sábado, 3 de marzo de 2012
Investigador chillanejo relata expedición a la Antártica
Caminar entre centenares de lobos que gruñen cada vez que nos acercamos, tal cual perros rabiosos, pareciera ser una actividad temeraria. Oler el excremento de los cachorros que abundan en esta época podría ser desagradable. Incluso escuchar el lamento de las crías que llaman a sus madres, como niños perdidos en el tumulto, aparenta ser desconsolador. Sin embargo, imbuirse en este ambiente, bravío y natural, es una sensación de las mejores que he experimentado. Caminar entre lobos invoca en nuestro subconsciente lo aún improntado en nuestros genes de lo que fue nuestra pasada vida salvaje, lo que seguramente es más patente en aquellos que disfrutamos de la vida natural, de lo prístino e indómito del continente blanco.
Estamos en el refugio Guillermo Mann, construido por el Instituto Antártico de Chile en el Cabo Shirreff, una pequeña península situada en el extremo occidental de la costa norte de la Isla Livingston, que forma parte de las denominadas Shetland del Sur. Vinimos a este lugar porque necesitábamos tomar muestras de pingüino antártico y compararlas con poblaciones de la misma especie de la Isla Rey Jorge y de Puerto Covadonga, en la punta de la península antártica.
La llegada no fue fácil. Después de arribar a Punta Arenas, volamos durante dos horas a Villa Las Estrellas, frente a Bahía Fildes, luego en el Rompehielos Almirante Viel navegamos dos días hacia el sur y en uno de los escasos días apacibles, un helicóptero nos bajó con todo nuestro equipaje frente al refugio Mann, sencillo pero bien implementado para resistir los 12 días que debíamos permanecer allí.
Federico, un funcionario de INACH, nos lee la cartilla y enfatiza que una de las normas al salir del refugio es andar siempre con un palo, “Para ir al baño, a poco más de 30 metros de distancia, no hay que olvidar el palo”... ¿Por qué el palo? Federico rió con cierto aticismo y nos dijo que la isla estaba repleta de lobos, están ahora criando y andan agresivos. Y así fue, en el primer silencio que tuvimos, comenzamos a escuchar los lamentos de los cachorros que claman por su madre y la adiposa leche que les suministra.
El lobo fino antártico llega, en algunos machos, a sobrepasar los 200 kilos. Son animales dóciles que a primera impresión parecen torpes, pero en realidad son bastante ágiles. Corren a gran velocidad, incluso sobre lugares pedregosos, apoyando con gran habilidad sus aletas delanteras. Por el valor de la piel y carne, entre 1819 y 1825, sufrieron una cacería devastadora que los tuvo al borde de la extinción. Hoy se han recuperado en parte y en las Shetland del Sur se estima una población de 19 mil ejemplares.
Cada vez que intentamos darle captura a un pingüino, concentrados en nuestra tarea, nos olvidábamos de los lobos, tirados en todas las posiciones se confunden con las rocas del lugar y despiertan molestos con el más mínimo sonido; se levantan y en posición de ataque gruñen ronco, abren la boca amarillenta y pegada por las secreciones mucosas y filantes y exponen orgullosos sus alargados dientes. Las primeras veces, saltábamos de susto, sin embargo con el correr de los días nos fuimos acostumbrando y percibimos que por lo menos los que están cerca de la base, están acostumbrados a la presencia humana y no atacan.
Los lobos finos antárticos marcan esta isla, dominan en todo el borde costero y muestran al visitante los procesos naturales que se han repetido durante siglos. Lamentablemente, hoy en día sus poblaciones están otra vez declinando. Una probable causa antrópica ha provocado el aumento de las focas leopardo, depredadores de los cachorros de lobos. Según investigadores estadounidense, si ahora nacen en cabo Shirreff 8 mil cachorros, logran -con suerte- sobrevivir 2 mil por temporada.
Esperemos que esta tendencia se revierta. Esperemos que los dueños de casa puedan seguir desarrollando parte del ciclo natural que llena de vida a este hermoso rincón del territorio antártico.
*(Daniel González es médico veterinario, doctorado en la Escuela Superior de Medicina Veterinaria de Hannover, Alemania y académico de la Facultad de Medicina Veterinaria de la Universidad de Concepción)
La Discusión
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