino. Es un trabajo arduo y paciente que depende de misteriosas regulaciones. Argelia, África del Sur, Benín y Nueva Zelanda también esperaron décadas y siglos para recobrar restos humanos mantenidos en París. Ahora, el tema es el siguiente: hace falta una ley. En una declaración del 22 de enero de 2020 sobre los medios y las prioridades de la diplomacia educativa y cultural de Francia ante la Asamblea Nacional, el ministro francés de Relaciones Exteriores, Jean-Yves Le Drian, explicó: "En cuanto a la restitución de los restos humanos identificados que están generalmente conservados en el Museum national d'histoire naturelle, estamos elaborando con el Ministerio de Cultura un dispositivo legislativo para hacerlo posible: este concierne a Argelia, pero también Australia y la Argentina. Le corresponde a la representación nacional legislar sobre cualquier restitución hacia el país de origen”.
Queda pendiente una ley y la realización de la intención manifiesta del presidente Emmanuel Macron de llevar a cabo una “reconciliación de las memorias” (entrevista en el canal TraceTV, 2017). Ya a principios de julio de 2020 Francia le restituyó a Argelia 24 cráneos. Entre ellos había uno con mucha memoria: la del Cheikh Bouziane, ”comandante” de un cuerpo de combatientes árabes y bereberes que pelearon contra el general francés Émile Herbillon en la batalla de Zaatcha (julio-noviembre de 1849). Los cráneos fueron conservador en el Museo del Hombre de la capital francesa. En el caso de Liempichun Sakamata ni siquiera hubo una guerra colonial entre Francia y la Argentina. Fue un robo de cadáveres. En 2010, gracias a un proyecto de ley presentado por la senadora Catherine Morin-Desailly, París le devolvió a Nueva Zelandia 200 cabezas maorí. En 2002, la Asamblea Nacional y el Senado aprobaron que Sarah Baartman, conocida como “la Venus hottentote", regresara a África del Sur (ley n° 2002-323 del 6 marzo de 2002). En 1810, un cirujano británico (Dunlop) se llevó a Sarah Baartman para que formara parte de los 35.000 seres humanos oriundos de las colonias que eran exhibidos en Europa como animales (entre finales del siglo XIX hasta la Segunda Guerra Mundial). La joven Baartman tenía un trasero gigantesco que la hacia pasar por un “monstruo humano”, es decir, una atracción de feria, y ello le valió el sobrenombre de “Venus hotentote”. Un nuevo dueño la trajo a París, donde la exhibieron a cambio de dinero. La joven fue también la atracción sexual de las “soirées” mundanas. En 1815 murió de neumonía y Francia, en nombre del “Patrimonio inalienable del Estado y de la ciencia”, tardó 196 años en restituirla. Han pasado ya 124 años desde que el conde Henry de la Vaulx profanó las tumbas patagónicas. Ha llegado la hora de devolverle a sus descendientes la dignidad y el cuerpo de su historia.
efebbro@pagina12.com.ar
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